- Buenas noticias, Montse- fue la bienvenida que le dio Roger a la mañana siguiente cuando la chica entró en la sala de Informativos.
Había llamado Nuria desde la cárcel, como Montse no estaba se lo dijo a Roger: Héctor estaba dispuesto a hablar con ellos.
- Y le podremos grabar, me imagino- aventuró Montse.
- Eso no me lo ha dicho- le respondió Roger.
- Ahora llamaré a Nuria. ¿Qué día tenemos que ir?
- Pasado mañana...
Roger también le explicó que después de hablar con la monitora de la cárcel había recibido una llamada de Antonio Castro. Quiso saber a qué hora le llevarían el dossier. Entonces Roger, impactado por la noticia que le había dado Nuria, no se había podido reprimido de comentársela al padre de Sandra. Éste, contrariamente a lo que él se imaginaba, le había dicho que sí, que trataran de coger al máximo a aquel monstruo!
- ¿Qué dices que has hecho?- le preguntó Montse, sorprendida, intentado contenerse.
- Le he dicho a Antonio Castro que hablaremos con Héctor. ¿No hemos acordado trabajar juntos?- le replicó Roger, ingenuamente.
Montse no pudo evitarlo y reprendió a su compañero. Había que ser más sagaz y elegir la información que se podía dar y la que no. Si no, no conseguirían nunca hacer el reportaje. En este punto, la paciencia y la bonhomía de Roger tocaron fondo y estalló.
- Me cago en los cojones!- gritó, exaltado-. Que le jodan al reportaje, al periodismo, al caso Torreforta, a TV7 y a la madre que lo parió! Yo lo único que quiero es saber quién mató a Eva y por qué; y tratar por todos los medios que se haga justicia! El resto es mierda!
Montse se quedó boquiabierta. De Roger se podía esperar cualquier cosa, menos un acto de furia como aquel. Ahora, ella también tenía su genio. "De acuerdo, chico", pensó en su interior. "Tienes derecho a pensar lo que te dé la gana, pero no eres nadie para joder mi trabajo". Aunque, no obstante, discurrió que si se dejaba llevar por el orgulo aquello habría sido como encender una traca dentro de un polvorín. Por tanto, se mordió la lengua y trató de reestablecer los puntos del diálogo.
- Perdona, Roger- se le dirigió tiernamente-, tienes toda la razón. Es más, no nos engañemos: en mi orden de prioridades, saber la verdad y que se haga justicia también ocupa el puesto de honor. Y por más de un motivo. Como persona, como mujer y... En fin, como buena amiga tuya que me considero.
Roger volvía a ser una balsa de aceite.
Montse pensó que ya miraría ella para hacerle entrar en razón, aunque fuera maternalmente, un poco más alante. Hasta hacerle comprender que, si no actuaba con un poco más de picardía y prudencia, no conseguiría desenmascarar nada nunca. Puede ser que se le presentara la ocasión mientras hacían el camino hacia la consulta de Calvet...
- Sentaos- les indicó el forense. Su rostro revelaba una gravedad extrema.
Encima de la mesa de trabajo tenía todas las fotografías de los cráneos de Scala Dei, como también en la pantalla del visor de radiografías, que estaba iluminada.
- Preparaos para sentir algo muy fuerte- les advirtió. No dramatizaba.
Él había contrastado las fichas de las dentaduras que le había conseguido su primo el dentista con los mordiscos que había fotografiado Montse. Y estaba en condiciones de afirmar, categóricamente, que, como mínimo, siete de los diez cadáveres que ellos desenterraron eran de mujeres desaparecidas los últimos años en las comarcas tarragonenses.
- Todo esto es satánico!- murmulló Roger como si hablara solo-. Satánico!- repitió levantando un poco el tono de voz. Ya hacía muchos días que no dormía bien y se le veía demacrado.
Montse, que también se había impresionado mucho por la revelación de Calvet, exclamó:
- Dios mío! Este asunto está tomando unas dimensiones todavía más aterradoras. No sé qué tendremos que hacer.
