sábado, 28 de febrero de 2009

Empecé a fumar con 17 años, en abril del 2001, concretamente. Desde entonces, muchas han sido las veces que he intentado dejarlo pero ninguna las que lo he conseguido. Lo he intentado por todos los medios, de golpe, poco a poco... pero nunca he obtenido los resultados deseados.

Hoy, hace ya 8 días que no me fumo ni un solo cigarro y la verdad es que lo llevo mucho mejor de lo que pensaba pero es cierto que muchas veces e fumaría un cigarro más a gusto que todas las cosas... Espero poder conseguir mi propósito. Al menos si no lo consigo, me gustaría tener la suficiente fuerza de voluntad como para decir fumo sólo cuando quiero, pero sé que eso no va a pasar, así que, ojala me dure mucho esto de no fumar.

De momento, el record personal lo tengo en 10 días, así que ya os contaré si lo supero y cómo lo voy llevando :P

viernes, 27 de febrero de 2009

El amanecer se insinuaba levemente cuando Roger saltó el muro del jardín. Bordeándolo, pasó agachado por el lado de cuatro coches y fue a esconderse en el lateral izquierdo de la casa, muy cerca de la puerta del garaje. Si quería entrar, se tendría que enfilar en una ventana del primer piso.

Ya se preparaba cuando un ruido hizo que se quedara quieto. La puerta principal de la casa se había abierto y salieron cinco hombres de mediana edad. Uno era el cirujano. Los otros, le pareció reconocerlos, pero no estaba plenamente seguro.

- Es dura de pelar, eh?- escuchó que comentaba uno de ellos.

- Estas son las buenas!- le respondió un compañero.

- Yo estoy seguro que si hubiéramos traído el perro, nos lo hubiera dicho todo- apuntó otro.

- O lo capo, aunque últimamente está de capa caída- dijo Rovellat y todo el mundo le rió la gracia.

"Hijos de la gran puta!", les dijo con la mirada Roger que, preso por un odio inmesurable, tenía que hacer esfuerzos para que no le descubrieran.

Se les notaba exultantes de satisfacción y de tanto en cuanto se ponían la mano en la entre pierna para colocarse bien el paquete...

El grupo se dirigió a los coches. Cuando pasaron por delante de la puerta del garaje, Rovellat la accionó mecánicamente con el mando a distancia. Después se despidió de cada uno de los amigos, que subieron a los vehículos y se fueron. Roger aprovechó para meterse dentro del garaje.

Un minuto más tarde entró el cirujano. Éste subió a su coche y se fue también. La puerta del garaje y la del jardín se cerraron automáticamente.

Roger recorrió ansiosamente unas cuantas dependencias de la casa. Por los restos que encontró en el comedor y en la cocina, dedujo que debían haber cenado los cinco hombres. Cuando llegó al despacho, se dio cuenta que estaba dividido en dos ambientes. Uno era propiamente de estudio, con estanterías llenas de libros, una mesa, una butaca y un ordenador. Encima de la mesa, Rovellat tenía un trabajo inédito firmado por él mismo: "Cirugía de reparación del hímen". El otro ambiente era un quirófano; con la litera, las luces y toda clase de instrumental, además de los guantes, las batas y los gorros verdes. Este compartimento se podía cerrar herméticamente, según dedujo Roger.

Entonces, como un presagio funesto, descubrió en el suelo gotas de sangre. El rastro se hacía más espeso a medida que se acercaba a un lado de la sala. Ese lado giró sobre un eje y dejó paso al jardinero, que venía del otro lado de la pared. El individuo se estaba comprobando con la mano si tenía la bragueta bien cerrada. En la otra llevaba unos sujetadores y unas bragas, que en aquel momento olía profundamente, con cara de depravado y una gran sonrisa de satisfacción. Las dos piezas estaban manchadas de sangre.

- Pero quién...? La madre que te parió! Te mataré!- amenazó el jardinero a Roger, que con su presencia le había provocado un susto de muerte.

Rabioso, dejó la ropa interior que llevaba en las manos y atacó al intruso con los puños por delante. Roger se acobardó de verdad y retrocedió unos pasos, hasta que la mesa estaba entre los dos.

- Te mataré, hijo de puta!- continuaba bramando el energúmeno.

El pánico, que no dejaba a Roger discurrir ninguna estrategia, le salvó. Nada más cogió el monitor del ordenador cuando el jardinero ya se le lanzaba sobre él. El aparato, que se interpuso entre uno y otro, chocó primero contra el estómago del agresor y, en seguida, le cayó sobre los dedos de los pies. Exasperado de dolor, llevó el cuerpo hacia delante para poner las manos. Entonces Roger cogió el teclado de encima de la mesa y le dio un gran golpe. El jardinero perdió el sentido. Y el chico, frenético, le ató las manos a la espalda con el mismo cable del ordenador.

Armado con el bisturí más grande que encontró, Roger se dispuso a inspeccionar el otro lado del muro móvil.

Después de recorrer un corto pasadizo, descubrió una escalera de caracol. No se lo pensó dos veces y empezó a bajar por ella. A medida que avanzaba se le hacía más audible un ruido metálico.

En el sótano había otro pasadizo, muy estrecho, que debía tener dos metros de largo como mucho. Al fondo se veía una puerta metálica que cerraba por fuera. Roger la abrió. Reinaba la oscuridad. En seguida encontró la llave de la luz. La accionó y sus pobres ojos fueron atacados por el horror más despiadado. Estaba en una auténtica sala de torturas, con víctima incluída. Desnuda y totalmente muerta, una chica con una capucha en la cabeza colgaba del techo por los brazos. Tenía las muñecas sujetas con unas correas. Estas se unían a unas cadenas que colgaban de un gancho del techo. Como si se tratara de un péndulo, el balanceo de su cuerpo y el consiguiente rozamiento de las cadenas era el origen del ruido metálico. Su cuerpo, un cuerpo que Roger, con los ojos cerrados, habría descubierto entre un millón: por el tacto, por el olfato...

Las marcas que Montse tenía por todo el cuerpo no dejaban lugar para la duda: aquellos psicópatas sin entrañas la habían maltratado brutalmente, se habían ensañado con el peor de los sadismos.

Roger, nervioso, le cortó las correas con el bisturí y ella se le desplomó en los brazos. Estaba sin sentido y debió haber perdido mucha sangre, pero él advirtió en seguida que estaba viva. La estendió en el suelo curiosamente, la sacó la capucha y le pegó algunos golpecillos en la cara para que volviera en sí.

- Montse! Montse! Montse!

Ella, al fin, se despertó, reconoció a Roger y le abrazó, al mismo tiempo que inició un lamento sordo acompañado de las más frenéticas convulsiones. Cada segundo que pasaba, abrazaba a su amigo con más fuerza.

Donde se mirara en aquella habitación de los horrores, se descubrían instrumentos de tortura y muerte: guillotinas, consoladores monstruosos, camas, capuchas, cuerdas, porras, cuchillos... Y todavía estaba el aparato artístico e industrial, representado por dos o tres cámaras de vídeo, unos cuantos focos, decorados diversos y toda la maquinaria para montar películas y hacer copias. Tanto en las paredes como en el suelo había restos de sangre que todavía no se habían secado.

Montse hizo la intención de levantarse pero las piernas no le respondieron y Roger la cogió de los brazos para huir del lugar. La abrigó un poco para que su cuerpo recobrara la temperatura.

Cuando pasaron por el quirófano, él la dejó sobre la camilla y ató al jardinero a consciencia. Después continuó caminando hacia la puerta principal de la casa. Ella no paraba de quejarse de dolor.


- Son ellos! Son ellos! Son ellos!- dijo, cada vez con un tono más fuerte de voz.

Estaban en el salón. Roger, muy tenso y prevenido, se la quedó mirando. Ella, con los ojos dilatados de esapnto, señalaba hacia la pared con el brazo tembloroso.

- Son ellos!- repetía, como alucinada.

Él se paró y miró en la dirección que señalaba Montse.

- Son ellos!

En la pared colgaba una fotografía enmarcada. Roger dejó a Montse en un sofá y la descolgó. Belinda estaba con una pandilla de seis hombres de mediana edad que se disponían a comer. Para no mancharse, llevaban unos delantales y unos guantes de plástico transparente. "Manos limpias", era significativamente el título de la instantánea.

Estuvo a punto de que se le cayera de las manos...

