jueves, 12 de febrero de 2009



Eran las nueve de la mañana. Montse se estaba preparando un zumo de zanahoria con la licuadora cuando sonó el teléfono. En la cocina tenía un supletorio y lo cogió. Era Roger, que acababa de recibir una llamada de Teresa Fortuny. Su marido quería tratar con él el tema del dinero. Le esperaba en el despacho de la empresa aquella misma mañana. Y él quería que Montse le acompañara... "No es el perro, ni tampoco el espejo, el mejor amigo de la mujer, sino la cama!" se dijo ella, presa de una sonrisa interior muy gratificante.

- Pasaré a recogerte de aquí a una hora- le anunció Roger.

Este parecía más animado que nunca y le contagió la energía hasta el punto de que el codo le chocó con el vaso de zumo y lo tiró. Pero le daba igual ahora el desayuno. Había cosas mucho más importantes que hacer en los próximos sesenta minutos. La primera, conseguir la microcámara, que todavía no había tenido tiempo de comprarse una.

- La necesito en seguida. Es una urgencia. Yo no tengo tiempo de pasar a recogerla. Tráemela tú aquí por favor- solicitó a Vicente, que todavía estaba en la cama.

Ella hizo una pausa para que el otro pudiera expresar sus razones sin sufrir ninguna interrupción. Cuando calculó que ya había acabado, manifestó:

- El precio del alquiler yo no te lo he preguntado. Márcalo tú mismo. El otro tema no es ahora el momento de tratarlo.


- Caramba, amiga, ¿quieres decir que no te has pasado?- exclamó Roger, impresionado, cuando Montse subió al Peugeot. Llevaba el abrigo en una mano y el bolso en la otra.

- ¿Qué paaaaaasa? ¿Que no te gusta que me arregle y esté atractiva?

El caso no era ese. El caso era que Montse estaba mucho más que atractiva. Con unas mallas ajustadísimas, que parecía que estallarían de un momento a otro, el escote que relucía habría resucitado a un muerto.

- Mujer, entre mucho y poco- se quejó Roger.

- Tú calla y mira al frente si no quieres que nos choquemos- le regañó ella, divertida, y se puso en el pelo un pañuelo de seda que llevaba disimulado entre el abrigo-. ¿Así estoy bastante decente para el señor?- se burló.

En la sala de espera, Montse y Roger reflexionaban pero los pensamientos de uno y de otra ya no podían ser más divergentes. Ella pensaba que esta vez la muerte no había hecho distinciones entre ricos y pobres. En las divagaciones mentales de Roger, en cambio, el poder adquisitivo sí que tenía un papel preponderante. "Triunfar en la vida también debe querer decir eso", meditaba: "poder elegir para secretarias las chicas más jóvenes y guapas...".

Porque el barcelonés Antonio Castro era un triunfador nato, eso no lo podía discutir nadie.

Sus padres tenían una humilde tienda en la plaza de San Just. Él, después de acabar el bachillerato superior, se matriculó en una academia particular para prepararse las oposiciones a banca, que aprobó a la primera.

Bien plantado, con facilidad de palabra y bailarín excepcional, como le iba la marcha, se especializó en el baile de las facultades. Allí las chicas eran más guapas, iban bien vestidas, siempre olían bien y, sobre todo, estaban más liberadas. Y encontró un buen partido. Sin duda, el mejor de todos y desde todos los puntos de vista, especialmente por el que hacía referencia al último apartado: Teresa Fortuny.

Al poco tiempo de casarse el suegro le pidió que dejara el trabajo del banco, ya que lo quería a su lado para enseñarle los secretos empresariales. Pronto se dio cuenta que acertó de pleno: el yerno tenía olfato para los negocios. Por eso, gradualmente, le fue dando más poder, hasta que le cedió completamente las riendas de Baobab, una empresa con tradición y muy consistente, pero anclada en el pasado. En pocos meses, Antonio Castro la convirtió en la líder indiscutible del mercado estatal y en una de las primeras de Europa.

