martes, 27 de enero de 2009

CAPÍTULO 2



Torreforta, enero de 1994, sábado:


El Pabellón Cubierto era una fiesta. Las alumnas del gimnasio Top Aeróbic festejaban con una exhibición el título que habían conseguido hacía unos días: el Campeonato de Cataluña de aeróbic por equipos. Eran entre veintitrés y veinticinco encima del escenario, todas a punto de caramelo. En la primera línea destacaban Eva, Sandra y Lorena.

Roger tenía que acabar urgentemente un trabajo de clase, pero aún así no había querido perderse el espectáculo y ahora se le caía la baba. Ciertamente, las evoluciones de Eva al ritmo de la música lo tenían hipnotizado. Las contorsiones mágicas de aquel cuerpo espléndido que él, con los ojos cerrados, habría distinguido entre miles. Con el tacto, con el olfato, con el sabor…

Belinda, la monitora tampoco se podía perder detalle y grababa en vídeo la actuación. Se acercaba a los treinta y cinco años, pero no aparentaba más de veinte. Rubia y de una altura mediana, la rotundidad de sus formas y la elasticidad en los movimientos constituían motivo de exclamación y deseo entre los adorados del bello sexo, así como envidia entre muchas mujeres, que querrían tener su físico. Aquella temporada llevaba el pelo muy corto.

Roger no era de piedra y de vez en cuando sus ojos también confluían en las posaderas de la monitora. Se la imaginaba con su mallot ajustadísimo, que le hacía resaltar esplendorosamente la anatomía. Aquella tarde llevaba un chandall blanco y azul con el nombre del gimnasio y el de la empresa que la sponsorizaba: “Baobab – Import”. De hecho, alrededor del recinto, que estaba lleno a reventar, había carteles, ya que esa misma firma patrocinaba el acto de aquella tarde. Con todo, el cartel que más destacaba era uno que habían confeccionado los directivos de la Asociación de Vecinos del barrio y que proclamaba: “Enhorabuena, campeonas”.

Entre baile y baile Belinda aprovechaba para grabar al público. Cuando descubrió a Roger, le dedicó una sonrisa la mar de picarona. De todos los novios de las chicas, él era el que le caía mejor.

Con anterioridad, Belinda había detectado también la llegada de Antonio Castro, que había acudido acompañado de su mujer, Teresa Fortuny, la farmacéutica de Torreforta. Eran los padres de Sandra. Se sentaron en un lugar prominente, que tenían reservado. En seguida los espectadores de alrededor los saludaron con respeto y cortesía.

Cuando se acabó la exhibición, el público parecía que se iba a romper las manos aplaudiendo. Naturalmente, los que ovacionaban con más ardor eran los familiares de las participantes, entre los cuales estaban las hermanas de Eva, dos gemelas de siete años que, entusiasmadas, no paraban de pedir a los padres que el siguiente lunes las apuntaran a aeróbic.

Después de saludar repetidamente al público, Eva, micrófono en mano, reclamó silencio. Roger la miraba y no la veía. Aquellos muslos, aquella cintura, sus pechos estallando de belleza… Maldito trabajo de la Facultad!! Por un momento estuvo tentado de obviarlo y pedirle a algún compañero que le dejara firmar el suyo, como si lo hubieran hecho conjuntamente, pero él era demasiado formal como para actuar así.

- Pedimos a nuestra monitora que suba al escenario – dijo Eva. Poco a poco habían cesado los aplausos.

Belinda hizo un poco de comedia, pero finalmente dio la cámara a una alumna que no había participado en la exhibición. Le indicó un poco el funcionamiento para que continuara grabando y ella fue a reunirse con las que la reclamaban. Como el público la premió con una gran ovación, indicó a las chicas que volvieran a saludar, lo mismo que hizo ella.