Era Rovellat y los cuatro sujetos que lo acompañaban hacía un momento. Uno era un político aragonés, otro un famoso escritor andaluz establecido en Madrid, el tercero era el mejor astrólogo del reino y, el cuarto, el presidente de un equipo de fútbol de primera división! Por lo que respectaba al sexto, Roger miraba la foto y no se lo creía.

- Dios mío...- no paraba de exclamar-. Dios mío... No puede ser!

- Son ellos- repetía Montse insistentemente-. Son ellos!- fueron las últimas palabras que pronunció antes de desmayarse.

Antonio Castro tenía una cara muy amigable e inocente con el delantal, los guantes y la jarra de vino en la mano! Roger se llevó la foto.


A mil quilómetros de distancia las cosas no pintaban mejor.

Cuatro psicarios habian secuestrado a Calvet cuando salía del hotel y lo introdujeron dentro de un coche, que arrancó en seguida. El pobre forense no tuvo tiempo de nada. Sentado en el asiento posterior en medio de aquellos dos individuos, mientras uno lo sujetaba por el cuello y el pelo, el otro le pellizcaba la nariz para que abriera la boca. Este mismo, al conseguir su propósito, le puso una botella de whisky detrás de otra hasta que le provocaron un colapso.

Empezaba a amanecer en Santiago cuando el coche entró en la plaza de la Catedral y se paró delante del Obradoiro. Cuando se volvió a mover, el cuerpo inerte de Jaime Calvet estaba tirado en la escalinata. A su alrededor estaba todo lleno de botellas vacías de whisky DyC.

- No saben beber!- comentó un barrendero a su compañero cuando descubrió el cadáver media hora más tarde.


Roger llegó al coche, dejó a Montse en el asiento del copiloto y en seguida fue a sacar a Belinda del maletero, que quedó recolzada contra la parte posterior del vehículo.

- Me has vuelto a engañar!- le dijo, rabioso-. Estás puesta hasta arriba. Y Castro también! Dime qué pinta Castro aquí.

- Roger, por favor... No lo sé- le respondió ella.

Con la nueva evasiva, a él se le cruzaron los cables. Hasta el punto de que le cogió la cara con una mano y le apretó las mejillas con fuerza.

- Farsante!- le gritó-. Dime qué cojones tenéis que ver Castro y tú!- le exigió con una pose tan amenazadora que Belinda no tuvo ninguna duda de que estaba dispuesto a todo.

Ella estaba deshecha.

- Sólo sé que es muy ambicioso y que tiene mucho poder- le confesó, rabiando de dolor y a punto de romper a llorar-. Pero ignoro a qué se dedica. No lo he querido saber nunca. Yo sólo soy su protegida. El piso dond vivo es suyo, el gimnasio es suyo, todo es suyo... Yo no tengo donde caerme muerta...

- No te lo repetiré más: dime qué tiene que ver él en la muerte de las chicas!

- No lo sé!- Ella se escudó otra vez en la ignorancia-. Por favor... Tú no sabes qué duro es ser la amante de un hombre como él, que te considera una propiedad y que sería capaz de cualquier cosa! Es peor que la esclavitud. Es como estar muerta en vida...

Roger estaba que la indignación se lo comía, pero aún así todavía fue bastante lúcido para pensar que Belinda tal vez hacía comedia. Y decidió forzar un poco más la situación.

- ¿Por qué grababas a las chicas desnudas en los vestuarios?- le pidió con una contundencia que daba miedo y alargó el brazo para cogerle nuevamente la cara.

- No me hagas daño!- le rogó Belinda con lágrimas en los ojos-. Las grababa porque él me lo exigía: se excitaba mucho viéndolas! A su hija y a todas las demás...

- ¿Qué?- Roger no daba crédito a lo que estaba oyendo.

Montse empezó a convulsionarse y le vinieron unas arcadas muy preocupantes. Así pues, él abandonó el interrogatorio y subió al coche, donde le recibió la mirada aterrorizada de Montse, que estaba lívida como un muerto. Enérgico, encendió el motor y metió la primera.

- No me dejes! No me dejes aquí! Tengo miedo...- exclamó Belinda, cogida a la ventana del coche para impedir que se fueran.

Él la miró con incerteza, pero pisó el acelerador a fondo y, si ella no se hubiera apartado, la habría arrastrado por el suelo.


Roger llevó a Montse al Joan XXIII, donde entraron por la puerta de Urgencias. El hospital estaba colapsado por la epidemia de gripe y la tuvieron que atender en un pasillo. Ella estaba semi inconsciente y los sanitarios, para curarse en salud, la entubaron por la nariz y por una vena y le pusieron tiritas en las heridas...


Cuando Roger la abandonó en el bosque, Belinda estaba realmente en el límite de sus fuerzas y se dio por vencida en seguida. Sus gritos y sus llantos impetuosos se convirtieron primero en un estallido de convulsiones. Se sentó en el suelo y poco a poco fue encogiéndose hasta quedar en la postura fetal, toda temblorosa. Fue en este mismo estado y postura que la encontró Roger unos minutos antes, cuando abrió la puerta del coche para sacarla del maletero e interrogarla.





Manel Joan i Arinyó, "El cas Torreforta"

jueves, 26 de febrero de 2009

SALONCITO

El saloncito se dio a conocer como tal en un programa de televisión. Desde hace algunos meses, Barca, Shayara y yo llamamos saloncito a pasarnos horas en el msn y hablar de cualquier cosa, de lo que sea, y eso es lo mejor de todo. Porque lo mismo hablamos de un programa de televisión, que de un problema personal, que de comida, que de cualquier cosa...



Nos contamos cosas, nos reímos, también lloramos a veces, pero eso no importa, porque las risas lo superan todo... Desde hace un par de semanas, yo no estoy tan al 100% como antes en el saloncito y es algo que echo mucho de menos. Así que a ver si reorganizo mi vida y me termino de recuperar y me pongo otra vez en el saloncito, que lo echo mucho de menos, de verdad.


Barcaaaaa: un besazo mi niña, que yo también te quiero mucho y gracias por todo!! Volveré pronto, lo prometo.


Shayaraaa: dónde te metes, que estás más desaparecida que yo, que ya es decir?? jajaja. Vuelve pronto tú tambien ehh. Un besazo.

miércoles, 25 de febrero de 2009

CREPÚSCULO

Hablando con Barca un día me dijo que tenía que ver la película de Crepúsculo. Fue pasando el tiempo y, hoy aún no la he visto. El caso es que ella me recomendó también que, si podía, que me leyera los libros, como ella ha hecho, que me iba a gustar muchísimo, y más que la película.

Así que, yo tan obediente como siempre, decidí hacerle caso y el otro día me compré el primer libro de la saga. Llevo ya unas cuantas páginas leídas y la verdad es que me está encantando el libro. Así que, lo de ver la película, de momento, como que paso. Me termino el libro y luego ya veremos.

Sin duda, acerté haciéndole caso a Barca (ella ya sabéis que en su blog también dice que el libro es buenísimo). Así que, si queréis, hacedle caso vosotros también porque no os arrepentiréis.

martes, 24 de febrero de 2009

Esta noche, después de un par de meses de parón, vuelve otra vez la Champions. Como ya sabéis, a mí me gusta mucho el fútbol y me alegra enormemente que vuelva esta competición, porque puedo ver mucho fútbol y me lo paso en grande.


El hecho de que vuelva la Champions, a mí me trae más recuerdos. Cuando regresan estos partidos, me acuerdo que dentro de poco, ya viene el buen tiempo, la primavera, que los días se van volviendo a hacer más largos, poco a poco y muchas cosas más.


Sé que os parecerá una tontería pero a mí es algo que me alegra y, en estos momentos, no me viene mal un poquito de alegría, aunque sea de esta manera.

lunes, 23 de febrero de 2009

UFF QUÉ DOLOR

Qué suerte que tengo oye! Esto es una cosa increíble. Primero se me "cruzan" los cables y necesito estar un poco apartada de todo, o de casi todo, y cuando ya me veo con fuerzas de regresar por estos mundos cibernéticos, toma ataque de anginas mezclado con faringitis (según palabras del médico). Buff es tremendo estar hasta con el cuello hinchado y sin poder articular palabra, dos días en la cama con casi 40ºC de fiebre y dos días sin comer (bueno, así voy recuperando los atracones de las noches de ordenador jajajaj). Poco a poco estoy mejor, así que cuando tenga las fuerzas al 100% volveré por aquí, que yo no desaparezco así como así.... jumm...

domingo, 22 de febrero de 2009

Los dos ocupantes de la furgoneta gris y negra no perdían de vista la ventana iluminada del piso de Montse. Dejarían pasar un cuarto de hora más. Si entonces todavía no se había ido el visitante, telefonarían para pedir instrucciones.