Este relieve en la dirección se precipitó a raíz de saberse que el nombre del señor Bartomeu Fortuny figuraba en una lista de los GRAPO como objetivo de secuestro. El pobre hombre se asustó mucho y se jubiló inmediatamente. Entonces, Antonio Castro le montó un gran servicio de protección, que después heredó él, aunque en menor medida. El viejo empresario murió antes de cumplirse un año desde que se había jubilado.

Roger entró en el despacho un poco asustado. Suerte que la cordialidad y las buenas maneras del padre de Sandra hicieron que se serenara bastante. "Además", se dijo, "él y yo somos viejos compañeros de suplicio". A pesar de eso, no dejó de observar un posado tímido y respetuoso durante todo el tiempo que duró la entrevista.

Montse, contrariamente, tan pronto como Roger hizo las presentaciones ya empezó a navegar en el polo opuesto. Su compañero no la había visto nunca tan explosiva. Hubo momentos que pensó que rozaba la vergüenza incluso.

En cuanto al tercer implicado, le faltó poco para que se le cayera el bolígrafo de las manos cuando la periodista se quitó el abrigo y lo dejó en el respaldo de la butaca. De hecho, más de una vez se le trabó la lengua a lo largo de la conversación, porque había momentos en que el pañuelo tapaba el escote, pero había otros en que no. Montse dejó cucamente el bolso de mano encima de la mesa.

- Roger, ya sabes que yo he confiado siempre en los Tribunales de Justicia. Tú, me parece que no, ya que me estás diciendo tanto ahora como hace tres años que no se investigó ni actuó como se debía. Me lo tendrás que demostrar para que te crea- fue la intervención de Antonio Castro después del preámbulo del joven.


En otro momento, también le dijo que comprendía muy bien cómo se encontraba, ya que él había pasado por la misma situación.

- Experimentas una rabia inmensa contra todo y contra todos. Tú mismo te odias, porque piensas que si hubieras obrado de otra manera se habría podido evitar la tragedia...

"Te obcecas tanto que incluso te dan ganas de hacer justicia con tus manos. Ojo por ojo, diente por diente! Y te prometes que el día que él salga ed la prisión, tú entrarás. Hasta que poco a poco recobras la lucidez y la razón se impone...


El periodista había medido muy bien sus palabras para no revelar nada de lo que habían descubierto hasta entonces. Por eso le hizo falta adornar su discurso con una retórica sentimental que, si bien reflejaba sus sentimientos más profundos, quedaba un poco fuera de lugar. "Créame, señor Castro, no hablo por hablar. Para mí, el recuerdo de Eva, y también el de Lorena y el de Sandra, es demasiado bonito, y el dolor de ustedes, sagrado, como para venir a molestarlos con tonterías..." había manifestado, por ejemplo.

Montse, al final, no pudo reprimirse y después de mirar a su compañero de reojo, le dijo a Castro:

- Roger no se ha expresado con propiedad. Pruebas concretas no tenemos todavía. De momento son sólo suposiciones, hipótesis de trabajo- y le miró fijamente a los ojos, como estudiándolo.

El padre de Sandra no le pudo aguantar la mirada y la desvió. Aquel escote le estaba mareando. Él no quería mirarlo, pero los ojos se le iban solos. Entonces fue Roger el que hizo uso de la palabra y comunicó al anfitrión que también tenían las gestiones muy avanzadas para hablar personalmente con Héctor Moreno.

- No!-gritó Antonio Castro-. No vuelvas a repetir este nombre delante de mí, si no es absolutamente imprescindible. Pierdo los nervios y sería capaz de perpetrar cualquier locura- les aclaró-. No puedo evitarlo, perdonad. ¿Queréis tomar algo?

Roger y Montse le dijeron que no él y después de disculparse, salió del despacho.

En el despacho contiguo pidió a una secretaria que le fuera a buscar un té con limón. En seguida entró a la sala de seguridad de la empresa y se acercó al panel de monitores. Sin haberle dicho nada, el guardia jurado que los controlaba hizo un zoom hacia el bolso de Montse.

- ¿Podría haber una grabadora?- se interesó Castro.

