Una semana más tarde
Roger encontró aparcamiento en la calle del Trinquet Vell, a diez o quince metros de la plaza Sedassos. Eran las once y cuarto del mediodía. Cuando estaba cerrando la puerta del coche vio a Vicente Vila, que salía del portal de la finca de Montse con una maleta y una bolsa de viaje. Vicente no le vio a él. A Roger le pareció que su ex jefe tenía una sonrisa burlona y que se mordía los labios. Pero como enfiló enseguida la calle Mayor, lo perdió de vista y no se pudo asegurar.
"Si no es que Montse ha decidido terminar de pasar la convalescencia en Barcelona con la familia, no lo entiendo!", se dijo Roger, extrañado. De hecho, desde el incidente con aquellos degenerados, los interrogatorios de la policía y la muerte de Calvet, ella no había vuelto a ser la Montse de antes. "Puede ser que con el paso del tiempo...", fue el pensamiento esperanzado de Roger.
El portal de la finca estaba abierto y él subió hacia arriba. Tocó a la puerta del piso, esperó un poco y no le abrió nadie. Pero lo cierto era que dentro se oía movimiento. Tocó unas cuantas veces más. "Ay, caramba..." Como tenía las llaves, se decidió a entrar para ver qué pasaba.
En cuanto al ruido que se oía, enseguida lo identificó: era el de la ducha. Respecto a lo que vio, eso le preocupó un poco más. Era evidente que en el salón faltaban los objetos personales de Montse, exceptuando la máscara de la Luna, que descansaba en el sofá...
En aquellos momentos sonó el teléfono y él se dirigió hacia la puerta del baño para preguntar a Montse si lo cogía o no. Ella, sin embargo, con el ruido del agua y la mampara que protegía la bañera, no le escuchó. Cuando Roger volvió al salón, el contestador ya había saltado.
Montse acabó de ducharse y se secó. Después se perfumó un poco y se puso la ropa interior. Iba rápido, se notaba que tenía prisa. Salió del baño con el albornoz. A pesar de las marcas de los golpes y alguna pequeña cicatriz, su semblante era espléndido, irradiaba satisfacción, alegría. Pero cuando descubrió que estaba Roger le cambió el semblante.
- ¿Qué haces tú aquí?- le preguntó, extrañada.
La cara del chico era la del que preside el duelo en un entierro. Y el hecho de que Montse se hubiera cortado el pelo, y que se notaba que era insultantemente liso y rubio, no le hizo mejorar. Al contrario, ahora también expresaba rabia, estupefacción.
- ¿Pero qué te pasa?!- Montse se alarmó.
Él, por respuesta, accionó el contestador.
- Montse, querida: tu reportaje es la cosa más sensacional y morbosa que hemos producido nunca en esta casa- se oía la voz de un hombre de unos cincuenta o sesenta años. Hablaba inglés americano-. Sobre todo, la secuencia de la confesión del forense borracho. Es realmente antológica! Yo no había visto nunca nada parecido.
La expresión de Montse evidenció el vivo estigma de la vergüenza y el desconcierto.
- No te puedes imaginar el éxito que están teniendo los pasos previos: los programadores me los quitan de las manos! Mañana lo pasarán en prime time las principales cadenas americanas y tú tienes que estar aquí conmigo para celebrarlo.
"Llámame, entonces, y notifícame a qué hora llegas a Nueva York para enviarte el coche a recogerte. Te quiero!"
Roger miró a Montse. Ella, que tenía la cara muy roja y movía las manos con nerviosismo, se cogió la parte central del sujetador. Finalmente, se puso las manos en los bolsillos del albornoz, y la cabeza agachada.
- Roger, te lo puedo explic...- dijo unos segundos más tarde, mientras levantaba la vista. Sobraban las explicaciones. Roger ya se había ido. Ella se quedó mirando hacia la puerta del piso, que estaba abierta y enseguida corrió hacia el rellano.
- Roger! Roger!- le gritó, asomada a la barandilla-. Roger...
Roger, con las manos en los bosillos, caminaba solo por las calles de Tarragona. Montse y Vicente Vila le habían impartido un master que no olvidaría nunca. Es cierto que la putada que le habían hecho no tenía nombre. Pero por otra parte tenía que reconocer que, además de que habían elaborado el reportaje de su vida, habían descubierto y hecho atrapar a los culpables. Dos cosas que él no habría conseguido nunca.
Los integrantes del grupo "Manos limpias" y algunos de sus cómplices fueron detenidos, juzgados y condenados por rapto, violación, apalizamiento, tortura y asesinato.
Se les metió en un pabellón especial, aislados de los otros reclusos, para evitar problemas.
Manel Joan i Arinyó, "El cas Torreforta"