lunes, 2 de febrero de 2009
CAPÍTULO 8: "MALA PATA" Y CAPÍTULO 9: "OFF THE RECORD" (EL CASO TORREFORTA)
Publicado por * Cris * en 22:42
La sargento Anna Recasens se acercaba a la cuarentena. Era alta y esbelta, aunque lo que más destacaba de su figura era la voluminosa contundencia de sus pechos. Aunque la amargura de su uniforme y que todo en ella emanaba fortaleza, Roger la encontró muy atractiva.
Él no le fue con excesivos romances pero ella aún le ganó:
- Los Mossos tenemos por norma no participar en ningún programa de radio o televisión que pueda alimentar la morbosidad de la audiencia
Roger se sintió ofendido con aquella salida de tono. Y, muy digno, le replicó:
- Perdone: en TV7 no solemos producir reportajes morbosos, sino que siempre perseguimos que tengan un alto contenido informativo y humano.
Anna se ve que tampoco se esperaba la respuesta de él y se levantó de la silla. Ya había mirado a Roger de reojo en dos o tres ocasiones.
- Me ha encontrado de casualidad –le dijo-: me disponía a bajar a la cantina para comer.
- En ese caso, muchas gracias por su tiempo. Ha sido muy amable.
Entonces, bien porque había surgido un malentendido, bien porque la sargento consideró que se había pasado, lo cierto es que se disculpó e invitó a Roger para que le acompañara.
- Señor Bosc, creo que usted se ha precipitado en sus conclusiones- le dijo-. Yo no he pretendido ser grosera en ningún momento. Es cierto que sólo dispongo de media hora para comer y después he de incorporarme a una patrulla de calle. Pero si no le importa que me explique entre bocado y bocado, podemos continuar hablando abajo.
Cuando ya iban a salir, Roger pudo ver, al final, el anverso de una fotografía que estaba encima de la mesa. Anna Recasens y una chica de unos diecisiete o dieciocho años sonreían, abrazadas por el cuello y por la espalda. A la Mosso no le pasó desapercibido que Roger miró la foto. Él hizo una mueca y, al verse sorprendido y cohibido, miró al suelo.
- ¿Tú quién eres, realmente?- le interrogó ella serenamente, pero inflexible.
- Soy periodista de TV7, ya se lo he dicho- le respondió Roger medio atrancándose y le enseñó el carnet profesional, que ella no miró.
- ¿Vamos?- le invitó la sargento mientras le decía que no con la cabeza.
- ¿Le importa que nos tuteemos?- le preguntó Roger mientras esperaban el ascensor. No se había dado cuenta que ella, unilateralmente, ya había empezado a tutearle.
- Será la primera exposición del taller y piensa que estarán todos muy ilusionados. Por eso tengo tanto interés en que los medios de comunicación se hagan eco- explicaba Nuria a Montse. Estaban las dos solas en el taller de pintura de la prisión.
- Yo te prometo que nosotros daremos la noticia- le aseguró Montse mientras grababa los trabajos.
Todas las telas hacían referencia a temas penitenciarios a excepción de un retrato de medio cuerpo de Nuria. Era muy sugerente, ya que iba con una camiseta de tirantes y tenía una expresión lánguida, incluso sensual, en la mirada. La firma era una hache mayúscula. Montse dedicó más tiempo a grabar este cuadro y, cuando acabó, apagó la cámara.
- Descansaré un momento- le dijo a Nuria mientras la miraba.
- No te esfuerces- se le acercó la monitora-: te lo diré sin que me lo preguntes. La hache que ves quiere decir Héctor. ¿Qué te parece su técnica?
- Yo no lo entiendo casi- empezó Montse-, por tanto no puedo decir nada desde el punto de vista plástico. Ahora bien, en cuanto a sensibilidad, se nota a lo lejos que ha abocado muchísima. Héctor está enamorado de ti, eh?
Nuria no puedo evitar ponerse roja hasta las orejas.