"Yo no podía arriesgarme a que le hicieran a mis hermanas lo mismo que le habían hecho a Sandra. Por eso no he dicho nunca nada...". Montse ya había leído dos o tres veces el texto manuscrito de Héctor. Arregló curiosamente las hojas, las dobló y se acercó a Roger, que estaba sentado en el sofá, aguantándose la cabeza con las manos. Encima de la mesa se había quedado también el sobre, ahora vacío, que le había dado Bohigues. Y, a su lado, las dos páginas a color de Cataluña Rosa. Correspondían al reportaje "la crème de la crème". En casi todas las fotografías aparecía el anfitrión , circunstancia que no era para sorprenderse. Lo que sí que les descolocó fue que en una de ellas estuviera Belinda!

El inicio del reportaje empezaba así: "Como todos los veranos, el plástico de la jet, Agustín Rovellat, ha ofrecido su tradicional caldo de pescado a lo mejor de la gente guapa del país. En el marco incomparable del jardín romano de su casa de veraneo..."

- Tenemos que encontrar esta casa como sea. Roger, ¿me escuchas?- le dijo Montse-. ¿Te encuentras bien?- le preguntó, mientras se sentaba a su lado y le acariciaba para consolarlo.

Roger asintió con la cabeza y ella advirtió que, efectivamente, estaba mucho más sereno que media hora antes. Puede ser que fuera la una o las dos de la mañana.

- Belinda tiene que saber dónde está esta casa!- volvió Montse a la carga.

- Sí, está claro!- corroboró Roger muy empeñado-. Esta sabe eso y muchas cosas más- se exaltó más todavía. Después se levantó encendido, nervioso-: y me las dirá! Esta noche mismo me las dirá! Me voy a buscarla!

- Te acompañaré!- se ofreció Montse.

Ella cogió la página donde estaba la foto de Belinda y negó con la cabeza antes de indicarle:

- No. Me daré más prisa si voy solo. Tú espérame aquí y estáte preparada por si todavía tenemos que salir esta noche.

- Estamos jugando con fuego! Vamos los dos...- insistió ella.

- No. Si tiene a alguien más delante no dirá ni una palabra!

- Entendidos- se conformó ella-. Pero vigila!- le recomendó.

Después le acompañó a la puerta y le volvió a preguntar si se encontraba bien. Él le respondió que sí, que no sufriera. Este intercambio de frases lo habían mantenido mientras tenían la puerta abierta y él se disponía a salir. Hubo una pausa de miradas muy significativas.

- Te quiero- le dijo ella en un susurro e insinuó un movimiento de aproximación.

Él dijo que sí con la cabeza y parecía que sonreiría. En seguida agachó la cabeza y se fue.

Cinco minutos más tarde aquello se convirtió en temeridad al volante.


Montse aprovechó para fotocopiar la declaración de Héctor y las páginas de la revista con su aparato de fax. Después abrió una caja fuerte que tenía camuflada debajo del pavimento y guardó las copias. No pudo reprimirse y leyó lentamente los títulos de las cintas que tenía guardadas: "Vicente Vila - 1994, Jaume Calvet, Scala Dei, Antonio Castro, Jordi Solé...". De algunas sólo conocía ella su existencia. Antes de cerrar la caja se lo pensó, pero metió también el sobre que le había dado Bohigues, con todo su contenido.

Estaba en la cocina preparándose un vaso de leche cuando sintió el timbre de la puerta. "Roger, que se ha vuelto a dejar las llaves. Pero sí que ha vuelto rápido", reflexionó Montse, y se fue a abrir. Cuando pasaba por el comedor, sonó el teléfono. Entonces apresuró el paso para abrir la puerta y después descolgar el auricular antes de que saltara el contestador automático. Pero no llegó a tiempo.

- Llego a Barcelona mañana a las 8 de la mañana- sonó metálicamente la voz de Calvet en el silencio de la casa-. No sabes la alegría que me daría si vinieses a recibirme al aeropuerto... Ah, agárrate: ninguno de los pelos que recogimos en Scala Dei son de Héctor! Pertenecen a cuatro hombres diferentes y todos deben tener más de cuarenta años. Puede ser que cincuenta o incluso sesenta en alguno de los casos. Te lo explicaré con detalle cuando nos veamos. Ahora cuelgo. Adios.

Aquí se acababa el mensaje.

Tras esto, una mano enguantada sacó la cinta y se la guardó en el bolsillo. En ese momento, empezó el quebradero: la mesa de edición, el vídeo, el televisor, el teléfono, el fax, el ordenador... Como también la confiscación del material para el reportaje: cintas, papeles, cassettes...

- Roger, por favor, deja de presionarme o al final me harás sentir manía persecutoria- le pidió Belinda, que ya estaba durmiendo cuando él llegó. Había tocado a todos los timbres del telefonillo y ella tenía claro que, si no le abría, era capaz de montar un escándalo.

- Perdona que te moleste a estas horas, pero sólo podía acudir a ti- se excusaba Roger.

Todo tan suave hacía difícil presagiar que al cabo de unos segundos estallaría todo como una bomba de relojería. Ocurrió cuando él le preguntó cómo se iba al chalet de Agustín Rovellat y ella le respondió que no lo sabía. A Roger no le pasó desapercibido que en la cara de Belinda se habían encendido los sensores de alarma y, cada vez más exaltado, insistió:

- Pues no lo sé! ¿Qué pasa? ¿Por qué lo tendría que saber si no he estado allí nunca?- reincidía la monitora en su falsedad.

- ¿Qué dices?- gritó él mientras la cogía por el codo-. ¿Que no has ido nunca? Tú no te vas a volver a reir nunca más de mí: mira esto!- le ordenó Roger y le puso la foto delante de las narices.

- A mí déjame en paz!- le replicó ella mientras se revolvía y se soltaba de la mano de Roger-. No compliques más las cosas!

- Tú me dirás dónde está el chalet! Ya lo creo que me lo dirás!- manifestó Roger con firmeza, al mismo tiempo que avanzó hacia ella y con la mano izquierda, le cogió las solapas del albornoz y del pijama.

Aquellos indicios de violencia hicieron que Belinda empujara a Roger con las dos manos y lo estampara contra la pared. Él acusó el golpe de dos maneras muy diferentes. Por una parte, notó que el cuerpo se le desconjuntaba, pero al mismo tiempo notó que se le envenenaba la sangre. Así pues, descargo contra ella y le soltó un puñetazo en el pómulo derecho que la hizo caer sobre la mesa; de allí fue a parar al suelo a causa de la inercia. Por unos segundos, Belinda perdió el mundo de vista.

Cuando recobró el conocimiento estaba acostada en el suelo y tenía sobre el pecho una rodilla de Roger. Éste la sujetaba firmemente por el pelo con la mano izquierda, mientras que la derecha, con el puño cerrado, la tenía preparada para darle de nuevo con todo el rigor. Ella estaba tan aturdida por el golpe y el batacazo que no acertó ni a pedirle clemencia.

- No es que me lo dirás! Es que encima me llevarás!- le aseguró Roger.

En seguida la tuvo derecha y de camino hacia el coche.

- Déjalo correr, Roger, déjalo correr...- solicitó Belinda en un suspiro durante el frenético recorrido por las calles de Tarragona. Y se maldecía por haber sido tan ingenua de haberle abierto la puerta del piso. Por no haberlo enviado a hacer puñetas la primera vez que se presentó pidiéndole la cinta del primer festival...


- Primero hay que ir a Reus- fue la indicación de Belinda cuando entraron en el vehículo.

Él cogió la autopista exprimiendo al máximo el motor del Peugeot 309. Cuando llegaron a la capital del Bajo Campo, ella le indicó que cogiera la carretera de Falset. "No!", Roger notó un escalofrío por toda la espalda: era la ruta para ir a Scala Dei. Pero no dijo nada, sino que la amenazó otra vez:

- Si me engañas, pobre de ti.

Ella, llena de pánico, se encogió en el asiento.

La carretera era cada vez más costosa, estrecha y llena de curvas. Con el firme irregular y algunos cambios de rasante muy comprometedores, no era precisamente la más adecuada para la velocidad que Roger imprimía a su vehículo. Ya habían estado dos o tres veces a punto de estrellarse, pero él continuaba pisando el acelerador a fondo.