Había dos alternativas: acudir a la policía o dejar que investigaran los detectives de Antonio Castro. Ya lo discutirían Roger y ella cuando no estuviera Calvet delante. Éste tenía sus propias ideas y se apresuró a exponerlas:
- Si es verdad que me habéis conseguido el dinero para realizar los análisis, yo no diría nada a nadie hasta que no conozcamos la identidad genética de los últimos individuos que estuvieron con Eva y Lorena.
- Está claro- Roger quiso continuar con el razonamiento-. Y como entonces seremos Montse y yo los que llevemos estas pruebas a la policía y a las acusaciones particulares, si hace falta con cámaras y todo, no habrá ningún peligro de que se extravíen.
Montse parecía perdida en un mar de dudas y optó por no abrir la boca. "¿Durante cuánto tiempo se conformará Antonio Castro a continuar pagando sin recibir ninguna aclaración a cambio...?", se preguntó. Vio aquí una complicación añadida.
En aquellos momentos, justamente Roger le estaba dando a Calvet el medio millón de pesetas en billetes de diez mil. "No te los gastes en vino!", le tendrían que haber recomendado quince días antes. Pero en estas dos semanas se habían obrado milagros en la persona del médico, tanto desde el punto de vista físico como en su conducta. No parecía el mismo. Aún así, Roger sintió una especie de escalofrío mientras le daba el dinero. "A mí quién me asegura que no nos está estafando y que sólo persigue hacer hervir la olla a costa de Montse y de mí...", sospechó.
- Saldré hoy mismo hacia Santiago de Compostela, que es el único lugar del estado español donde se pueden efectuar pruebas de ADN mitocondrial- les aseguró Calvet.
En seguida les explicó que, si los pelos recogidos eran de alguien que estaba fichado policialmente, habría muchas posibilidades de identificarlo. En caso contrario, les serviría de muy poco disponer de la ficha cromosómica de los últimos individuos que mantuvieron un contacto físico con Eva y Lorena. Eso siempre que los pelos no fueran de Héctor ni de las mismas chicas.
- Si salieran otros sospechosos- dijo el médico- entonces sí que podríamos hacer las comparaciones pertinentes.
Como Montse tenía que ir a Barcelona aquella tarde por un asunto familiar, ella misma llevó a Calvet al Prat.
- Házlo como quieras, Jaime, pero acaba las pruebas antes del juicio. Y manténme informada al día- le solicitó después de darle un beso cordial en los labios.
Anna había citado a Roger en su despacho. Acababa de recibir un fax de la policía francesa, donde le confirmaban que la ropa interior de Eva y Lorena formaban parte de la colección de fetiches de un integrante de la red de pederastas de París.
- Matándolos no pagan!- se descontroló Roger que casi sufrió convulsiones. Después se calmó un poco y manifestó-: confío que esta pista dará un impulso a la investigación-. Al mismo tiempo tenía que hacer un esfuerzo por no explicar a la sargento nada de lo que se traían entre manos Montse, Calvet y él.
- De eso se trata- le dijo Anna- de ir recogiendo pistas e ir encajándolas.
En consecuencia, quién era el autor de las fotos. Por una parte tenía que ponerlo en el informe que le había solicitado la Interpol. y por otra parte, como contribución profesional y personal a la causa, ella se había hecho el firme propósito de evitar que ese hallazgo entrara en vía muerta.
- Ten en cuenta- explicó Roger- que hasta ahora hablábamos de un triple crimen sexual; con todo lo que eso tiene de trágico y terrible, pero sin ninguna otra connotación. Ahora, en cambio, el asunto tomaba otra dimensión. Y el deber de la policía es investigar todo lo que haga referencia al caso.
"Fuiste tú el fotógrafo, ¿no?- trató de cogerlo desprevenido.
- Lo siento- le dijo Roger, que ahora, además de tener el semblante serio, también lo tenía triste-: tendrás que decirles que las recibiste de manera anónima. Para mí, el secreto profesional de los periodistas es un derecho sagrado.
La sargento lo miró con gravedad antes de decirle:
- Si yo te dijese que Eva y Lorena aparecieron en un vídeo snaff, ¿reconsiderarías tu postura?