- No debe ser el único, de hecho- añadió Montse-. El otro día me dí cuenta que la gran mayoría de los alumnos te miraban con muy buenos ojos…
- Eso no es mérito mío- dijo, al fin, la profesora-: piensa que muchos de ellos hace meses que no ven a otra mujer que no sea yo…
Como balón de oxígeno, Montse había acertado nombrando a los otros presos, pero en seguida volvió a centrarse en el verdadero motivo de su visita. Según ella, Héctor tenía cara de no haber roto nunca un plato. ¿Creía Nuria que se estaba comiendo un marrón? ¿O puede ser que su presencia de buen hombre era postiza…? Y como estas, otras muchas preguntas, que no obtuvieron ninguna respuesta que no fuera una evasiva. Al fin, la monitora sólo respondió que sí, sin más, cuando Montse la invitó a dar una vuelta.
La presencia de Roger en la cantina del cuartel no había pasado desapercibida para ninguno de los Mossos que estaban allí en aquellos momentos, que en algún momento dedicaban alguna mirada furtiva a la extraña pareja. Ella engañaba al estómago con un bocadillo de lomo. Él había pedido nada más una botella de agua, la misma bebida que había pedido la sargento.
- Yo a ti te vi hace unos días en el entierro de las niñas de Terraforta, pero antes ya te había visto.
- Sí.
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Polígono de la Arrabassada
Enero de 1994, lunes:
La sargento Rocasens, tres Mossos y dos punks entraron apresuradamente en una nave que estaba muy abandonada. Dentro los esperaban los otros dos punks que con una seriedad extrema velaban el cadáver de Sandra. Estaba colgada por el cuello y en su cuerpo no debía quedar una gota de sangre. La escena fue tan fuerte que Anna estuvo a punto de desmayarse. Un agente vomitó y los otros dos se pusieron blancos como la pared.
Cuando se recuperaron un poco, la sargento pidió a sus hombres que delimitaran la zona. Ella avisó al juez, al forense y a los agentes especializados. En seguida se procedió a iniciar un inspección ocular del cadáver y de sus alrededores más inmediatos.
Al cabo de pocos minutos llegaron tres o cuatro coches Z de la policía, y el comisario César Vidal se hizo cargo de la operación.
Roger también recordaba aquel día de miedo y de dolor. Él estaba en casa de su novia cuando la radio dio la noticia del descubrimiento macabro. El padre de Eva cogió el coche y con su mujer y Roger se desplazó inmediatamente al lugar de los hechos.
Apenas llegaron allí, sortearon penosamente la nube de fotógrafos y de cámaras de televisión e intentaron entrar a la nave, pero unos Mossos se lo impidieron. Entonces Roger cogió una bata blanca de una ambulancia y lo volvió a intentar, pero la sargento Rocasens le negó el paso.
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- ¿De qué vas?- le pregunto Anna después de beber un trago de agua. El tono no era reprobatorio.
- Eva era mi novia- le respondió Roger, apenado.
- Lo siento mucho- manifestó la sargento, un poco cortada-
- Gracias- le respondió él, consciente de que la situación no era muy agradable para Anna.
- Sé que no te servirá de consuelo- le dijo ella-, pero te aseguro que los diferentes cuerpos policiales no ahorramos esfuerzos para resolver el caso, aunque el resultado haya sido tan pésimo.
En seguida le explicó que su intervención fue prácticamente nula, ya que los crímenes eran cosa del Cuerpo Superior de Policía. Si los Mossos llegaron antes fue porque los okupas que descubrieron el cadáver fueron a denunciarlo allí, a la comisaría.
- En la Casa Rosada, que decían ellos- le aclaró Anna-. Por aquella época instalaban su parada de figuras de madera cortada aquí al lado, en la Plaza de los Carros. Así, teniéndolos de vecinos, se sentían más protegidos de las iras de los skin-heads.
- ¿No hay posibilidad de que yo hable con uno de esos okupas?- preguntó Roger.
Anna lo miró y tardó mucho en responderle.
- Los testimonios están protegidos por la ley- le dijo finalmente.