- Incluso una microcámara- le respondió el otro. Cuando Castro entró de nuevo en su despacho con el vaso en la mano, había recobrado ostensiblemente la calma. Al pasar hacia su sitio se dio cuenta que Montse estaba sentada de lado por haber dejado su abrigo en el respaldo de la butaca. Caballeroso, lo cogió y lo colgó en una percha que había cerca de la puerta.

- Gracias- le dijo ella con educación.

Él le hizo un repaso de arriba a abajo. Esta vez no exteriorizó ninguna sensación de vergüenza ni timidez. Después se sentó.

- Hablado con él, si queréis- retomó Castro la conversación donde la habían dejado- pero ya os advierto que las manifestaciones de este degenerado no tienen ningún valor- aseveró exaltadamente-. Antes del juicio por la muerte de Sandra hizo siete declaraciones diferentes y absolutamente contradictorias. Además de inverosímiles!

- Eso ya lo sabemos, pero...- se atrevió a manifestar tímidamente Roger.

- No hay peros que valgan!- le cortó Castro, que se tuvo que controlar para no ponerse a gritar-. En el caso de Eva y de Lorena me guardaré mucho de afirmar una cosa u otra- Ahora bien, por lo que respecta a mi hija, yo os aseguro categóricamente que este sádico es el único, único y verdadero asesino!

Tanta era la certeza de Castro que hizo que Montse plantara los oídos, al mismo tiempo que un sexto sentido la hizo intervenir.

- La policía no es infalible- pronunció.

Castro se la quedó mirando -y admirando- y, como si ella le hubiera ganado una partida imaginaria, mostró sus cartas:

- Hay otros profesionales- confesó.

Montse lo captó a la primera. Roger, en cambio, no acababa de caerse del nido.

- Así, pues, las declaraciones de su abogado diciendo que lo dejaban todo en manos de la justicia... - manifestó un poco más tarde, cuando Castro ya se había explicado.

- Cuando mi hija apareció muerta- les reveló Antonio Castro, apesarado- pensé que no podría superarlo. Con todo, cuando me dí cuenta que mi mujer, los niños y la abuela estaban todavía más desesperadas que yo, me hice el corazón fuerte y me prometí que saldríamos.

"Una de las primeras cosas que decidí fue que no permitiría, de ninguna de las maneras, que nuestro dolor se convirtiera en un espectáculo morboso. Así que no estuve ni un solo día cruzado de brazos. Porque una cosa era luchar para no crear un sufrimiento innecesario a los niños, pero otra muy diferente habría sido esperar pacientemente los resultados de la investigación oficial, casi siempre tan lenta. Aunque también os digo que en mi caso no tengo ninguna queja, al revés.

"Ya puestos, os lo diré todo: contraté un equipo de detectives. El más prestigioso que enontré. Me costó una riñonada, pero eso es igual. Lo único significativo es que llegaron al mismo sitio que la policía.

A partir de este punto de la exposición, Roger temió que no consiguieran la ayuda económica que habían ido a buscar.

Montse, por su parte, también lo veía complicado pero no se dio por vencida tan fácilmente:

- Todo esto que has dicho está muy bien, y te agradecemos la franqueza, pero quiero terminar de explicarte el asunto por el que hemos venido aquí.

"Hace tres o cuatro semanas Roger y yo recibimos de TV7 el encargo de elaborar unos reportajes sobre el caso Torreforta. Esta responsabilidad no la podemos evitar, pero lo que sí intentamos, como es norma en la casa, es que nuestro trabajo no alimente la morbosidad de la gente.

"Ahora bien, la cosa se nos ha complicado cuando, a medida que hemos avanzado en la investigación periodística, hemos ido descubriendo una serie de datos extraños, por decirlo de alguna manera. Y nos da no sé qué ir a la policía, tenemos nuestras reservas.

Castro la dejó acabar y, después de observarlos un momento en silencio, les propuso un trato: de momento elaborarían los reportajes prescindiendo de aquellos detalles que decían que no les cuadraban. Y él volvería a poner la agencia de detectives en el caso.

- Pero que quede bien claro que lo hago en memoria de las amigas de mi hija. Porque por lo que respecta a ella, ya os he dicho que no tengo ninguna duda de la culpabilidad del canalla que hay en la cárcel!