- ¿Qué? ¿Eso es verdad?- se sobresaltó Roger.
- Yo no lo he visto personalmente, pero me lo han asegurado- le respondió ella.
- Estoy muy jodido Anna. Déjame unas horas- le suplicó-. Unas horas...
- No vamos bien, Roger. Créeme- le reconvenció la sargento-. No vamos nada bien.
Cargada de paciencia, le explicó que ella no había insistido nunca por capricho. Al contrario, quería hacerle comprender que en la investigación policial el estudio del detalle más insignificante conducía muchas veces a la resolución de casos complicadísimos.
- Ya ves que para la gente de la calle y para los diferentes medios, todos se creen en el derecho de proclamar que la policía es tonta. Algunos nos acusan incluso de ser elementos de una Gran Conspiración. Y no es eso. Es verdad que muchas veces la inaptitud nos gana, como algunas otras nos dejamos llevar por la inercia. Pero cuenta que en muchísimos casos es la falta de colaboración ciudadana, lo que nos impide llegar a buen puerto...- le explicó también.
Cada día que pasaba, Roger se sentía más cautivado por la mirada de la sargento, tan cálida y penetrante al mismo tiempo. Aquella tarde, aunque tenía la mente medio en blanco, no fue una excepción.
- Malamente del todo!- exclamó ella, severa y le devolvió a la vigilia-. Con tu actitud estás ocultando pruebas, te lo repito.
- No, Roger, no! El otro día, el tema de la ropa interior y hoy los pendientes! No me acuerdo. ¿Cómo tendría que acordarme!?- exclamó Belinda-, si pronto hará tres años que me fui de Torreforta?!
Para Roger el reportaje ya no tenía ninguna importancia, pero había hecho suyos los consejos de Montse. Y en esta nueva visita a la monitora de aeróbic se había guardado para el final la mala noticia. Si se la daba al principio, estaba claro que no sacaría nada positivo. El tema de los pendientes, como era ahora, era una cortina de humo: Montse y él sabían, gracias al vídeo y a las fotos posteriores, que Sandra, al menos en el vestuario del Pabellón Cubierto, llevaba tres pares de pendientes, y uno era el de las esmeraldas.
- Si me dieras los otros vídeos donde salen ellas, me harías un gran favor- manifestó Roger a continuación.
Belinda, cargada de paciencia, le preguntó para qué los quería. Le sudaba la frente y estaba ella un poco acalorada, ya que Roger tenía el don de la oportunidad y siempre que se presentaba la cogía dando clase.
Él se justificó diciéndole que los necesitaba para estudiarlos a fondo y mirar de detectar algún sospechoso de estar involucrado en el secuestro y asesinato de las chicas.
"Sí, escondido dentro de la ducha para verlas en pelotas!", se dijo Belinda y por poco no se le escapó la risa.
- Pues lo siento pero no tengo ni uno- le dijo la monitora, que se dio cuenta que Roger, inquisidor, estaba repasando con la mirada todas las estanterías del despacho.
- No me lo creo- le replicó él.
- No te lo creas, pero es verdad. Siempre los dejaba y ya los he visto bastante- y dicho ésto, Belinda reflexionó que tal vez había hablado más de la cuenta.
Como mínimo dio pie para que él continuara importunándola:
- Dime a quién se los dejabas y yo me encargaré de recobrarlos- le propuso.
La chica la miró derrotada y a Roger le pareció que se disponía a revelarle nombres y direcciones. Tenía el semblante apagado, ella, y le vino una especie de tic al labio inferior.
- ¿Y cómo quieres que lo recuerde después de tanto tiempo, Roger?- dijo suavemente-. A las madres de las alumnas, a alguna abuela o incluso a ellas mismas, ya que después de las actuaciones les gustaba verse en el televisor de casa...
- ¿Y a ningún padre?- le preguntó Roger.
- No- aseguró ella.
- ¿Seguro?- volvió a insistir él.
- Te lo juro- le volvió a confirmar Belinda.
- Mira, móntatelo como quieras, pero necesitamos ver todas las cintas- le advirtió Roger, a quien le había cambiado el tono de voz que ahora era mucho más duro.