Si unos segundos antes la cara de Roger era de lástima, en seguida pasó a ser de alma en pena. Y Anna no era de piedra. Pero todavía no fue aquí cuando le tocó la fibra.
- Eva lo era todo para mí- manifestó Roger.
- Sé que debes haber sufrido muchísimo- admitió la sargento-, pero eso no evitará que te diga lo que pienso: si es verdad que estás haciendo un trabajo periodístico sobre el caso, hazlo; pero no interfieras en el trabajo de la policía.
- Eso suena muy bien cuando no se está involucrado, pero si tú vivieras tan de cerca como yo el drama de las madres de las chicas no te mostrarías tan estricta!- empezó a replicarle Roger-. Además, sí que estoy preparando un reportaje. Lo que pasa es que no puedo evitar implicarme también como persona. Y, sobre todo, me gustaría que este mal sueño acabara pronto para que las familias puedan comenzar a rehacer sus vidas, si es que pueden y todavía están a tiempo…
Anna se levantó para irse. Roger, contrariamente, se quedó sentado. Parecía que no le quedaba aliento para incorporarse. La sargento le miró y esta vez ella le aguantó la mirada. A la Mosso le costaba admitirlo pero las últimas palabras de Roger la habían derrotado.
Ella también sabía qué era quedarse despierta todos los sábados por la noche hasta las dos, las tres, las cuatro… Hasta que Silvia, su hija, que ahora tenía diecinueve años, no volvía a casa.
Y los fines de semana que dormía en casa del padre, igual. Silvia tenía que llamarla por teléfono cuando llegaba.
El marido de Anna la dejó el día que la sorprendió en la cama con otra mujer. Pero eso lo sabían muy pocas personas.
El caso es que el sentimiento de madre que llevaba dentro, le hizo transgredir la ley.
- Habla con Jordi Solé. Trabaja en la Urbana número 5 de la Caixa en la sección de créditos. Pero yo no te he dicho nada. Buena suerte.
Nuria y Montse caminaban por el paseo de las Palmeras. Habían salido desde el monumento a Roger de Flor e iban en sentido al Anfiteatro. Comentaban que Héctor había tenido mala pata, ya que desde el primer momento, todas las pruebas le acusaban.
Antes de tratar este tema, Montse había conseguido que Nuria, amparándose en el silencio, le confirmara su suposición.
- De mujer a mujer, Nuria- le había dicho-: tú sientes algo especial por Héctor…
Aclarado este punto, Montse se hizo el propósito de que Nuria se desahogara, por decirlo de alguna manera.
Para estimularla le dijo que un abogado, por muy buen profesional que fuera, no podía rendir igual cobrando una minuta millonaria que actuando de oficio.
Nuria le respondió que entre mucho y poco, ya que Francisco Ixart no se llevó el dinero de los dedos durante todo el proceso. Parecía más preocupado por preservar la buena fama de Sandra, que por defender a Héctor con todas las de la ley.
Montse no sabía a qué se refería en concreto y la otra se lo explicó. Héctor proclamó su inocencia en todos los interrogatorios policiales a los que fue sometido. También aceptó que conoció a la chica en Discomaníac, y tanto que se habían conocido! Hubo abrazos y besos efusivos, ya que ella iba muy lanzada. Tan lanzada que le propuso, a él, salir fuera para drogarse. A partir de ahí se le había olvidado todo. Es decir, ya no admitió nada más.
Cuando se filtraron a la opinión pública estas declaraciones, la indignación popular creció tanto que se levantaron unas voces solicitando la restitución de la pena capital para los casos de secuestro y violación con resultado de muerte.
- Me consta que entonces su abogado le recomendó un cambio de táctica- dijo Nuria. Todavía caminaban por el Paseo de las Palmeras, pero ahora en dirección al puerto-. Él continuó admitiendo que no recordaba nada referido a la muerte de Sandra, ya que de ahí no lo sacaba nadie, pero no volvería a hablar mal de ella.
