miércoles, 18 de febrero de 2009

Un compañero le dijo que preguntaban por ella. Montse cogió el teléfono y sintió, entre suspiros:

- Soy Nuria. Héctor ha muerto. Te volveré a llamar en cuanto pueda. No hables con nadie del tema.

Después llantos y la señal de haberse cortado la comunicación.


En la celda de Héctor y sus alrededores, tres o cuatro funcionarios luchaban para no dejar pasar a los reclusos que querían ver el cuerpo de su compañero. Tan pronto como corrió la noticia por las diferentes galerías, todos los reclusos iniciaron su concierto de indignación y protesta. “Chap, chap, chap”, sonaban sus objetos contundentes al chocar contra los barrotes de la celda. “Chap, chap, chap!” crecían y se multiplicaban las muestras de rabia y de rechazo.

Héctor había aparecido colgado con una sábana atada a los barrotes de la ventana. Lo descubrió su compañero de celda cuando volvió de tomar el desayuno. Ni en el cadáver ni en la celda se detectaban señales de que se habían producido actos de violencia.


Montse se había quedado con el auricular en la mano, medio alucinada.

- Ismael!- reaccionó, por fin, enérgica-. Coge el equipo que salimos disparados.

El técnico le respondió que no había ninguna unidad móvil libre. Entonces ella le dijo que no importaba, que irían con su coche. Antes de salir de Informativos, le dejó un recado a la compañera de mesa de Roger.

- Si viene, dile que no se mueva de aquí, que yo lo llamaré.


Cuando el coche de Montse salió del recinto de TV7 una furgoneta gris con los laterales inferiores negros la siguió. Esta vigilancia quedó interrumpida en un semáforo de la Rambla Vieja. Montse estaba tan nerviosa que se lo pasó en rojo. Y, como el vehículo que estaba entre el Audi y la furgoneta sí que se paró, ésta quedó bloqueada y sus ocupantes perdieron de vista a los de TV7.

De todas maneras, cinco minutos más tarde el ímpetu de Montse quedó reducido a mera y simple impotencia. El guardia de la puerta de la cárcel tenía órdenes muy estrictas y no pensaba complicarse la vida: sólo dejaría entrar al forense, al juez de vigilancia penitenciaria y al furgón del tantatorio.


Nuria no paraba de llorar mientras le señalaba a Montse el trayecto. De tanto en cuando, suspiraba. (Ismael se había vuelto a los estudios en taxi).

Salieron de Tarragona y cogieron la carretera de la costa en dirección a Salou. Por fin, cuando pasaron por delante del primer complejo industrial, la monitora empezó a explicarle cosas a la periodista.

Hacía dos días que Héctor había podido hablar un momento a solas con ella. Nuria le encontró muy intranquilo, temeroso, como si se sintiera amenazado. Lo único cierto es que le acabó de contar todo aquello que otras veces sólo se lo insinuó. Él no había matado a Eva y Lorena. Él no había matado a Sandra. Él no había matado a nadie nunca! A nadie! Al principio no entendía nada, estaba sumergido en una confusión mental permanente. Pero poco a poco, a fuerza de pensar y pensar obsesivamente y de atar cabos había conseguido reconstruir el rompecabezas macabro, el engranaje perverso en que se vio involucrado. En este proceso había invertido más de dos años.

- ¿Y?- Montse estaba nerviosa porque la otra le contara todo el lío de la historia.

- Afloja un poco- le advirtió Nuria-: pronto tendrás que desviarte a la derecha.

La idea de Héctor era confesarse con algún familiar de las chicas. De hecho, había pedido a Nuria que le hiciera venir al padre de Sandra, pero ella le advirtió de la posibilidad de hablar con Roger y él accedió.

- ¿Y por qué había callado hasta ahora?- se interesó Montse.

- Yo te lo diré: tan pronto como entró en la prisión, sus protectores intramuros le advirtieron que le harían la corbata colombiana si hablaba.

- ¿Qué es eso de la corbata?- dijo Montse.

- La corbata colombiana es una de las prácticas de tortura más sanguinaria que se conocen. Consiste en cortar el cuello de la víctima y hacerle sacar la lengua por la abertura!- le aclaró Nuria, que de tanto en cuanto tenía escalofríos.

Aún así lo que más le preocupaba a Héctor no era su vida, sino la de sus padres y, fundamentalmente, la de sus hermanas. Por eso no había hecho absolutamente nada por defenderse hasta que la familia no se había ido a vivir muy lejos de Tarragona. Hacía unos meses solamente.

- Gira por aquí y párate allá- le indicó Nuria.

- ¿Por qué me has traído aquí?- le dijo Montse.

Estaban en el aparcamiento de Discomaníac.

Y todavía estaba el agravante de que las vallas publicitarias impedía que las vieran desde la carretera.

- Porque es aquí donde hemos quedado con quien te tengo que presentar. Pero antes, déjame decírtelo todo- y Nuria tragó saliva antes de continuar hablando.