- ¿Necesitáis? - repitió ella, con sorpresa-. ¿Quién las necesita?
Roger comprendió que ya no servía de nada continuar aquel juego. Si Belinda sabía algo que podía ser útil para la investigación, no se la diría a él, sino a los profesionales encargados de resolver el caso. Así que la puso un poco en antecedentes para que no le viniera todo de nuevas.
- Me sabe mal- comenzó- pero la policía me está presionando mucho y les tendré que dar la cinta y decirles que es tuya.
- Por favor, Roger, no me comprometas! - le suplicó ella, alarmada-. Tal como están las cosas últimamente, si ven a alguna chica desnuda serán capaces de pensar cualquier bestialidad.
"Tú sabes que yo no sería capaz de hacerles ningún mal. Y no permitiría tampoco que nadie se lo hiciera. Yo sólo las grababa para tener un recuerdo entrañable...
- No me queda otra alternativa -se mostró categórico Roger, que estaba tan triste o más que ella.
Poco a poco, Belinda había ido acercándosele...
- Tú y yo somos amigos. No me hagas esta putada... - le pidió seductoramente.
Por un instante, pareció que Roger la abrazaría pero la separó suavemente y se fue del despacho.
Pasados unos segundos de desconcierto, Belinda miró por la ventana para asegurarse de que Roger salía del gimnasio. Lo comprobó y, en seguida, se dirigió hacia el teléfono y marcó.
- Espérame aquí- le dijo Anna al Mosso que la acompañaba. Estaban dentro de un coche policial camuflado, que habían aparcado en la esquina más próxima del gimnasio. Acababan de hablar con la central por la radio.
Ella bajó del vehículo y, mientras se acercaba al gimnasio, no dejaba de preguntarse que le debía haber pasado a Roger allí dentro, ya que de lejos le había parecido verle más abatido que nunca, caminando cabizbajo y con los hombros muy caídos.
- Soy yo- decía Belinda en el auricular, pero la nueva visita la hizo colgar en el acto. No pudo disimular que se sobresaltó y le volvió el tic del labio.
- Soy la sargento Recasens. Quiero hablar con la señora Belinda Deltoro- dijo Anna nada más franquear la puerta.
- Soy yo. ¿Ha pasado algo?- preguntó, sorprendida
Montse tuvo una buena intención enviando a Vicente Vila a vigilar los movimientos de Belinda. Y eso que, un viejo verde como era, cualquier culo joven le distraería de lo que debía haber sido su única y exclusiva ocupación. En aquellos momentos, por ejemplo, en lugar de haber detectado la llegada de Anna, estaba sentado y quieto en una bicicleta estática y alucinaba marranadas mirando los estiramientos y los ejercicios de elasticidad que efectuaban unas jovencitas. Tenía que vigilar para que no se le cayera la baba. De hecho, descubrió a la Mosso de casualidad. Fue cuando finalmente se decidió a mover el culo para ir a decirle a Montse que Roger había ido y había estado hablando con Belinda. De reojo miró al despacho de ésta y vio a la sargento. La visión duró poco tiempo, ya que la monitora bajó la persiana del ventanal.
Al fin, Belinda pudo telefonar.
- Soy yo otra vez. Escúchame bien. Ha venido Roger- aquí hizo una pequeña pausa-. No, no. Él ha estado muy correcto, como siempre- otra pausa-. Además de las cintas, quería saber no sé qué de unos pendientes. Pero eso no es lo malo. Lo malo es que lo deben haber seguido, porque apenas se ha ido él ha llegado la policía. Era una sargento de los Mossos...- En este último punto Belinda se tuvo que separar un poco el auricular de la oreja, ya que la bronca que estaba recibiendo era tremenda-. Sí, ya lo sé, que la culpa es mía por no haberlo toreado la primera vez que se presentó- manifestó, vacilando-, pero ahora el mal ya está hecho... Y yo sé que tú puedes solucionarlo...
Manel Joan i Arinyó, "El cas Torreforta"
Mañana bodaaaaaaaaa....juyuuuuuuiiii.....
Cuidate muhco guapa!!
Un besazo!!!
Feliz domingo.