De hecho, Héctor observó un comportamiento muy sumiso durante el juicio, que se celebró a puerta cerrada porque se tenían que tratar temas escabrosos en extremo. Pero también hubo filtraciones sistemáticas.
El acusado fue condenado a cincuenta y seis años de cárcel. Treinta por asesinato, doce por violación y catorce por rapto y tortura.
- ¿Y tú estás haciendo algo por ayudarle?- quiso saber Montse-. ¿Solicitar que se revisara el caso o que él contrate a otro abogado?
Nuria le respondió que ella sí que se habría embarcado, pero él, en cambio, siempre se había mostrado partidario de no remover nada y dejar pasar diez años, que sería cuando podría acceder a los primeros beneficios penitenciarios.
CAPÍTULO 9
- Pase, el señor Solé le espera- dijo un oficinista a Montse. El lugar, la Urbana número 5 de la Caixa. Vicente Vila estaba en un rincón rellenando unos impresos. Y si no, lo parecía.
La noche anterior, cuando Roger le explicaba a Montse la biografía del empleado de banca, ella no las tenía todas consigo.
- ¿Lo has entendido bien? A ver si voy a hacer el papelón para nada.
- Tranquila, Montse – la animó Roger-: te aseguro que no harás el ridículo. Este elemento ya tenía la carrera acabada antes de entrarle la vena okupa.
El ex punk okupa le esperaba, pero lo que no se esperaba es que Montse debajo del abrigo llevara aquella minifalda elástica, blanca y tan escasa.
Antes de mirarla de arriba abajo, él la había recibido en la puerta del despacho. Habían encajado y la habían invitado a sentarse. Después, turbado por la exhibición carnal, se había sentado en la otra punta de la mesa.
- Usted, señora Català, me ha llamado esta mañana para hablar de un crédito hipotecario, ¿no es así?- se le dirigió con la típica prudencia y ceremonia bancaria. Él mismo se notaba el pulso acelerado.
- Yo te he llamado esta mañana, sí- le tuteó ella con determinación-, pero no necesito ningún crédito hipotecario. Soy okupa!
- No entiendo nada- se le escapó al banquero, perplejo.
- Tal vez lo entenderías mejor si divulgara su pasado antisistema- dejó caer ella la bomba.
Como las paredes del despacho eran de vidrio, Vicente Vila no tenía ningún problema para grabar lo que estaba pasando. La estrategia, la misma que había empleado para obtener las imágenes del entierro de Sandra: un diario doblado bajo el brazo y una microcámara dentro.
- ¿A qué viene todo esto ahora?- Jordi Solé le hablaba a Montse con precaución, como si tuviera miedo de que alguien les escuchara.
- Soy periodista y necesito información sobre el caso Torreforta- más claro, agua.
- En el juicio por la muerte de Sandra Castro ya dije todo lo que sabía. Y si ahora me vuelven a citar…
Y tenía razón. Los otros cargos de la Caixa podían, como mucho, perdonarle el pasado, pero siempre que lo mantuviera enterrado y no se produjera ningún escándalo.
Montse, para calmarlo, le dijo que podía exigir el derecho a la confidencialidad de los testigos.
- Por lo que a mí respecta, seré una tumba- añadió.
Se levantó y vació todo el contenido de su bolso de mano encima de la mesa.
- ¿Qué haces?- le preguntó él, inquieto.
- Mira, no llevo ninguna grabadora- fue la respuesta de la periodista, que también se sacó el forro de los bolsillos del abrigo para que él se diera cuenta que no le engañaba-. ¿Quieres cachearme?- preguntó ella, picarona, mientras se le acercaba insinuantemente, contorneándose.
- No, no, por favor.
- Tú te lo pierdes.
******
Era domingo y Jordi y sus compañeros buscaban un lugar para dormir que no estuviera en el núcleo urbano, ya que aquella noche no se podían permitir ningún contratiempo en forma de encuentro con los skins, desalojo a manos de la policía, etc… Así que, llegaron al polígono de la Arrabassada, que conocían vagamente, y vieron salir un coche de dentro de una nave. Iba sin luces y se alejó a gran velocidad. Los cuatro okupas punks pensaron que se trataría de una pareja de novios, espantada por el ruido que habían hecho ellos al llegar.