Finalmente, llegaron a Falset y Roger le preguntó si tenían que continuar hasta Masroig o desviarse hasta Gratallops. La segunda dirección era la de la antigua cartuja.

- No estoy segura...- balbuceó ella y Roger lo vio todo negro. Paró el vehículo en la cuneta-. Sólo he ido una vez a aquella casa y no me fijé mucho...

Tenía el pómulo izquierdo tumefacto y le temblaba espasmódicamente.

- Tengo frío!- se quejó, abrazándose ella misma-. Roger!- dijo ella buscando la protección del hombro y el pecho del chico.

"Esta se las sabe todas", se dijo, fastidiado. "Si bajo la guardia, soy hombre muerto...". No la bajó, al contrario.

- Tenemos dos opciones- le dijo gravemente-: o tú me llevas rápidamente a la casa de Rovellat o yo te ahogo! Elige una de las dos, deprisa!

- Tenemos que rehacer parte del camino- acabó confesando ella-. Te tienes que desviar hasta Riudecanyes. Está entre este pueblo y Cambrils, en el término municipal de Montbrià o Montbrió.

Se refería a Montbrió del Campo. Roger dedujo que la noche trágica los criminales y las chicas tuvieron que hacer el otro trayecto , el corto, es decir: Salou-Cambrils-Montbrió.

Belinda todavía ensayó algunas estrategias, pero al final llegaron al camino que llevaba al chalet. En cuanto Roger lo vio, entró al bosque para ocultar el coche entre unos árboles y le preguntó:

- ¿Qué hay aquí dentro? ¿Qué se esconde en esta casa?

- No lo sé- fue la respuesta de la chica.

- Dímelo y no acabes con mi paciencia. Dime qué venías a hacer aquí.

- Soy amiga del doctor Rovellat y él me invitaba a sus fiestas. Eso es todo. Y ahora, vámonos.

Roger, sordo a la petición, salió del coche, fue hacia la puerta de Belinda, la abrió, la cogió del brazo y la sacó.

- Entraremos en la casa- le aseguró.

- No!- protestó ella-. Nos buscaremos problemas.

- Está bien-. Roger la hizo caminar hacia la parte posterior del vehículo-. Si tanto miedo tienes, escóndete aquí.

- Déjame irme- le dijo ella espantada-. Yo no tengo nada que ver en esto!






Manel Joan i Arinyó, "El caso Torreforta"

sábado, 21 de febrero de 2009

Canción que le dedica Amaia Montero a sus ex compañeros de La Oreja de Van Gogh. Espero que os guste. A mí me encanta.




Diciembre del 96 y ese shalalalaralala
que unió el destino de cinco caminos y un viejo pintor holandés
mezcla perfecta de magia secreta de tardes de lluvia y café
notas de música hicieron el resto,vivimos un sueño, ya ves


¿Cómo olvidarme de tantos momentos, de tantas palabras de amor?
Muertos de risa, vivimos la vida y yo ahora canto esta canción


Que siempre os echaré de menos,
que lo demás son sólo cuentos.
Siempre seréis mis cuatro ángeles
y mientras viva lo recordaré.


Que siempre os echaré de menos,
que lo demás son sólo cuentos.
Siempre seréis mis cuatro ángeles
y mientras viva lo recordaré.


Durante once años más de ese shalalalaralala
nos acompañó a recorrer de la mano,
lugares del mapa mundial, luces, conciertos, vida en aeropuertos,
miradas de complicidad,
pero el hechizo hubo de romperse, el resto la historia dirá


¿Cómo olvidarme de tantos momentos, de tantas palabras de amor?
Muertos de risa, vivimos la vida y yo ahora canto esta canción


Que siempre os echaré de menos,
que lo demás son sólo cuentos.
Siempre seréis mis cuatro ángeles
y mientras viva lo recordaré.


Que siempre os echaré de menos,
que lo demás son sólo cuentos.
Siempre seréis mis cuatro ángeles
y mientras viva lo recordaré.


Siempre seréis mis cuatro ángeles
y mientras viva lo recordaré.


Que siempre os echaré de menos,
que lo demás son sólo cuentos.
Siempre seréis mis cuatro ángeles
y mientras viva lo recordaré.


Que siempre os echaré de menos,
que lo demás son sólo cuentos.
Siempre seréis mis cuatro ángeles
y mientras viva lo recordaré.



viernes, 20 de febrero de 2009

Enero de 1994:



El coche de Héctor circulaba por una carretera secundaria por medio de campos de almendros y olivos.

- ¿Pero dónde vamos, si se puede saber?- preguntó Eva, intranquila.

- A hacer la mona- respondió Héctor sin pensar, que en seguida se volvió a dormir.

A pesar de la atmósfera de dramatismo que comenzaba a enturbiar el ambiente, la salida de tono del dormilón hizo reir a todo el mundo.

- Ya se ha hecho demasiado tarde para ir allí. Volvamos a Discomaníac- exigió Sandra, autoritaria.

- Ya hemos llegado a puerto- les anunció Ramón.

Se encontraban dentro del jardín de una casa imponente. Era una construcción antigua que, según como, hacía pensar en una fortaleza. La parcela estaba rodeada por un muro de obra alto y consistente, pero ellos se encontraron la puerta abierta. Alrededor se podían ver motivos ornamentales de la época romana. Destacaba una estatua de mármol de Diana, la diosa cazadora. Los faros del coche la habían iluminado fugazmente.

Las chicas de Torreforta estaban sobresaltadas. La magia de la noche se había oscurecido.

- ¿Dónde nos habéis traído?

- Esto no es ninguna discoteca.

- No queremos entrar aquí!- fueron los últimos gritos que dijeron antes de que el coche entrara al garaje, situado en el extremo izquierdo de la construcción. Era semisótano y oscuro como una garganta de lobo. La puerta estaba abierta también, pero se cerró tan pronto como el coche entró dentro.

Desde el jardín se adivinaban cinco siluetas de hombre detrás de la cortina de una ventana. Tenían copas y cigarros en las manos. También se veía el aspecto siniestro de un doberman. Simultáneamente a la entrada del vehículo en el garaje, todos ellos se desplazaron en dirección hacia aquella parte de la casa.

Dos o tres minutos más tarde, la puerta del garaje se abrió y el Renault 19 salió reculando. Sus faros iluminaron la fachada de la casa y la estatua de Diana. En la ventana de antes ya no había luz.

Héctor, que continuaba en el asiento de detrás, abrió los ojos de golpe y preguntó por Sandra. Luchaba por mantenerse despierto, estaba demasiado tocado y una y otra vez perdía la consciencia. No se dio cuenta ni de que ahora tenía a Salva como compañero de asiento.

- ¡Qué tío! ¿Todavía tienes más ganas de marcha? Dale mambo!- ordenó Ramón enérgicamente.

Salva no dejó que lo repitiera y se sacó del bolsillo una petaca y se la puso en la boca a Héctor.

- Bébete esto y verás qué marcha te dará- le animó. Los efectos barbitúricos de cinco comprimidos de Oasil Relax, potenciados por el vodka en el que los habían disuelto, se manifestaron en seguida.


A la mañana siguiente un empleado doméstico regó el amplio jardín de la casa. Fue la única actividad que se vio en el exterior de la casa durante las horas de sol de aquel domingo de enero.

Por la entrada llegaron dos vehículos: la Nissan Serena gris con los laterales inferiores negros, conducida por Salva, y el Renault 19 de Héctor con Ramón al volante. La puerta del garaje se abrió y la furgoneta entró. Ramón se quedó en el jardín y aprovechó para hacer la maniobray encarar el Renault hacia la puerta de la finca. Después bajó y se fumó un cigarro. Vio los mismos cuatro coches de la tarde: dos BMW, un Audi y un Volvo. Uno tenía matrícula de Valencia, otro de Zaragoza y los dos restantes de Madrid.

La furgoneta salió del sótano, atravesó el jardín y enfiló la carretera hacia abajo. Ramón entró en el Renault, lo puso en marcha y la siguió.


Tres cuartos de hora más tarde, los dos vehículos estaban en una nave inustrial abandonada. A quince metros del coche, aproximadamente, Salva preparaba un equipo de grabación compuesto de cámara, trípode, antorchas y grupo electrógeno. Ramón, mientras tanto, hizo correr una puerta lateral de la furgoneta y, sin entrar, apartó unas cajas que disimulaban un doble fondo. Lo abrió y dentro estaba Sandra. Amordazada, tenía una venda en los ojos y estaba atada de pies y manos. La sacó del coche y la dejó tirada en el suelo.