- Sí, pero nosotros ya... - intervino Montse de nuevo.

- Vosotros, ya lo sé- la cortó Castro-. Me lo ha dicho Teresa. Vosotros ya os habéis embarcado y necesitáis quinientas mil pesetas para hacer frente a los primeros gastos. Aquí las tenéis- Castro abrió una agenda grande y sacó un cheque al portador por esa cantidad. Se lo dio a Montse, que lo cogió y se lo quedó en la mano-. Por dinero no paséis angustia, que haré frente a cualquier iniciativa que ya hayáis emprendido- añadió el padre de Sandra. Y acabó pidiéndoles-: ahora elaboraremos un plan conjunto de acción. Decidme qué habéis encontrado de anormal.

- Resulta que...- se lanzó Roger, pero Montse se levantó y le cortó sin ningún tipo de miramientos.

- Nos esperan urgentemente en los estudios. Si podemos, mañana mismo te daremos en mano un dossier completísimo- le prometió a Castro, que se quedó un poco despagado.


- ¿Qué te ha parecido? Cojonudo, ¿no? Medio millón para comenzar y la promesa de que él se hará cargo de todos los gastos!- Roger no se lo terminaba de creer. Circulaban por Torreforta y se dirigían a Tarragona.

- No me lo esperaba, la verdad- le respondió ella con la mirada un poco ausente. "¿Hasta qué punto la realidad de los detectives no invalidaba todo lo que les habia dicho Calvet?", estaba pensativa.

Unos minutos más tarde Roger también se mortificó por los mismos pensamientos y sin que Montse le hubiera hecho ningún comentario. "Qué desastre, si todo había estado producido por un ataque de delirio tremendo de aquel borracho!", se sobresaltó, con la mirada atenta al tráfico.

Montse y Vicente Vila acababan de ver las imágenes de la entrevista a castro en el monitor del televisor del piso de la chica. La grabación era muy deficiente, pero como documento tenía una fuerza considerable.

Ella quiso saber qué impresión le causaba todo aquello. El ex jefe de Informativos le dijo que él lo encontraba sincero, y era buena señal que no se había hecho nada de rogar para darles el dinero. De todas maneras, también le recomendó que actuara con prevención en todo aquello que hiciera referencia al reportaje, ya que, si Castro intuía que hubiera algo que involucrara a su familia, haría todo lo posible para vetarlo.

- Lo tendré en cuenta- le aseguró Montse-. Por cierto- continuó hablando-, antes de irnos nos ha impuesto una condición para trabajar juntos: las madres de Eva y de Lorena tienen que quedar al margen de todo.

La razón que les había ofrecido era de peso: en casa habían estado todos en manos de pisquiatras. Su mujer era la que lo había pasado peor y no se acababa nunca de recuperar. Los hijos y él la colmaban de atenciones tanto como podían. Y ahora tenía miedo de que recayera si las otras madres le inflaban la cabeza.

Esta prevención de Castro, Vicente Vila también la vio lógica.

- Sinceramente, ¿tú lo crees capaz de actuar de justiciero si alguna vez Héctor se le ponía a tiro?- preguntó Montse.

- Oh, no se sabe nunca.

Vicente acabó de poner la microcámara en la funda, cogió el sobre que había encima de la mesa y, un poco desanimado, dijo a Montse:

- Yo que me había hecho a la idea de cobrar en especies esta vez...

- Au, va!- le despachó ella, sonriendo, mientras le acompañaba hacia la puerta.

Vicente salió del piso y Montse cerró la puerta, pero en seguida la volvió a abrir para decirle:

- A propósito, ya que te has puesto así: prepárate porque pronto te enviaré de misión a un lugar donde te alegrarás la vista bien!

Manel Joan i Arinyó, "El cas Torreforta"

2 Comments:

  1. Anónimo said...
    A donde lo mandara..??jajj a saber..pues yo pienso que Hector no ha sido,pero bueno,no se,hay que esperar al final..Me estoy imaginando a Montse con esa vestimenta y la cara del viejo..y de Rogger..
    1 besazo =)
    Yaiza said...
    Holaa!! aqui me paso muchos besos wapa!

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