Hoy quiero empezar a compartir con todos los que lleguéis hasta aquí un libro que me leí hace tiempo y me gustó bastante, aunque va dirigido a adolescentes. Es un libro traducido de Manel Joan i Arinyó. Quiero decir que el autor aclara en su libro que "cualquier parecido de algún personaje, hecho o circunstancia de esta novela con la realidad es mera coincidencia".
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PREÁMBULO
Enero de 1994, lunes:
- Qué triste es la vida del okupa – empezó a susurrarle a la oreja José Miguel a Juan Albiol. Su intención era producirle un choque nervioso que le hiciera levantarse de la cama-. Lunes y buen día, madrugando y corriendo como un loco porque la pasma te está desocupando!- continuó, incisivo.
- Aaag! – reaccionó por fin el dormilón mientras se incorporaba un poco-. ¿De qué vas, tío?! ¿Quieres que suelte un bofetón?
- Caramba, qué poca sensibilidad poética! – se quejó José Miguel-. Sólo quería recordarte que antes de dos horas tenemos que estar en Barcelona.
Quim Aumatell y Jordi Solé miraban la escena reflejada al espejo y sonreían, satisfechos. Se estaban haciendo los últimos retoques a las crestas, que aquel día habían de resplandecer más que nunca. Sonreían, sí, pero la procesión iba por dentro. Sobre todo a Jordi, que seis meses antes había cogido una responsabilidad tan grave que ahora le temblaban las piernas. , meditaba, y se le volvía a escapar la sonrisa. .
En junio pasado, Jordi, sus tres amigos y nueve okupas más, habían sido los más fervientes defensores del cine Infanta, de Barcelona, cuando la policía cargó de madrugada para deshauciarlos. Después de dos horas de batalla campal, los últimos resistentes fueron reducidos y detenidos. Entonces, de camino a la comisaría de la Vía Laietana con la furgoneta celular, fue cuando Quim Aumatell, que tenía pocas pero buenas, le enredó de buena manera.
- Ya que Jordi tiene la carrera de Derecho acabada, ¿qué os parece si desde estos momentos lo nombramos nuestro abogado?
- Sí! Sí! – aclamaron la propuesta los compañeros de viaje.
Y dicho y hecho. Él, que no había ejercido nunca…
Mientras José Miguel y Quim ayudaban a Juan Albiol con la laca y los sprays de colores, Jordi cogió un rollo de papel higiénico y salió de la nave donde habían pasado la noche. Estaba situada en el antiguo polígono industrial de l’Arrabassada, cerca de la playa del mismo nombre, a las afueras de Tarragona norte.
El flamante abogado se dirigió a la nave de en frente, mucho más grande que la de ellos. Mientras entraba, iba mirando al suelo, ya que con tanto cachivache había que vigilar dónde pisabas. Cuando creyó que había encontrado el sitio adecuado se paró, se desabrochó los pantalones, se los bajó y se agachó. Fue entonces cuando levantó la vista y se le heló la sangre en las venas.
Dos horas más tarde el juicio por la ocupación del cine Infanta fue aplazado quince días por la incomparecencia forzosa de la defensa y parte de los acusados.
Tarragona, enero de 1997:
- ¿A cuál vas?- preguntó Roger a una chica que no había visto nunca por TV7-Televisión del Tarragonés.
- Al cuarto, a Informativos – le respondió ella. Eran los dos únicos ocupantes del ascensor.
Roger pulsó el botón y miró a la chica a la cara. Era morena, con el pelo negro y rizado, esbelta, un poco más de un metro setenta. Sus ojos, también muy oscuros, irradiaban belleza y serenidad. Más que penetrante, dirías que su mirada estaba adornada con un punto de misterio.
Ella también le miró a la cara y le pareció ver un resto de tristeza. Aun así, el chico, de pelo castaño y más bien delgado, era alto y muy guapo y, aunque vestía de sport, tenía una pose elegante. Debería tener 24 ó 25 años. Ella acababa de cumplir 26.