Los torturadores se habían ensañado tanto que apenas le quedaba un aliento de vida. "Mal asunto", pensó Ramón. Y, nervioso, le quitó la mordaza, la venda y las ataduras de las manos y los pies. En seguida le dio una bofetada y ella soltó un grito como si fuera una recién nacida.

- No, por favor!- comenzó a implorar-: matadme si queréis, pero más no, por favor!

A Ramón se le dibujó una sonrisa diabólica. De un zarpazo la hizo levantarse y la llevó hacia la zona donde estaba Salva. Ella no podía ni caminar y, si avanzaba, era a causa de los trompazos que recibía. Sólo tenía ánimo para suplicar:

- No, más no! Por favor! Ya basta! Dejadme! Matadme...

- Todo llegará- murmulló entre dientes Ramón que le dio un golpe más fuerte y la hizo caer al suelo.

No podían perder ni un segundo. Mientras Salva continuaba engrescado en la preparación del equipo de vídeo, el otro se dirigió hacia el Renault 19, abrió el portaequipaje y consiguió sacar a Héctor que, como Sandra, también quedó extendido en el suelo, casi sin conocimiento. A diferencia de la chica, él no había recibido ninguna paliza, pero los sedantes que le habían suministrado y las horas de ayuno postración le habían abocado a un estado de extenuación lamentable. Amordazado y atado de pies y manos, su rostro refeljaba la pavor extrema del reo delante del verdugo. El puñal que Ramón acabó de levantar le puso a tono.

- Levántate, hombre!- le dijo este, amable, y le ayudó a levantarse cogiéndolo del brazo.

Cuando ya lo tuvo derecho, se puso la mano libre en la parte posterior de la cintura. La volvió a sacar y empuñaba un revolver del 38 especial. Como el que no quiere la cosa, le puso la punta del cañón en un ojo. Héctor estaba muerto de miedo y aquello provocó que ramón se superara en su interpretación.

- Tranquilo, colega! ¿Qué son estos temblores? Con nosotros no tienes que temer nada. Somos hermanos de nariz, no? O puede ser que estás emocionado? Oh, y tanto, ahora lo entiendo: tú ya la has husmeado, la chica que te está esperando con los brazos abiertos para que la transportes a la gloria!- le dijo, y Héctor todavía se acojonaba más.

Ramón le liberó de las cuerdas y de la mordaza y, sin dejar de apuntarlo en ningún momento, empezó a llevarlo hacia el lugar donde estaba Sandra. Por el camino, el camello vio en el suelo una estaca puntiaguada y la cogió.

- Mira, qué punta más guapa!- dijo con una sonrisa irónica, lúgubre como el sol-. La cogeré por si acaso se nos aparece algún vampiro.

Cuando ya estaban cerca de Sandra, Salva se propuso emular los despropósitos verbales de su compañero:

- Por fin! Por fin tenemos juntos a Romeo y Julieta! Te ha costado, pero todavía quedarás como un hombre y pagarás las deudas del juego.

Héctor vio a Sandra en aquellas condiciones tan deplorables y quedó alucinado. Ramón se dio cuenta y le dio tal golpe en el culo que le hizo caer encima de ella. Salva protestó, enérgico.

- No le vuelvas a pegar!- después se acercó a Héctor y le incitó para que violara a Sandra-: Venga, va. Cumple con tu parte del trato. Fóllatela y os podréis ir.


A Ramón se le escapaba la risa al oir el sarcasmo de Salva. Para reponerse, dejó paso al histrionismo más demente:

- Motor! Cámara! Acción!- y el otro comenzó a grabar.

La cosa no dio ningún resultado, ya que el único movimiento que hizo Héctor fue separarse de la chica. El pobre parecía hipnotizado por el tétrico aspecto de Sandra, con la nariz y los labios abiertos y llenos de sangre, el pelo sucio y el cuerpo con heridas de toda clase.

El improvisado director hizo una señal a Salva para que parara el vídeo.

- La pena negra, Héctor, qué mal acostumbrado que te tenemos!- le gritó, y se le acercó con decisión.

Lo cogió del pelo e hizo que se quedara sentado en el suelo.

- Prepárale una buena ralla!- indicó a Salva.

Éste cortó la cocaína sobre la superficie de un billetero de piel negra y, tanto si quería como si no, obligaron a Héctor a esnifarla. "Aquella cartera..." A continuación Ramón le hizo un gran corte en la bragueta con el puñal y en seguida lo tuvo otra vez encima de Sandra.

- O tú te comportas como un hombre o yo te empalo!- le amenazó encarándole la estaca en el culo-. Y después te corto los huevos y te los hago comer.

Salva continuaba no queriendo ser menos que el otro y, loco de lascivia mimaba a Sandra y le susurraba, baboso:

- Al final lo harás con tu príncipe azul y podrás enseñarle todo lo que sabes.

A Héctor le costó mucho empezar pero al final, lo consiguió y empezó a follarla con ímpetu salvaje, ansioso por acabar pronto y poder irse. Ella gemía, se quejaba de dolor, le insultaba, con las pocas fuerzas que le quedaban luchó para descabalgarlo, pero no lo conseiguió. Le arañó la cara y la espalda, hecha un mar de lágrimas.

- No, tú, no, Héctor! Tú, no, por favor... Tú, no!- le suplicaba.

- No te separes!- ladró Salva cuando Héctor, apenas había terminado hizo el gesto de separarse-. Continúa! Continúa! Golpéala!- le incitaba también a los malos tratos.

Sandra ya no ofrecía resistencia. Sólo gemía sordamente y cerraba los ojos para no ver otra imagen de su infierno particular. Pero seguro que en una fracción de segundo intuyó la nueva modalidad de suplicio a la que sería sometida.

De nuevo había actuado la pareja de sádicos para sacarle a Héctor de encima y colocarla boca abajo.

- Venga, chico, a cumplir!- le había mandado Ramón a Héctor, mientras Salva se volvía hacia la cámara para continuar grabando-. Huummm...

Y volvieron los gritos estridentes de Sandra y las convulsiones terribles y el dolor que le aguijonaba el recto como si la estuvieran penetrando con un hierro.

Esta vez Héctor se separó de Sandra sin haber eyaculado y, avergonzado de su vileza, se alejó poco a poco, centímetro a centímetro. Se sabía impotente de emprender ninguna acción, por insignificante que fuera, en beneficio de él y de la chica. Pero en seguida, al darse cuenta que Ramón se había colocado una capucha y se acercaba a ella con la estaca en una mano y el puñal en la otra se enrabió y el miedo dejó de temblarle en las piernas. Todavía estaba en el suelo.

- Ahora me toca a mí- había dicho lúgubremente el verdugo feroz.

La reacción instintiva de Héctor no pasó desapercibida para Salva, que le colocó la boca del cañón en la cara y le dijo que no con la cabeza. No fue necesario que le insistiera. Entonces el pistolero consideró que había llegado el momento de leerle la letra pequeña. Y se sacó del bolsillo la cartera de antes y se la enseñó a Héctor, que ahora la reconoció inequívocamente... Era la suya.

- ¿La conoces?- le preguntó, aunque no esperaba ninguna respuesta.

En seguida la abrió y sacó una fotografía en la que se veía a Héctor abrazar a unas chicas de doce y catorce años, respectivamente; rubias y con caras de angelitos.

- Qué hermanas tan majas que tienes, colega!- exclamó el degenerado-. ¿No nos aceptarías como cuñados?- le propuso mientras hacía gestos obscenos con el puño y el bajo vientre.

- No, a mis hermanas, no!- bramó Héctor, estremeciéndose perturbadoramente y revolviéndose de violencia contra Salva.

Éste no se dejó sorprender y de un golpe de culata en la cabeza lo dejó tirado en el suelo. A continuación se fue a grabar las acciones de Ramón.


El desmayo de Héctor duró muy poco. Los gritos inhumanos de Sandra le hicieron volver en sí antes de un minuto. Después se sintieron tres tiros, que retumbaron dentro de su cráneo cmo si le hubiera reventado. Se puso a gemir impulsivamente, a llorar. Se tapó la cara con las manos, porque se quedó tan imbécil que no podía dejar de mirar el cadáver de Sandra, que ahora colgaba de una viga. Y se las vio llenas de sangre, las manos. De sangre de Sandra que él, con su cobardía, había colaborado a hacer brotar. Después no se dio cuenta de la huída de los asesinos, que se fueron con la Nissan.