Nada más incorporarse de la reverencia, se llevó una agradable sorpresa: Lorena y otra chica le regalaron un magnífico ramo de flores en nombre de todo el grupo. <>, dijo ella, emocionada, y besó a las dos en señal de agradecimiento. A continuación pidió el micro a Eva y, cuando ya lo tenía y se giraba hacia la gente para dirigirles la palabra, fue Sandra quien la obsequió con otro ramo de flores. Este no era tan grande como el anterior, pero relucía por su exquisitez. La alumna, que en una fracción de segundo había pasado de la sonrisa a un posado serio, aprovechó los dos besos para decirle al oído:

-Éste es de parte de mi padre, por la buena imagen que das de la empresa…

Belinda se lo volvió a agradecer y leyó mentalmente la tarjeta que acompañaba a las flores: ”Baobab – Import. Herederos de José Fortuny. Maderas de importación”. Gerente: Antonio Castro”. Escrito a mano había un mensaje: “Gracias por todo. Antonio”.

Los aplausos volvieron a sonar, pero finalmente imperó el silencio. Ahora, antes de hacer uso de la palabra, Belinda hizo la broma de mirar a los bastidores, no fuera que apareciera alguien más con otro ramo de flores. Todo el mundo le rió la broma. Y empezó el discurso, marcado por su dicción tan cautivadora:

-Muchas gracias. Son ustedes muy amables y, si me permiten, les confesaré que los envidio. Los envidio por ser las madres, los padres, los familiares y los amigos de estas jóvenes tan estupendas que con su talento y sacrificio han conseguido el Campeonato de Cataluña, y eso el primer año que se presentaban.

“Este triunfo no hubiera sido posible sin la ayuda de todos ustedes, que, sin conocerme y teniendo pocas referencias, me dieron un voto de confianza y animaron a las nenas para que se matricularan a mi gimnasio cuando, hace cuatro años, lo abrí aquí, en Torreforta.

El discurso de Belinda fue recibido con fuertes aplausos, que aún fueron más sonoros cuando ella, enternecida, confesó:

- También quiero que sepan que, me lleve donde me lleve la vida, este gimnasio, todos ustedes y, naturalmente, vosotras, mis chicas, estaréis siempre en mi corazón.

Parecía que Belinda había dado por acabado el discurso, pero se recobró un poco, cogió aliento y aún añadió:

- Sería una falta imperdonable por mi parte no manifestar en público mi agradecimiento al señor Antonio Castro, ya que su empresa, Baobab, actúa de sponsor de todas las actividades extraacadémicas en las que participa Top Aeróbic.

Estas palabras fueron premiadas con una gran ovación. Antonio Castro se vio obligado a levantarse para corresponder tanto al público como a Belinda y sus alumnas, que también aplaudían. Teresa Fortuny, cogida por la sorpresa, tuvo que cambiar en décimas de segundo su cara de manzanas agrias por una sonrisa forzada. Después sonó la música y las chicas bailaron otra canción antes de retirarse definitivamente.

Roger, contagiado por la euforia dominante, no quiso irse a casa sin despedirse de Eva y fue a su encuentro cuando ella se dirigía hacia los vestuarios.

- Enhorabuena, campeona – le dijo, y la besó lentamente en los labios.

- No te acerques demasiado, que estoy tan sudada que te tumbaría de espaldas – le advirtió ella, bromista.

- Ya lo noto, ya – dijo él arrugando la nariz, pero no dudó nada acercársele insinuadoramente.

Después le pasó la mano por el hombro y la acompañó unos metros. Ella le cogió por la cintura.

- ¿Tú no notabas nada especial mientras bailabas? – le preguntó él.

-No, ¿qué tenía que notar?

- ¿De verdad no notabas que alguien te estaba comiendo con los ojos? Era yo!

- Oh! ¡Qué miedo! – exclamó divertida Eva-. Suerte que esta noche tienes que estudiar y no nos veremos, hombre lobo!

Ya habían llegado a la puerta de los vestuarios y se besaron de nuevo. Ahora, con un poco más de ímpetu que antes. Al acabar, Roger volvió a la carga:

- A propósito – empezó a decirle con cara seria, pero que resultaba cómica a la vez- me imagino que hoy has saltado ya bastante, ¿no?