Según ella, todavía se hacía cruces por lo que había ocurrido. Pero cuando se dio cuenta estaba bien colgada por Héctor, se había enamorado perdidamente. Le costó mucho admitirlo, mucho, pero se tuvo que rendir a la evidencia: los sentimientos habían podido más que los mil muros de prevención que ella había puesto entre los dos. Ahora bien, por miedo al qué dirán, no quiso formalizar nunca ningún tipo de relación. Y ahora, se arrepentía.

- Si yo hubiera actuado de otra manera… Si hubiera sido una mujer valiente, puede se que él ahora estuviera vivo y en libertad- se lamentaba.

Además los miedos y los prejuicios la habían hecho ver siempre fantasmas alrededor. Cuando llegaron Montse y Roger, en seguida intuyó que lo único que perseguían con todo aquel montaje era tener acceso a Héctor para hacerlo hablar del caso Torreforta. Y decidió interponerse.

- Ahora ya no hay nada que hacer. Nadie le devolverá a la vida. Pero aún así, os quiero pasar el testimonio de su rehabilitación. Yo no tengo fuerzas para nada, soy demasiado cobarde y abandonaría al primer obstáculo. En cambio, sé que Roger y tú llegaréis hasta donde haga falta para aclararlo todo. Estoy segura. Tenéis todo en vuestra mano para triunfar. Porque actuáis por amor!

Montse la miró. De buena gana habría encendido el coche y habría huido de aquel descampado para integrarse nuevamente en la civilización protectora…

- Cuidado…. Le recomendó Nuria, que ahora tenía ojos de pánico-. Todo esto es muy peligroso. Yo no creo que Héctor se haya suicidado.

En aquellos momentos llegó un Opel Corsa de color blanco. Paró cerca de ellas por el lado de Nuria y bajó del coche un chico chepado y cojo. Caminaba con muletas y debía acercarse a los treinta años. Después de hacer una especie de saludo con la cabeza a Nuria, empezó a caminar hacia el Audi. Llevaba un sobre de medio folio debajo del brazo.

Nuria fue a su encuentro e intercambiaron unas pocas palabras. Después ella le precedió hasta el coche de Montse, donde pasó al asiento posterior para dejarle a él en el de delante.

El cojo entró con dificultades y encajó con Montse, que lo encontró sudado y nervioso.

- Me llamo Bohigues- inició su carta de presentación-. Yo era amigo de Héctor. La noche de los hechos lo ví en el aparcamiento de la hamburguesería “Ñam-Ñam”. Él, en cambio, de tan colocado que iba, no me vió a mí. Estaba en compañía de las tres chicas de Torreforta, pero también había dos chicos que yo no había visto nunca antes. No sé por qué me dieron mala espina…

- Y eso que me estás diciendo, ¿por qué no se lo explicaste a la policía?- le interpeló Montse, con rigidez.

Bohigues, por toda respuesta, encogió la cabeza al máximo y se puso bien rojo. Con miedo de mirar a Montse a la cara, le alargó el sobre.

- ¿Qué es esto?- le preguntó ella.

Él le dijo que ni lo sabía ni lo quería saber. Héctor se lo había hecho llegar el septiembre pasado con la condición de que lo pusiera en buenas manos si alguna vez le ocurría alguna desgracia dentro de la cárcel.

- Eso sí, me dijo que no se lo diera a la policía por nada del mundo!-concluyó él su exposición.

- Ten- le dijo Montse mientras le daba tres billetes de diez mil pesetas-. Nuria me ha dicho que te vendrán bien.

Bohigues le apartó la mano muy dignamente y le dijo:

- No quiero dinero. Estas cosas sólo se hacen por amistad. Y, por favor, tú y yo no nos conocemos de nada. No nos hemos visto nunca.

Después, él y Nuria se despidieron de Montse, salieron del Audi y se dirigieron hacia el Corsa. Antes de llegar, Bohigues se giró hacia el coche de la periodista y proclamó a través de la ventan, categórico:

- No tengas ninguna duda: Héctor era un tío legal- y le cogió el dinero de la mano.


Apenas se fueron Nuria y Bohigues, Montse abrió el sobre y lo primero que vio fueron dos páginas de la revista del corazón “Cataluña Rosa”. En seguida se fijó en una fotografía donde aparecía un prestigioso cirujano plástico al lado de una de las principales damas de la jet. Estaban delante de la fachada principal del chalet de veraneo del cirujano. Montse había mirado en primer lugar esta instantánea porque la pareja tenía al lado una estatua de Diana (la diosa cazadora), que estaba rodeada con bolígrafo rojo.
Manel Joan i Arinyó, "El cas Torreforta"

2 Comments:

  1. Unknown said...
    Definitivamente voy perdidisima en el libro.... haber si me pongo al dia, que ya toca...

    Cuidate guapa!! un besazo!
    Anónimo said...
    Sigo con mucha atencion cada capitulo de esta histoira y he decir que us un hermoso libro.Me gusta la sencillez de sus palabras y como apesar de eso tramites sentimientos tan profundos

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