- ¿No serás el cámara de Barcelona que estábamos esperando, no? – le preguntó Roger de repente.
- En todo caso, la cámara – le rectificó ella-. Pues si, sí que soy yo. ¿Tú también eres de Informativos? – se interesó.
Él le respondió afirmativamente y aprovechó para presentarse:
- Me llamo Roger.
- Yo, Montse – le reveló la chica, que obvió la mano que Roger le había alargado para saludarla, y le dio dos besos en las mejillas, sonriendo.
Los dos ponían cara de estar gratamente sorprendidos. A él, incluso, le había desaparecido aquel destello de melancolía que tenía en la mirada un momento antes.
Cuando llegaron a la cuarta planta, las puertas del ascensor se abrieron automáticamente. Roger se apartó un poco para cederle el paso a la nueva compañera, pero en seguida comprendió que ella no le aceptaba el cumplimiento. Por tanto, salió él primero. Volvía a tener el semblante afligido. La culpa era de la cabellera negra y rizada de Montse.
Por lo que a ella se refiere, en aquellos momentos no veía la cara de Roger porque lo tenía de espaldas, pero fue como si le contagiara la tristeza. Con dos dedos se cogió y estiró por encima de la camisa la parte central del sujetador. Era un tic que le venía cuando estaba nerviosa. En los siguientes cinco minutos lo repitió unas cuantas veces.
Como los dos tenían que pasar por el despacho del jefe, Vicente Vila, decidieron ir juntos. Lo encontraron sentado a su mesa de trabajo, tecleando en el ordenador. Tan pronto como éste vio entrar a Roger, se levantó y caminó hacia él, extremadamente serio.
- Te estaba buscando, Roger. Tenemos que hablar en seguida.
- ¿Pasa algo? – se alarmó el joven periodista.
No tuvo tiempo a notificárselo: la sintonía y la careta del Avance Informativo de TV7 se apoderaron de todos los monitores del panel y monopolizaron la atención de Montse y de los dos hombres.
"Alrededor de las seis de la tarde de ayer", el rostro severo del locutor no permitía presagiar nada bueno, "fueron encontrados dos cadáveres femeninos en el patio de la antigua cartuja d’Scala Dei, en el municipio de la Morera de Montsant (Priorat). Los informes policiales", prosiguió con voz firme y serena, "señalaban que se trataba de los cuerpos de Lorena Comes y Eva Rovira, las dos chicas del barrio de Torreforta, Tarragona, desaparecidas hace tres años". Los rostros de Eva y Lorena ocupaban el monitor.
Roger, preso de un abatimiento mortal, había estado a punto de perder el sentido, pero se recuperó un poco y salió precipitadamente del despacho.
"Eva y Lorena", continuó el locutor, "fueron vistas por última vez en compañía de su amiga Sandra Castro, que fue encontrada muerta la misma mañana de la desaparición".
Cuando Roger se fue, Vicente y Montse se quedaron mirándose en silencio, hasta que ella exclamó:
- ¡Pobre chico!
Ella, visiblemente afectada por la reacción de Roger y las palabras de Vicente, repitió su tic.
"Justamente, el cadáver de ésta", se escuchaba la voz del locutor en off, ya que en los monitores había una fotografía de Sandra, "los cuerpos descubiertos ayer presentaban heridas…" Ahora, en cambio, en el despacho del jefe de Informativos no había nadie escuchándolo.
- Lo siento mucho, Roger. Desde que mi contacto en los juzgados me ha transmitido el rumor, he intentado localizarte, pero no lo he conseguido…
Roger miraba a Vicente de vez en cuando y hacía por escuchar sus palabras, pero no entendía nada de lo que le decía. Estaban en los lavabos e igual tenía el antebrazo apoyado contra tabique como probaba sacudirse la cara, con muy poca maña.
- Perdonad – dijo, por fin, con la voz tan rota que apenas resultó entendible. Y salieron.
Vicente se giró hacia Montse, que le había seguido y estaba cerca de la puerta y le reveló:
- Una de las chicas que han encontrado muerta era su novia.