-Oh! Y tanto – le respondió ella, extrañada- ¿Por qué lo dices?

-Pues porque esta noche no quiero que me hagas el salto!- exclamó él, divertido.

- Bicho! – fue la última palabra que le dijo Eva antes de girarse y marcharse.

Bicho! Ay!

Unos minutos más tarde, Belinda también entró en los vestuarios y se encontró con un ambiente la mar de alegre y desinhibido. Era lógico si se tenía en cuenta la edad de las chicas, entre catorce y diecisiete años, y la fila de éxitos que estaban consiguiendo con sus actuaciones.

-Oh! Qué culitos! – las saludó mientras enfocaba ahora a una, ahora a otra, con la cámara-. Esta cinta la enviaré a “Impacto TV!”.

Las chicas recibieron la agudeza con grandes risas y, simulando un gran sobresalto, se apresuraron a cubrirse los cuerpos con toallas y con todo lo que tenían a mano. Una de ellas se colocó unas bragas en la cabeza a modo de antifaz, y cubriéndose mínimamente el cuerpo con una toalla empezó a improvisar la danza de los siete velos.

-No la grabes, que te romperá la cámara con tantas carnes- advirtió otra chica a la monitora.

-No la está grabando- intervino una tercera- ¿No veis que está el piloto apagado?

- Mari, se debe haber acabado la batería. Lo siento mucho – dijo Belinda a la bailarina- Tendrás que ir a “El Semáforo” si quieres hacerte famosa.

Todo el mundo rió. Entonces la monitora dejó la cámara sobre un banquito y empezó a quitarse la ropa para ducharse. Algunas alumnas no podían evitar mirar, de admirar de pies a cabeza su anatomía. Ella lo sabía y, envanecida, se explayaba cada momento.

“Tan guapa y tan huraña”, meditaba Belinda, pensando en Sandra Castro. Ella sabía que no le caía bien, y eso aún lo podía entender. Ahora, lo que la tenía un poco mosqueada era que desde hacía unos meses la chica la miraba con una superioridad casi insultante.

Era verdad que el piloto rojo de la cámara no estaba encendido, pero cualquiera que hubiera mirado por el visor en aquellos momentos habría visto sobrescrita en el ángulo superior izquierdo la abreviatura Rec. Y también hubiera visto, aunque en un encuadramiento muy amplio, a Eva, Lorena y Sandra, que hablaban animadamente mientras se vestían.

- Mirad, no os engaño: tres tarjetas VIP de Discomaníac con entrada gratis y barra libre. Por si eso fuera poco, también irán mis compañeros del Instituto Británico. Y alguno de ellos está para mojar pan! – les decía Sandra.

- Yo no dependo de mí- dijo Lorena-. Mi familia está en la Seu d’Urgell y me quedo a dormir en casa de Eva. No sé si a sus padres les vendrá bien dejarnos ir.

La madre de Lorena era maestra en la Seu. Los viernes volvía a Torreforta para estar con el marido, la hija y los abuelos maternos, que estaban en casa. Aquella semana se encontraba mal y, entonces, el padre de familia había “cogido” a los abuelos y se habían ido a pasar el sábado y el domingo con ella.

Eva también le expuso a Sandra alguno de los inconvenientes que tenían para acompañarla, pero en el fondo, se morían de ganas de ir. Con las obras de reforma y ampliación, la discoteca Discomaníac, de Salou, se había convertido en una de las más grandes y modernas de Europa. Y ellas dos aún no la habían visitado después de las mejoras. La tentación era demasiado fuerte y al fin decidieron pedir permiso a los padres de Eva, que las esperaban en el bar de en frente del pabellón.

-Iremos con el autobús de la discoteca. Sale uno cada media hora. Y a las dos los padres de Sandra pasarán a recogernos y nos acompañarán a casa.