******
- El único que mostró extrañeza fue mi amigo Quim Aumatell- reveló el ex okupa a Montse.
- ¿Por qué?- quiso saber ella.
- Porque, según él, un minuto antes nos habíamos cruzado con otro coche en el camino que llevaba al polígono y, eso ya era demasiado tráfico aquella noche. Los otros dos colegas y yo, en cambio, no vimos este segundo vehículo- le aclaró el señor Solé.
- Yo no me aclaro- dijo Montse-. Dices que un tal Quim Aumatell vio dos coches, pero los otros sólo uno. No lo entiendo. ¿Puede ser que tu compañero fuera borracho y lo viera todo doble?
- No, porque debía ser al contrario, que debíamos ser nosotros los que íbamos colocadísimos. Porque él, cuando conducía, no consumía nada.
Cuando Vicente Vila intuyó que en el despacho sonaba la hora de las despedidas, cogió unos impresos de la mesa y salió del banco.
Jordi Solé, por su parte, acompañó a Montse hasta la puerta de la calle y se la abrió para que ella pasara. Hacía años que no se las había visto tan amargas como aquella mañana.
Ella ya estaba en la calle pero reinició el ataque:
- Un último favor, dígame dónde puedo encontrar a Quim Aumatell, por favor.
- Y tanto- exclamó él, un poco liberado de la tensión nerviosa que había sentido durante los últimos treinta minutos-: vive en el Tíbet, retirado del mundo.
Montse escuchó estas palabras con desencanto. Después cuando se giró y él ya no la veía, hizo un gesto de asco.
Ella había aparcado el coche en una calle perpendicular a la de la sucursal bancaria. Cuando entro, Vicente Vila, sentado en el asiento del copiloto, la recibió con una sonrisa de complicidad. Montse también se mostró muy divertida mientras abría el doble fondo de su bolso y sacaba una grabadora en formato pequeño. La abrió y le enseñó la cinta al ex jefe de Informativos de TV7, que todavía tenía su microcámara oculta entre los pliegues del periódico. Entonces lo desplegó, abrió la cámara, sacó la película y se la dio.
- No será gran cosa pero te servirá para el reportaje- le dijo.
Misión cumplida.
Montse llegó con el Audi A3 al cruce donde le esperaba Roger, que llevaba una cámara de TV7. Vicente Vila ya no estaba en el coche.
- ¿Cómo ha ido?- le preguntó Roger tan pronto como entró en el vehículo.
- Prácticamente no sabe nada, pero parece que además del coche de Héctor había otro. Después te lo explico con pelos y señales, pero ahora nos tenemos que espabilar o llegaremos tarde a la conferencia de prensa de Vidal- le respondió Montse.
Como se habían entendido, Roger había estado mirando en la guía de facultativos de diferentes mutuas y sólo había encontrado dos doctores “J. Calvet”.
- Uno es dentista. El otro, ginecólogo!- le comunicó a Montse.
- Te dejo elegir.
- Oh! Mira si me gustan los dentistas que de buena gana me iba al ginecólogo.
- Véte.
Entraron en la sala de prensa de comisaría en el mismo momento en que César Vidal se disponía a hablar. Casi no cabían de tantos periodistas gráficos y literarios que se habían congregado allí.
- Una vez levantado el secreto de sumario quiero ofrecerles un resumen. Me centraré en los puntos más significativos. Héctor Moreno…- inició su discurso el policía.
Roger se alegró de que Montse encontrara un sitio adecuado para grabar a muchos metros de donde estaba el hombre. A diferencia de Jordi Solé y compañía, a él no le apalearon en comisaría, pero el comisario le dio tantas collejas, las dos veces que lo interrogó, que todavía se le engangrenaba el espíritu cuando le veía.
