Los dos ocupantes de la furgoneta gris y negra no perdían de vista la ventana iluminada del piso de Montse. Dejarían pasar un cuarto de hora más. Si entonces todavía no se había ido el visitante, telefonarían para pedir instrucciones.
"Yo no podía arriesgarme a que le hicieran a mis hermanas lo mismo que le habían hecho a Sandra. Por eso no he dicho nunca nada...". Montse ya había leído dos o tres veces el texto manuscrito de Héctor. Arregló curiosamente las hojas, las dobló y se acercó a Roger, que estaba sentado en el sofá, aguantándose la cabeza con las manos. Encima de la mesa se había quedado también el sobre, ahora vacío, que le había dado Bohigues. Y, a su lado, las dos páginas a color de Cataluña Rosa. Correspondían al reportaje "la crème de la crème". En casi todas las fotografías aparecía el anfitrión , circunstancia que no era para sorprenderse. Lo que sí que les descolocó fue que en una de ellas estuviera Belinda!
El inicio del reportaje empezaba así: "Como todos los veranos, el plástico de la jet, Agustín Rovellat, ha ofrecido su tradicional caldo de pescado a lo mejor de la gente guapa del país. En el marco incomparable del jardín romano de su casa de veraneo..."
- Tenemos que encontrar esta casa como sea. Roger, ¿me escuchas?- le dijo Montse-. ¿Te encuentras bien?- le preguntó, mientras se sentaba a su lado y le acariciaba para consolarlo.
Roger asintió con la cabeza y ella advirtió que, efectivamente, estaba mucho más sereno que media hora antes. Puede ser que fuera la una o las dos de la mañana.
- Belinda tiene que saber dónde está esta casa!- volvió Montse a la carga.
- Sí, está claro!- corroboró Roger muy empeñado-. Esta sabe eso y muchas cosas más- se exaltó más todavía. Después se levantó encendido, nervioso-: y me las dirá! Esta noche mismo me las dirá! Me voy a buscarla!
- Te acompañaré!- se ofreció Montse.
Ella cogió la página donde estaba la foto de Belinda y negó con la cabeza antes de indicarle:
- No. Me daré más prisa si voy solo. Tú espérame aquí y estáte preparada por si todavía tenemos que salir esta noche.
- Estamos jugando con fuego! Vamos los dos...- insistió ella.
- No. Si tiene a alguien más delante no dirá ni una palabra!
- Entendidos- se conformó ella-. Pero vigila!- le recomendó.
Después le acompañó a la puerta y le volvió a preguntar si se encontraba bien. Él le respondió que sí, que no sufriera. Este intercambio de frases lo habían mantenido mientras tenían la puerta abierta y él se disponía a salir. Hubo una pausa de miradas muy significativas.
- Te quiero- le dijo ella en un susurro e insinuó un movimiento de aproximación.
Él dijo que sí con la cabeza y parecía que sonreiría. En seguida agachó la cabeza y se fue.
Cinco minutos más tarde aquello se convirtió en temeridad al volante.
Montse aprovechó para fotocopiar la declaración de Héctor y las páginas de la revista con su aparato de fax. Después abrió una caja fuerte que tenía camuflada debajo del pavimento y guardó las copias. No pudo reprimirse y leyó lentamente los títulos de las cintas que tenía guardadas: "Vicente Vila - 1994, Jaume Calvet, Scala Dei, Antonio Castro, Jordi Solé...". De algunas sólo conocía ella su existencia. Antes de cerrar la caja se lo pensó, pero metió también el sobre que le había dado Bohigues, con todo su contenido.
Estaba en la cocina preparándose un vaso de leche cuando sintió el timbre de la puerta. "Roger, que se ha vuelto a dejar las llaves. Pero sí que ha vuelto rápido", reflexionó Montse, y se fue a abrir. Cuando pasaba por el comedor, sonó el teléfono. Entonces apresuró el paso para abrir la puerta y después descolgar el auricular antes de que saltara el contestador automático. Pero no llegó a tiempo.
- Llego a Barcelona mañana a las 8 de la mañana- sonó metálicamente la voz de Calvet en el silencio de la casa-. No sabes la alegría que me daría si vinieses a recibirme al aeropuerto... Ah, agárrate: ninguno de los pelos que recogimos en Scala Dei son de Héctor! Pertenecen a cuatro hombres diferentes y todos deben tener más de cuarenta años. Puede ser que cincuenta o incluso sesenta en alguno de los casos. Te lo explicaré con detalle cuando nos veamos. Ahora cuelgo. Adios.
Aquí se acababa el mensaje.
Tras esto, una mano enguantada sacó la cinta y se la guardó en el bolsillo. En ese momento, empezó el quebradero: la mesa de edición, el vídeo, el televisor, el teléfono, el fax, el ordenador... Como también la confiscación del material para el reportaje: cintas, papeles, cassettes...
- Roger, por favor, deja de presionarme o al final me harás sentir manía persecutoria- le pidió Belinda, que ya estaba durmiendo cuando él llegó. Había tocado a todos los timbres del telefonillo y ella tenía claro que, si no le abría, era capaz de montar un escándalo.
- Perdona que te moleste a estas horas, pero sólo podía acudir a ti- se excusaba Roger.