Julia, la madre de Eva, cabeceó en sentido desaprobador, pero no se cerraba en banda, eso la hija lo notaba.

-Y el trabajo del instituto que tenías que hacer, ¿qué?- trató de reforzar sus argumentos en contra.

- Ya lo haremos mañana después de comer- le respondió Eva haciéndole una carantoña.

Las chicas se habían salido con la suya, evidentemente. Eso lo comprendieron hasta las gemelas, una de las cuales, muy espabilada, exclamó:

- Nosotras también queremos ir- y todos empezaron a reír.

- Sí, y yo!- intervino también el padre, que cuando ya se iban las chicas, las advirtió-: Cuidado!

-Papá, por favor… -se quejó Eva, avergonzada-

Las tres amigas subieron al autobús, que iba repleto de gente, y se sentaron atrás del todo. Entonces Sandra, que llevaba tres pares de pendientes, sacó uno y se lo pasó a Lorena, que no llevaba.

- Ten, te los dejo para esta noche. Hacen juego con tus ojos!- Eran esmeraldas

Sandra era agradable y generosa, en eso se parecía a sus padres. Siempre que veía a Eva y salía a la conversación, no podía dejar de decir la envidia que le producía su pelo negro y rizado. Ella, en cambio, lo tenía tan liso que no conseguía nunca hacerse la permanente. Otra característica de Sandra era que de vez en cuando desconectaba y se quedaba ausente, pensativa, abstraída, aunque no solía durarle mucho y en seguida volvía.

Cuando arrancó el autobús, una furgoneta Nissan Serena, gris y con los laterales inferiores negros, se puso también en marcha y le siguió. Dentro había dos jóvenes de unos veinticinco años, delgados, vigorosos y de estatura mediana: Ramón y Salva.

A los dos o tres minutos de trayecto, el autobús adelantó a Roger, que conducía su ciclomotor. A la salida del pabellón cubierto se había entretenido un poco con unos amigos, pero ahora ya se dirigía a casa dispuesto a terminar el maldito trabajo sobre deontología que le habían mandado en la Facultad de Ciencias de la Información, donde estudiaba quinto de Periodismo.

Cuando hablaba con estos amigos justamente fue cuando Eva lo vio y se le acercó para decirle, alegre, que Sandra las había invitado a Discomaníac y que se iban. “Y pienso saltar hasta no poder más!”, le pinchó en plan irónica y cómplice.

Desde el autobús, las chicas le vieron y él también las vio. Las tres levantaron la mano para saludarlo. Roger les correspondió de la misma manera y no le pasó desapercibido que cuando Lorena y Sandra bajaron la mano, su amor todavía la mantuvo en alto. La última acción que le vio hacer a Eva.

Después una furgoneta gris y negra se les interpuso en el campo visual y ya no la vio nunca más.




CAPÍTULO 3


Enero de 1997:


El cementerio de Tarragona era un hormiguero de fotógrafos y de cámaras de televisión. Incluso dos helicópteros sobrevolaban el camposanto para grabar imágenes del entierro de Eva y de Lorena. TV7, la televisión institucional del Tarragonés, era la que se había mostrado más modesta y sólo había desplazado un equipo. Lo constituían: Vicente Vila, Montse, que llevaba la cámara, e Ismael, el ayudante técnico.

Ya estaban en la recta final.

Después de una panorámica, Montse enfocó los ataúdes en el momento en que eran introducidos en los nichos, que estaban en la tercera fila y uno al lado del otro. El silencio, de tan espeso, asustaba, pero sólo duró unos segundos ya que los familiares más directos de las chicas reiniciaron sus llantos y gemidos desesperanzados. Algunos asistentes rompieron a aplaudir, pero la gran mayoría desaprobó el gesto y poco a poco cesaron esas muestras de homenaje.

Roger, que estaba en la segunda fila del duelo, miró todo compungido hacia el lugar donde estaban sus compañeros. Montse, sin saber bien por qué, dejó de grabar y le hizo un pequeño saludo con la mano.