La expectación inicial de los periodistas fueron minando hasta convertirse en soporífero: lo que el comisario les estaba relatando hacía días que era de dominio público.
- Ya verás como no nos dice nada nuevo-le susurró Roger a Montse.
- Calla, a lo mejor en el turno de preguntas tenemos más suerte.
En resumen, César Vidal había dicho que Héctor había estado acusado de estas dos muertes teniendo en cuenta una serie de indicios, a saber: se le había visto salir de la discoteca con las chicas, las armas empleadas en la muerte de las tres eran las mismas y, además, se había encontrado la placa del llavero de su coche en la tumba de Eva y Lorena.
- Sáquenselo de la cabeza- respondió, enérgico y contundente, el comisario a un periodista que le había preguntado-. Es verdad que en los últimos años ha habido alguna desaparición de chicas jóvenes. Pero el caso que nos ocupa no es el de una red organizada de pederastas criminales, como la descubierta en Bélgica hace unos meses, sino los crímenes de un único individuo, y todavía supuesto, por lo que respecta a Eva y Lorena, asesino patológico.
- Y no se podría dar el caso de que Héctor Moreno formara parte de alguna red satánica? De estas que proliferan tanto en los últimos años a causa del fin del milenio?
La pregunta la formuló la enviada especial de Hoy y la respuesta del comisario fue igualmente negativa. Ella lo decía por el ritual de los tres tiros, que se repetía en todos los casos, además del apuñalamiento múltiple.
- ¿Es cierto que la ropa íntima de Eva y Lorena no ha aparecido aún?- preguntó otro periodista.
- Usted lo ha dicho- respondió César Vidal y todo el mundo escuchó atentamente-. Pero eso no quiere decir que más adelante no aparezca, ya que la investigación continúa abierta.
La rueda de prensa ya no dio para nada más.
Cuando ya se iban, Roger descubrió a la sargento Anna Recasens en la penúltima fila. Con un bolígrafo y un bloc en la mano, vestía de civil y llevaba gafas de sol. Ella vio a Roger pero no hizo ninguna intención de saludarlo. Por tanto, Montse y él pasaron de largo.
- Aquella de las gafas de sol es la sargento de los Mossos que aparece en el vídeo- le dijo Roger a Montse mientras caminaban por el pasillo.
- ¿Qué hará aquí?- preguntó Montse.
- No lo sé- dijo Roger, pensativo.
En el botijo de cerámica no quedaba ni una gota de vino negro del Priorat que les había entonado un poco. Estaban en “Can Llesques”, en la plaza del Rey, en frente mismo del Museo Arqueológico. Cada minuto que pasaba, Roger ofrecía un semblante más serio.
- Te propongo que dejemos para mañana el trabajo del primer forense- dijo con un tono tan apagado que parecía una súplica.
Montse no le respondió directamente sino que le cogió las manos, que él tenía sobre la mesa.
- ¿Vienes conmigo?- le invitó.
- No puedo. Esta tarde…- se excusó él con un hilo de voz y los ojos brillantes.
- De acuerdo- dijo ella mientras le apretaba las manos con fuerza. Después se levantó y le dio un beso muy cerca de los labios-. Adios- se despidió.
Aquella tarde… Roger se refugió delante de la tumba de Eva. Aquel día justamente hacía cuatro años que se habían besado por primera vez. Y ahora sabía que nunca más volvería a saborear unos besos tan tiernos y dulces como aquellos.
La visita-homenaje no le alejó del dolor, pero al menos le disipó la angustia. Y sin darse cuenta, se despidió de Eva con la mano, como habían hecho la noche en que ella subió al autobús que se la tenía que llevar en aquel viaje sin retorno.
Manel Joan i Arinyó, "El cas Torreforta"
Cuidate, un besazo!!
Te dejo descansar unos dias pero el...jueves quiero mas ehhh!!!!
Bicos!!
No se yo el Hector Moreno..ami me d que pensar la cosa..Y que tinen q ver el jubilado con Montse??mmm..
1 besazo =)