La misma Nissan que en mitad del polígono deslumbró a Quim Aumatell, que conducía su 124.

- Cojones! No pondrá las cortas, el cabrón!- renegó el punk.

Al lado de Quim estaba Jordi Solé, que pegaba cabezadas de sueño, mientras que en el asiento de detrás Joan Albiol y Josep Miquel saboreaban un porro cargadísimo: "Qué triste es la vida del okupa....", se quejaba poéticamente el segundo.





Manel Joan i Arinyó, "El cas Torreforta"

jueves, 19 de febrero de 2009

VUELVO A LAS ANDADAS

Había una canción de Estopa, de su segundo disco (Destrangis) que empezaba con esta frase: "vuelvo a las andadas".
Pensando y repasando la letra de la canción me doy cuenta de que en algo se puede identificar conmigo algunas frases: "creo que va a estallar una olla a presión dentro de mi cabeza", "un grito que se escapa de una garganta muda"...
Todo ésto viene a que hace unos días decidí hacer una cosa que causó un gran revuelo a mi alrededor y que yo hacía firmemente convencida, pero pasando los días y las conversaciones me he dado cuenta que no es lo que quiero para mí.
Seguiré pasando por aquí cuando pueda y os pondré al día

miércoles, 18 de febrero de 2009

Un compañero le dijo que preguntaban por ella. Montse cogió el teléfono y sintió, entre suspiros:

- Soy Nuria. Héctor ha muerto. Te volveré a llamar en cuanto pueda. No hables con nadie del tema.

Después llantos y la señal de haberse cortado la comunicación.


En la celda de Héctor y sus alrededores, tres o cuatro funcionarios luchaban para no dejar pasar a los reclusos que querían ver el cuerpo de su compañero. Tan pronto como corrió la noticia por las diferentes galerías, todos los reclusos iniciaron su concierto de indignación y protesta. “Chap, chap, chap”, sonaban sus objetos contundentes al chocar contra los barrotes de la celda. “Chap, chap, chap!” crecían y se multiplicaban las muestras de rabia y de rechazo.

Héctor había aparecido colgado con una sábana atada a los barrotes de la ventana. Lo descubrió su compañero de celda cuando volvió de tomar el desayuno. Ni en el cadáver ni en la celda se detectaban señales de que se habían producido actos de violencia.


Montse se había quedado con el auricular en la mano, medio alucinada.

- Ismael!- reaccionó, por fin, enérgica-. Coge el equipo que salimos disparados.

El técnico le respondió que no había ninguna unidad móvil libre. Entonces ella le dijo que no importaba, que irían con su coche. Antes de salir de Informativos, le dejó un recado a la compañera de mesa de Roger.

- Si viene, dile que no se mueva de aquí, que yo lo llamaré.


Cuando el coche de Montse salió del recinto de TV7 una furgoneta gris con los laterales inferiores negros la siguió. Esta vigilancia quedó interrumpida en un semáforo de la Rambla Vieja. Montse estaba tan nerviosa que se lo pasó en rojo. Y, como el vehículo que estaba entre el Audi y la furgoneta sí que se paró, ésta quedó bloqueada y sus ocupantes perdieron de vista a los de TV7.

De todas maneras, cinco minutos más tarde el ímpetu de Montse quedó reducido a mera y simple impotencia. El guardia de la puerta de la cárcel tenía órdenes muy estrictas y no pensaba complicarse la vida: sólo dejaría entrar al forense, al juez de vigilancia penitenciaria y al furgón del tantatorio.


Nuria no paraba de llorar mientras le señalaba a Montse el trayecto. De tanto en cuando, suspiraba. (Ismael se había vuelto a los estudios en taxi).

Salieron de Tarragona y cogieron la carretera de la costa en dirección a Salou. Por fin, cuando pasaron por delante del primer complejo industrial, la monitora empezó a explicarle cosas a la periodista.

Hacía dos días que Héctor había podido hablar un momento a solas con ella. Nuria le encontró muy intranquilo, temeroso, como si se sintiera amenazado. Lo único cierto es que le acabó de contar todo aquello que otras veces sólo se lo insinuó. Él no había matado a Eva y Lorena. Él no había matado a Sandra. Él no había matado a nadie nunca! A nadie! Al principio no entendía nada, estaba sumergido en una confusión mental permanente. Pero poco a poco, a fuerza de pensar y pensar obsesivamente y de atar cabos había conseguido reconstruir el rompecabezas macabro, el engranaje perverso en que se vio involucrado. En este proceso había invertido más de dos años.

- ¿Y?- Montse estaba nerviosa porque la otra le contara todo el lío de la historia.

- Afloja un poco- le advirtió Nuria-: pronto tendrás que desviarte a la derecha.

La idea de Héctor era confesarse con algún familiar de las chicas. De hecho, había pedido a Nuria que le hiciera venir al padre de Sandra, pero ella le advirtió de la posibilidad de hablar con Roger y él accedió.

- ¿Y por qué había callado hasta ahora?- se interesó Montse.

- Yo te lo diré: tan pronto como entró en la prisión, sus protectores intramuros le advirtieron que le harían la corbata colombiana si hablaba.

- ¿Qué es eso de la corbata?- dijo Montse.

- La corbata colombiana es una de las prácticas de tortura más sanguinaria que se conocen. Consiste en cortar el cuello de la víctima y hacerle sacar la lengua por la abertura!- le aclaró Nuria, que de tanto en cuanto tenía escalofríos.

Aún así lo que más le preocupaba a Héctor no era su vida, sino la de sus padres y, fundamentalmente, la de sus hermanas. Por eso no había hecho absolutamente nada por defenderse hasta que la familia no se había ido a vivir muy lejos de Tarragona. Hacía unos meses solamente.

- Gira por aquí y párate allá- le indicó Nuria.

- ¿Por qué me has traído aquí?- le dijo Montse.

Estaban en el aparcamiento de Discomaníac.

Y todavía estaba el agravante de que las vallas publicitarias impedía que las vieran desde la carretera.

- Porque es aquí donde hemos quedado con quien te tengo que presentar. Pero antes, déjame decírtelo todo- y Nuria tragó saliva antes de continuar hablando.

Según ella, todavía se hacía cruces por lo que había ocurrido. Pero cuando se dio cuenta estaba bien colgada por Héctor, se había enamorado perdidamente. Le costó mucho admitirlo, mucho, pero se tuvo que rendir a la evidencia: los sentimientos habían podido más que los mil muros de prevención que ella había puesto entre los dos. Ahora bien, por miedo al qué dirán, no quiso formalizar nunca ningún tipo de relación. Y ahora, se arrepentía.

- Si yo hubiera actuado de otra manera… Si hubiera sido una mujer valiente, puede se que él ahora estuviera vivo y en libertad- se lamentaba.

Además los miedos y los prejuicios la habían hecho ver siempre fantasmas alrededor. Cuando llegaron Montse y Roger, en seguida intuyó que lo único que perseguían con todo aquel montaje era tener acceso a Héctor para hacerlo hablar del caso Torreforta. Y decidió interponerse.

- Ahora ya no hay nada que hacer. Nadie le devolverá a la vida. Pero aún así, os quiero pasar el testimonio de su rehabilitación. Yo no tengo fuerzas para nada, soy demasiado cobarde y abandonaría al primer obstáculo. En cambio, sé que Roger y tú llegaréis hasta donde haga falta para aclararlo todo. Estoy segura. Tenéis todo en vuestra mano para triunfar. Porque actuáis por amor!

Montse la miró. De buena gana habría encendido el coche y habría huido de aquel descampado para integrarse nuevamente en la civilización protectora…

- Cuidado…. Le recomendó Nuria, que ahora tenía ojos de pánico-. Todo esto es muy peligroso. Yo no creo que Héctor se haya suicidado.

En aquellos momentos llegó un Opel Corsa de color blanco. Paró cerca de ellas por el lado de Nuria y bajó del coche un chico chepado y cojo. Caminaba con muletas y debía acercarse a los treinta años. Después de hacer una especie de saludo con la cabeza a Nuria, empezó a caminar hacia el Audi. Llevaba un sobre de medio folio debajo del brazo.

Nuria fue a su encuentro e intercambiaron unas pocas palabras. Después ella le precedió hasta el coche de Montse, donde pasó al asiento posterior para dejarle a él en el de delante.

El cojo entró con dificultades y encajó con Montse, que lo encontró sudado y nervioso.