-Vamos – le dijo Vicente, que había captado el detalle de la periodista-. Ya tenemos bastante material.

Montse, en cambio, volvió a enfocar y grabó a Roger mientras abrazaba al padre de Eva y después a la madre.

Seguidamente, el joven cogió por los hombros a las gemelas y las acompañó hasta el coche de unos tíos. Las besó y ellas entraron. En seguida llegaron los padres. Roger los volvió a abrazar e intentó decirles algo, pero el nudo que tenía en la garganta se lo impidió. Después, cuando ya se había despedido y se dirigía hacia el equipo móvil de TV7, rompió a llorar a lágrima viva. Las expresiones somáticas más usuales de la angustia, como los tics, la ansiedad y los temblores, los había medio superado, pero el aparato lacrimal todavía le costaba mucho controlar.

El batiburrillo se había trasladado ahora a la puerta del cementerio, ya que los técnicos de los diferentes medios de comunicación se apresuraban a subir a sus vehículos para volver a los estudios, a las emisoras y a las redacciones.

-No lo soportarán!- aseguró Roger dentro de la furgoneta-. Los padres de Eva y de Lorena no lo soportarán!. Las gestiones de la policía, del fiscal y del juez, las reuniones con los abogados, la presión inhumana de los medios… El despliegue de hoy sólo ha sido el principio, el preámbulo del suplicio que vivirán los próximos meses.

Ismael, Vicente y Montse le escuchaban en silencio y respetuosamente. El primero era el conductor, a su lado estaba Montse y detrás estaban Vicente y Roger. La chica, que había entrado al coche antes que sus compañeros para poder escuchar las noticias de la radio, les anunció:

- Ya han designado juez instructor del caso. Se trata de Eduardo Miró, el mismo que instruyó las diligencias por la muerte de Sandra. Aunque decretó secreto de sumario, se sabe que ha tomado declaración a Héctor Moreno y lo ha inculpado también de las muertes de Eva y Lorena.

-Qué hijo…. – saltó Roger, que no acabó de pronunciar el exabrupto porque se volvió a venir abajo anímicamente.

La caravana de unidades móviles era exagerada. Vicente Vila se dio cuenta que Roger se desazonaba cada vez que Ismael adelantaba a alguno de estos vehículos, o al revés.

-El juicio será…!- sentenció Roger-. El asesino de sus hijas a unos metros y los periodistas convirtiendo la tragedia en espectáculo de circo.

- Eso no tiene por qué ser como tú dices- le interrumpió Vicente- Puede ser que la vista se celebre a puerta cerrada.

-No – aseguró Roger- En el caso de Sandra fue así porque sus padres son ricos e influyentes y contrataron los servicios del mejor abogado de Tarragona. Pero tan cierto como la muerte que los medios no pararán en esta ocasión y, si no ofrecen el juicio en directo, poco faltará. Bastante que se ha demostrado en procesos parecidos en otras zonas del Estado. La audiencia quiere morbo y nosotros se lo daremos. Ya lo creo que se lo daremos… Toda la que haga falta y más.

Los otros ocupantes del coche también tenían cara de pesar, y por mucho que no le quisieran contradecir en aquel momento, las últimas acusaciones eran muy fuertes como para no rebatirlas en seguida. Por edad y por jerarquía le correspondió intervenir a Vicente Vila. Para empezar, transmitió a Roger el pésame de los directivos y de todos los trabajadores de TV7, que si no habían asistido al sepelio para manifestárselo personalmente, había sido justamente por eso, para no aplastarlo más aún. Y también para poner su granito de arena y evitar que un acto íntimo de dolor se convirtiera en un espectáculo de masas, como había sucedido finalmente.

Seguidamente, le repitió el ofrecimiento que ya le había hecho en TV7 nada más se conoció la mala noticia: si podía hacer algo por él, sólo tenía que decírselo.