Todo tan suave hacía difícil presagiar que al cabo de unos segundos estallaría todo como una bomba de relojería. Ocurrió cuando él le preguntó cómo se iba al chalet de Agustín Rovellat y ella le respondió que no lo sabía. A Roger no le pasó desapercibido que en la cara de Belinda se habían encendido los sensores de alarma y, cada vez más exaltado, insistió:
- Pues no lo sé! ¿Qué pasa? ¿Por qué lo tendría que saber si no he estado allí nunca?- reincidía la monitora en su falsedad.
- ¿Qué dices?- gritó él mientras la cogía por el codo-. ¿Que no has ido nunca? Tú no te vas a volver a reir nunca más de mí: mira esto!- le ordenó Roger y le puso la foto delante de las narices.
- A mí déjame en paz!- le replicó ella mientras se revolvía y se soltaba de la mano de Roger-. No compliques más las cosas!
- Tú me dirás dónde está el chalet! Ya lo creo que me lo dirás!- manifestó Roger con firmeza, al mismo tiempo que avanzó hacia ella y con la mano izquierda, le cogió las solapas del albornoz y del pijama.
Aquellos indicios de violencia hicieron que Belinda empujara a Roger con las dos manos y lo estampara contra la pared. Él acusó el golpe de dos maneras muy diferentes. Por una parte, notó que el cuerpo se le desconjuntaba, pero al mismo tiempo notó que se le envenenaba la sangre. Así pues, descargo contra ella y le soltó un puñetazo en el pómulo derecho que la hizo caer sobre la mesa; de allí fue a parar al suelo a causa de la inercia. Por unos segundos, Belinda perdió el mundo de vista.
Cuando recobró el conocimiento estaba acostada en el suelo y tenía sobre el pecho una rodilla de Roger. Éste la sujetaba firmemente por el pelo con la mano izquierda, mientras que la derecha, con el puño cerrado, la tenía preparada para darle de nuevo con todo el rigor. Ella estaba tan aturdida por el golpe y el batacazo que no acertó ni a pedirle clemencia.
- No es que me lo dirás! Es que encima me llevarás!- le aseguró Roger.
En seguida la tuvo derecha y de camino hacia el coche.
- Déjalo correr, Roger, déjalo correr...- solicitó Belinda en un suspiro durante el frenético recorrido por las calles de Tarragona. Y se maldecía por haber sido tan ingenua de haberle abierto la puerta del piso. Por no haberlo enviado a hacer puñetas la primera vez que se presentó pidiéndole la cinta del primer festival...
- Primero hay que ir a Reus- fue la indicación de Belinda cuando entraron en el vehículo.
Él cogió la autopista exprimiendo al máximo el motor del Peugeot 309. Cuando llegaron a la capital del Bajo Campo, ella le indicó que cogiera la carretera de Falset. "No!", Roger notó un escalofrío por toda la espalda: era la ruta para ir a Scala Dei. Pero no dijo nada, sino que la amenazó otra vez:
- Si me engañas, pobre de ti.
Ella, llena de pánico, se encogió en el asiento.
La carretera era cada vez más costosa, estrecha y llena de curvas. Con el firme irregular y algunos cambios de rasante muy comprometedores, no era precisamente la más adecuada para la velocidad que Roger imprimía a su vehículo. Ya habían estado dos o tres veces a punto de estrellarse, pero él continuaba pisando el acelerador a fondo.
Finalmente, llegaron a Falset y Roger le preguntó si tenían que continuar hasta Masroig o desviarse hasta Gratallops. La segunda dirección era la de la antigua cartuja.
- No estoy segura...- balbuceó ella y Roger lo vio todo negro. Paró el vehículo en la cuneta-. Sólo he ido una vez a aquella casa y no me fijé mucho...
Tenía el pómulo izquierdo tumefacto y le temblaba espasmódicamente.
- Tengo frío!- se quejó, abrazándose ella misma-. Roger!- dijo ella buscando la protección del hombro y el pecho del chico.
"Esta se las sabe todas", se dijo, fastidiado. "Si bajo la guardia, soy hombre muerto...". No la bajó, al contrario.
- Tenemos dos opciones- le dijo gravemente-: o tú me llevas rápidamente a la casa de Rovellat o yo te ahogo! Elige una de las dos, deprisa!
- Tenemos que rehacer parte del camino- acabó confesando ella-. Te tienes que desviar hasta Riudecanyes. Está entre este pueblo y Cambrils, en el término municipal de Montbrià o Montbrió.
Se refería a Montbrió del Campo. Roger dedujo que la noche trágica los criminales y las chicas tuvieron que hacer el otro trayecto , el corto, es decir: Salou-Cambrils-Montbrió.
Belinda todavía ensayó algunas estrategias, pero al final llegaron al camino que llevaba al chalet. En cuanto Roger lo vio, entró al bosque para ocultar el coche entre unos árboles y le preguntó:
- ¿Qué hay aquí dentro? ¿Qué se esconde en esta casa?
- No lo sé- fue la respuesta de la chica.
- Dímelo y no acabes con mi paciencia. Dime qué venías a hacer aquí.
- Soy amiga del doctor Rovellat y él me invitaba a sus fiestas. Eso es todo. Y ahora, vámonos.
Roger, sordo a la petición, salió del coche, fue hacia la puerta de Belinda, la abrió, la cogió del brazo y la sacó.
- Entraremos en la casa- le aseguró.
- No!- protestó ella-. Nos buscaremos problemas.
- Está bien-. Roger la hizo caminar hacia la parte posterior del vehículo-. Si tanto miedo tienes, escóndete aquí.
- Déjame irme- le dijo ella espantada-. Yo no tengo nada que ver en esto!
Manel Joan i Arinyó, "El caso Torreforta"