- Me llamo Bohigues- inició su carta de presentación-. Yo era amigo de Héctor. La noche de los hechos lo ví en el aparcamiento de la hamburguesería “Ñam-Ñam”. Él, en cambio, de tan colocado que iba, no me vió a mí. Estaba en compañía de las tres chicas de Torreforta, pero también había dos chicos que yo no había visto nunca antes. No sé por qué me dieron mala espina…

- Y eso que me estás diciendo, ¿por qué no se lo explicaste a la policía?- le interpeló Montse, con rigidez.

Bohigues, por toda respuesta, encogió la cabeza al máximo y se puso bien rojo. Con miedo de mirar a Montse a la cara, le alargó el sobre.

- ¿Qué es esto?- le preguntó ella.

Él le dijo que ni lo sabía ni lo quería saber. Héctor se lo había hecho llegar el septiembre pasado con la condición de que lo pusiera en buenas manos si alguna vez le ocurría alguna desgracia dentro de la cárcel.

- Eso sí, me dijo que no se lo diera a la policía por nada del mundo!-concluyó él su exposición.

- Ten- le dijo Montse mientras le daba tres billetes de diez mil pesetas-. Nuria me ha dicho que te vendrán bien.

Bohigues le apartó la mano muy dignamente y le dijo:

- No quiero dinero. Estas cosas sólo se hacen por amistad. Y, por favor, tú y yo no nos conocemos de nada. No nos hemos visto nunca.

Después, él y Nuria se despidieron de Montse, salieron del Audi y se dirigieron hacia el Corsa. Antes de llegar, Bohigues se giró hacia el coche de la periodista y proclamó a través de la ventan, categórico:

- No tengas ninguna duda: Héctor era un tío legal- y le cogió el dinero de la mano.


Apenas se fueron Nuria y Bohigues, Montse abrió el sobre y lo primero que vio fueron dos páginas de la revista del corazón “Cataluña Rosa”. En seguida se fijó en una fotografía donde aparecía un prestigioso cirujano plástico al lado de una de las principales damas de la jet. Estaban delante de la fachada principal del chalet de veraneo del cirujano. Montse había mirado en primer lugar esta instantánea porque la pareja tenía al lado una estatua de Diana (la diosa cazadora), que estaba rodeada con bolígrafo rojo.
Manel Joan i Arinyó, "El cas Torreforta"

martes, 17 de febrero de 2009

BUSCANDO TRABAJO

El sábado por la noche pensé mucho. Demasiado, diría yo. Y aunque me gusta pensar las cosas, siempre acabo dándoem cuenta que no tengo que darle tantas vueltas a la cabeza, porque al final acabo más hecha lío que al principio.

Estuve pensando mucho y me propuse firmemente lo de buscar trabajo, ahora más en serio que nunca. Me pateo las calles de la ciudad desde bien temprano hasta que cae la noche o hasta que ya no me quedan fuerzas para más. No quiero que se me escape nada. Necesito un trabajo ya, y no sólo por el tema económico (que también), sino porque me va a venir muy bien salir a la calle, tener una obligación y despejarme un poco de los "problemas" que tengo.

Os íré contando si esa búsqueda da sus frutos o no...

lunes, 16 de febrero de 2009

"PUEDE SER" (CONCHITA)

Esta canción no es que sea muy nueva precisamente, pero quería ponerla aquí porque me gusta mucho y porque en parte me gustaría que resumiera un poco mi forma de pensar estos días. Aquí os la dejo.




Puede ser, que me haya equivocado una y otra vez, pero esta vez es cierto que todo va a ir bien, lo siento aquí en el pecho y en tu cara también.


Y debe ser que pienso igual que ayer pero del revés, todo se ve más claro, más facil, no sé, las cosas se van ordenando solas sin querer.


Y dicen que si una puerta se cierra se abre otra, no sé, más grande, más bonita y más facil que ayer, más facil que ayer. Y esta vez creo que en vez de una puerta viene un ventanal, muy sólido, muy fuerte y con vistas al mar, con vistas al mar...


Y puede ser que me equivoque otra vez y puede ser que vuelva a perder, pero hoy la vida me dice que me toca a mí eso de sentirme bien. Y puede ser que me equivoque otra vez y puede ser que vuelva a perder, pero hoy la vida me dice que me toca a mí eso de sentirme bien.


Y ahora que se marcha la tristeza y las penas también quisiera despedirme diciéndoles que espero que no nos volvamos a ver. Y debe ser que pienso igual que ayer pero del revés todo se ve más claro, más facil no sé, las cosas se van ordenando solas sin querer.


Y dicen que si una puerta se cierra se abre otra, no sé, más grande, más bonita y más facil que ayer, más facil que ayer. Y esta vez creo que en vez de una puerta viene un ventanal, muy sólido, muy fuerte y con vistas al mar, con vistas al mar...

Y puede ser que me equivoque otra vez y puede ser que vuelva a perder, pero hoy la vida me dice que me toca a mí eso de sentirme bien. Y puede ser que me equivoque otra vez y puede ser que vuelva a perder, pero hoy la vida me dice que me toca a mí eso de sentirme bien.



domingo, 15 de febrero de 2009

Esta entrada aparece publicada como si se hubiera hecho el pasado domingo, pero no es así (al igual que la de ayer y la de unos pocos días más). En realidad hoy es jueves, bueno, realmente ya es viernes, y os preguntáreis a santo de qué viene tanta tontería, no? Pues el caso es que a finales de 2008 me propuse publicar una entrada en el blog todos los días, porque yo sé lo que me pasa con estas cosas, que al principio lo cojo con muchas ganas pero luego, poco a poco e inexplicablemente, lo voy dejando en el olvido.



Así que, como por unos asuntos he estado bastantes días ausente (y no sé cuántos más voy a estar así) estoy poniendo al día el blog poco a poco. Así que, al igual que esto va a volver a ser lo que era (espero) pues espero que pase lo mismo conmigo ya que bueno, he estado pensando muchas cosas y dándole muchas vueltas a la cabeza estos días.



Con paciencia, creo que se irá solucionando todo...

sábado, 14 de febrero de 2009

Hoy ha sido sábado 14, día de San Valentín y qué mejor manera de celebrarlo que casándome virtualmente con la niña de mis ojos, con la Barca de la felicidad, esa que siempre sabe sacarte una sonrisa cuando más lo necesitas y sabe hacer que no llores cuando tus ojos te piden totalmente lo contrario. Así que, como véis, me he llevado un gran partido eh? jaja Ayyy mi gallega qué bien me hizo encontrarte aquel día (bueno, aquella noche).

Así que esta entrada va dedicada a ti y al cariño que, gracias a Mari, nos unirá siempre (espero jajaja)




(Por cierto, os iré explicando el desbarajuste del blog y me iré poniendo al día poco a poco)

viernes, 13 de febrero de 2009


- Buenas noticias, Montse- fue la bienvenida que le dio Roger a la mañana siguiente cuando la chica entró en la sala de Informativos.

Había llamado Nuria desde la cárcel, como Montse no estaba se lo dijo a Roger: Héctor estaba dispuesto a hablar con ellos.

- Y le podremos grabar, me imagino- aventuró Montse.

- Eso no me lo ha dicho- le respondió Roger.

- Ahora llamaré a Nuria. ¿Qué día tenemos que ir?

- Pasado mañana...

Roger también le explicó que después de hablar con la monitora de la cárcel había recibido una llamada de Antonio Castro. Quiso saber a qué hora le llevarían el dossier. Entonces Roger, impactado por la noticia que le había dado Nuria, no se había podido reprimido de comentársela al padre de Sandra. Éste, contrariamente a lo que él se imaginaba, le había dicho que sí, que trataran de coger al máximo a aquel monstruo!

- ¿Qué dices que has hecho?- le preguntó Montse, sorprendida, intentado contenerse.

- Le he dicho a Antonio Castro que hablaremos con Héctor. ¿No hemos acordado trabajar juntos?- le replicó Roger, ingenuamente.

Montse no pudo evitarlo y reprendió a su compañero. Había que ser más sagaz y elegir la información que se podía dar y la que no. Si no, no conseguirían nunca hacer el reportaje. En este punto, la paciencia y la bonhomía de Roger tocaron fondo y estalló.

- Me cago en los cojones!- gritó, exaltado-. Que le jodan al reportaje, al periodismo, al caso Torreforta, a TV7 y a la madre que lo parió! Yo lo único que quiero es saber quién mató a Eva y por qué; y tratar por todos los medios que se haga justicia! El resto es mierda!