Ella le miró con cara de circunstancias y no dijo nada. De nuevo, se cogió y estiró por encima de la camisa la parte central del sujetador.
Con los ojos bien rojos, Roger no conseguía concentrarse en la conducción de su Peugeot 309. El instinto le había dicho que fuera a Torreforta, su antiguo barrio, para tratar de localizar a los padres y las hermanas de Eva y consolarlos, él que era un pozo de desconsuelo.
Había estado tres años pensando en ella de la noche a la mañana. Tres largos y negros años de insomnio y cavilaciones patéticas. En un principio quiso creer que las dos amigas se habían ido de casa voluntariamente. Cuando esta teoría, la más benigna, cayó por su propio peso y se desmenuzó, pensó que tal vez se habían drogado más de la cuenta y deambulaban, desorientadas y perdidas, por estos mundos de Dios… Las otras hipótesis, no! No! No eran posibles, se resistía incluso a considerarlas. El destino no podía ensañarse tan cruelmente con Eva y Lorena, dos chicas en flor que justo despertaban en la vida. Y desde luego, era la suposición más fundada: atendiendo a la aparición del cadáver de Sandra, nada hacía sospechar que ellas dos habían corrido mejor suerte. Pero se resistía a admitirlo. No, su Eva y la amiga no habían sido víctimas de ningún sádico, ni de una organización de trata de blancas, ni de ninguna red de pederastas criminales!
Los primeros días después de la desaparición, su sufrimiento se volvió tan productivo que pasaba las horas trabajando por la causa. Hizo más que los padres de Lorena y de Eva, que ya es decir. En cuanto a la madre y al padre de Sandra, estos, sobrecogidos por la desgracia, se cerraron en banda y fue como si se los hubiera tragado la tierra. A pesar de eso, colaboraron económicamente en todas las acciones que Roger impulsó durante aquellas semanas de frenética búsqueda. Fatalmente infructuosa.
Así pues, a parte de coordinar las intervenciones de los familiares en los diferentes medios de comunicación, Roger organizó la Marcha Blanca, manifestación que reunió a más de veinte mil personas en Torreforta reclamando la aparición de las jóvenes. Simultáneamente, se encargó de la impresión y distribución de treinta y cinco mil carteles con fotos de ellas, acompañadas de un texto en cinco idiomas y los diferentes teléfonos de contacto. El hecho de que los padres de estas chicas fueran camioneros fue determinante en la difusión del cartel por toda Europa.
Después, cuando aterrizó… Un caos de depresión y angustia.
Antes de salir del núcleo urbano de la capital, Roger ya había recibido broncas por parte de algunos conductores a causa de las maniobras tan inconsecuentes y peligrosas que efectuaba. Cuando llegó a la carretera todavía fue peor: en una distracción estuvo a punto de hacer caer a un motorista. Este incidente le asustó de verdad y, a parte de reducir la velocidad, se situó definitivamente en el carril de la derecha.
En un momento determinado le adelantó un autobús escolar. En el asiento posterior había cuatro o cinco niñas arrodilladas que, satisfechas, le saludaron con la mano. Él, de alguna manera, intentó devolverles el saludo, pero le pareció que las niñas cambiaban la expresión de alegría por una de estupefacción. El espejo retrovisor se encargó de decirle por qué: les había ofrecido un semblante tan funerario que daba miedo.
Desde el tablero del coche, Eva y Lorena le observaban, inmóvil, en su esquela anticipada.
...
Manel Joan i Arinyó, "El cas Torreforta"
Pasaré para ver la continuacion...jeje
Cuidate mucho, un beso!!
En el confesionario de Kiko tiene nuevo post y me gustaría que leyeras el primer comentario que es el mío.... y va por ti...
Saludos y gracias por apoyarnos...
:)
soy una colaboradora del blog de camaleon slpc y vi tu blog como segudor asi q me pase a echar un vistazo!! bsss
Besos!
Voy a por los siguientes capitulos!!!!
Biquiños!!