Y para acabar, manifestó:

-Roger, comprendo tu estado de ánimo, pero no comparto en absoluto tus apreciaciones. Estas chicas, tu novia y Lorena, eran también nuestras chicas, las chicas de Tarragona, de Cataluña y de todos aquellos que nos hemos preocupado y hemos trabajado para que apareciesen sanas y salvas. Por desgracia no ha sido así y todos lo sentimos mucho, aunque nuestro dolor no se pueda comparar con el tuyo y el de sus padres, claro.

“Por otra parte, como periodistas que somos, tenemos el derecho de informar a la gente, tanto de los sucesos positivos como de los trágicos”

-Mucho mejor si es de estos últimos – le cortó Roger, resentido-: todo sea por la audiencia.

- Cojones! – exclamó Vicente, ofendido-. Me parece que TV7 no ha destacado nunca por hacer un programa amarillo, sensacionalista, fraudulento o como quieras decirlo!

-No lo decía por TV7, Vicente. Perdona- se disculpó el joven.

- Lo parecía!- se quejó Vicente.

Montse miró a Roger casi con dureza y éste agachó la cabeza, como si de pronto sintiera vergüenza por haber despotricado de aquella manera.

- Quiero que lo entiendas, Roger- prosiguió el jefe de Informativos-: a pesar de que este caso nos toque de cerca porque tú eres una de las personas más implicadas en el sufrimiento, nosotros tenemos un derecho con la ciudadanía y no lo abandonaremos. Ahora, eso sí, cumpliremos al pie de la letra nuestro código ético y trataremos el tema de la manera más digna y respetuosa posible.

- No tengo ninguna duda- afirmó Roger: Y aprovechó para disculparse nuevamente-. Perdonadme si antes os he ofendido: no era mi intención.

- Eso está olvidado- dijo Vicente-. Lo que te quiero pedir es que seas tú el encargado de elaborar nuestros reportajes especiales sobre el caso. De esta manera, seguro que el derecho a la información del que haremos uso no vulnerará en ningún momento el derecho a la intimidad que tienen las personas afectadas.

“Es el mejor homenaje que puedes hacer en memoria de Eva”.

A Roger, aquella oferta le cogió desprevenido y titubeó un poco antes de responder:

- Muchas gracias, Vicente, pero no tendría fuerzas para hacer un trabajo digno y profesional. Cualquier compañero de la casa lo hará mucho mejor.

Montse miró a Roger nuevamente. Él ahora, al acabar de hablar, parecía un poco desconcertado.
- Tú mismo- le dijo Vicente- . Lo que sí que te pido es que no te vuelvas a deprimir como la otra vez.

-Y tú, Vicente, ¿por qué no lo haces tú, que ya tienes la mano rota?- le preguntó Roger.

La respuesta era evidente y Vicente no se perdió en subterfugios:

- Esta vez es tarde: las arterias me han jubilado antes de hora.
Vicente tenía cincuenta y cinco años y su aspecto externo no delataba la grave enfermedad cardiovascular que le había abocado a las puertas de la muerte en tres o cuatro ocasiones. Con el pelo largo y rubio, y tan rizado, no llegaba al metro setenta, pero era muy corpulento. De joven, había tenido cierta fama de Don Juan. Estaba divorciado y tenía que pasarle más de la mitad del salario a la ex mujer en concepto de pensión.
Manel Joan i Arinyó, "El cas Torreforta"

3 Comments:

  1. Anónimo said...
    Me encantaaa!este libro tiene de todo...un 10 nena y eso que aun va por los primeros capitulos..jajaj
    1 Besazo =)
    Unknown said...
    Me está gustando mucho el libro, es muy entretenido.... haber qué pasa más adelante...

    Cuidate, un besazo!
    barca0014 said...
    Uuuuuuhhhhh mas, mas, mas, yo quiero mas yaaaaa!!!!!

    Pero que buen gusto tienes escogiendo nena, como me esta gustandooooo!!!!

    Biquiños!!!!

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