Montse se quedó boquiabierta. De Roger se podía esperar cualquier cosa, menos un acto de furia como aquel. Ahora, ella también tenía su genio. "De acuerdo, chico", pensó en su interior. "Tienes derecho a pensar lo que te dé la gana, pero no eres nadie para joder mi trabajo". Aunque, no obstante, discurrió que si se dejaba llevar por el orgulo aquello habría sido como encender una traca dentro de un polvorín. Por tanto, se mordió la lengua y trató de reestablecer los puntos del diálogo.

- Perdona, Roger- se le dirigió tiernamente-, tienes toda la razón. Es más, no nos engañemos: en mi orden de prioridades, saber la verdad y que se haga justicia también ocupa el puesto de honor. Y por más de un motivo. Como persona, como mujer y... En fin, como buena amiga tuya que me considero.

Roger volvía a ser una balsa de aceite.

Montse pensó que ya miraría ella para hacerle entrar en razón, aunque fuera maternalmente, un poco más alante. Hasta hacerle comprender que, si no actuaba con un poco más de picardía y prudencia, no conseguiría desenmascarar nada nunca. Puede ser que se le presentara la ocasión mientras hacían el camino hacia la consulta de Calvet...


- Sentaos- les indicó el forense. Su rostro revelaba una gravedad extrema.

Encima de la mesa de trabajo tenía todas las fotografías de los cráneos de Scala Dei, como también en la pantalla del visor de radiografías, que estaba iluminada.

- Preparaos para sentir algo muy fuerte- les advirtió. No dramatizaba.

Él había contrastado las fichas de las dentaduras que le había conseguido su primo el dentista con los mordiscos que había fotografiado Montse. Y estaba en condiciones de afirmar, categóricamente, que, como mínimo, siete de los diez cadáveres que ellos desenterraron eran de mujeres desaparecidas los últimos años en las comarcas tarragonenses.

- Todo esto es satánico!- murmulló Roger como si hablara solo-. Satánico!- repitió levantando un poco el tono de voz. Ya hacía muchos días que no dormía bien y se le veía demacrado.

Montse, que también se había impresionado mucho por la revelación de Calvet, exclamó:

- Dios mío! Este asunto está tomando unas dimensiones todavía más aterradoras. No sé qué tendremos que hacer.

Había dos alternativas: acudir a la policía o dejar que investigaran los detectives de Antonio Castro. Ya lo discutirían Roger y ella cuando no estuviera Calvet delante. Éste tenía sus propias ideas y se apresuró a exponerlas:

- Si es verdad que me habéis conseguido el dinero para realizar los análisis, yo no diría nada a nadie hasta que no conozcamos la identidad genética de los últimos individuos que estuvieron con Eva y Lorena.

- Está claro- Roger quiso continuar con el razonamiento-. Y como entonces seremos Montse y yo los que llevemos estas pruebas a la policía y a las acusaciones particulares, si hace falta con cámaras y todo, no habrá ningún peligro de que se extravíen.

Montse parecía perdida en un mar de dudas y optó por no abrir la boca. "¿Durante cuánto tiempo se conformará Antonio Castro a continuar pagando sin recibir ninguna aclaración a cambio...?", se preguntó. Vio aquí una complicación añadida.

En aquellos momentos, justamente Roger le estaba dando a Calvet el medio millón de pesetas en billetes de diez mil. "No te los gastes en vino!", le tendrían que haber recomendado quince días antes. Pero en estas dos semanas se habían obrado milagros en la persona del médico, tanto desde el punto de vista físico como en su conducta. No parecía el mismo. Aún así, Roger sintió una especie de escalofrío mientras le daba el dinero. "A mí quién me asegura que no nos está estafando y que sólo persigue hacer hervir la olla a costa de Montse y de mí...", sospechó.

- Saldré hoy mismo hacia Santiago de Compostela, que es el único lugar del estado español donde se pueden efectuar pruebas de ADN mitocondrial- les aseguró Calvet.

En seguida les explicó que, si los pelos recogidos eran de alguien que estaba fichado policialmente, habría muchas posibilidades de identificarlo. En caso contrario, les serviría de muy poco disponer de la ficha cromosómica de los últimos individuos que mantuvieron un contacto físico con Eva y Lorena. Eso siempre que los pelos no fueran de Héctor ni de las mismas chicas.

- Si salieran otros sospechosos- dijo el médico- entonces sí que podríamos hacer las comparaciones pertinentes.

Como Montse tenía que ir a Barcelona aquella tarde por un asunto familiar, ella misma llevó a Calvet al Prat.

- Házlo como quieras, Jaime, pero acaba las pruebas antes del juicio. Y manténme informada al día- le solicitó después de darle un beso cordial en los labios.


Anna había citado a Roger en su despacho. Acababa de recibir un fax de la policía francesa, donde le confirmaban que la ropa interior de Eva y Lorena formaban parte de la colección de fetiches de un integrante de la red de pederastas de París.

- Matándolos no pagan!- se descontroló Roger que casi sufrió convulsiones. Después se calmó un poco y manifestó-: confío que esta pista dará un impulso a la investigación-. Al mismo tiempo tenía que hacer un esfuerzo por no explicar a la sargento nada de lo que se traían entre manos Montse, Calvet y él.

- De eso se trata- le dijo Anna- de ir recogiendo pistas e ir encajándolas.

En consecuencia, quién era el autor de las fotos. Por una parte tenía que ponerlo en el informe que le había solicitado la Interpol. y por otra parte, como contribución profesional y personal a la causa, ella se había hecho el firme propósito de evitar que ese hallazgo entrara en vía muerta.

- Ten en cuenta- explicó Roger- que hasta ahora hablábamos de un triple crimen sexual; con todo lo que eso tiene de trágico y terrible, pero sin ninguna otra connotación. Ahora, en cambio, el asunto tomaba otra dimensión. Y el deber de la policía es investigar todo lo que haga referencia al caso.

"Fuiste tú el fotógrafo, ¿no?- trató de cogerlo desprevenido.

- Lo siento- le dijo Roger, que ahora, además de tener el semblante serio, también lo tenía triste-: tendrás que decirles que las recibiste de manera anónima. Para mí, el secreto profesional de los periodistas es un derecho sagrado.

La sargento lo miró con gravedad antes de decirle:

- Si yo te dijese que Eva y Lorena aparecieron en un vídeo snaff, ¿reconsiderarías tu postura?

- ¿Qué? ¿Eso es verdad?- se sobresaltó Roger.

- Yo no lo he visto personalmente, pero me lo han asegurado- le respondió ella.

- Estoy muy jodido Anna. Déjame unas horas- le suplicó-. Unas horas...

- No vamos bien, Roger. Créeme- le reconvenció la sargento-. No vamos nada bien.

Cargada de paciencia, le explicó que ella no había insistido nunca por capricho. Al contrario, quería hacerle comprender que en la investigación policial el estudio del detalle más insignificante conducía muchas veces a la resolución de casos complicadísimos.

- Ya ves que para la gente de la calle y para los diferentes medios, todos se creen en el derecho de proclamar que la policía es tonta. Algunos nos acusan incluso de ser elementos de una Gran Conspiración. Y no es eso. Es verdad que muchas veces la inaptitud nos gana, como algunas otras nos dejamos llevar por la inercia. Pero cuenta que en muchísimos casos es la falta de colaboración ciudadana, lo que nos impide llegar a buen puerto...- le explicó también.

Cada día que pasaba, Roger se sentía más cautivado por la mirada de la sargento, tan cálida y penetrante al mismo tiempo. Aquella tarde, aunque tenía la mente medio en blanco, no fue una excepción.

- Malamente del todo!- exclamó ella, severa y le devolvió a la vigilia-. Con tu actitud estás ocultando pruebas, te lo repito.


- No, Roger, no! El otro día, el tema de la ropa interior y hoy los pendientes! No me acuerdo. ¿Cómo tendría que acordarme!?- exclamó Belinda-, si pronto hará tres años que me fui de Torreforta?!

Para Roger el reportaje ya no tenía ninguna importancia, pero había hecho suyos los consejos de Montse. Y en esta nueva visita a la monitora de aeróbic se había guardado para el final la mala noticia. Si se la daba al principio, estaba claro que no sacaría nada positivo. El tema de los pendientes, como era ahora, era una cortina de humo: Montse y él sabían, gracias al vídeo y a las fotos posteriores, que Sandra, al menos en el vestuario del Pabellón Cubierto, llevaba tres pares de pendientes, y uno era el de las esmeraldas.

- Si me dieras los otros vídeos donde salen ellas, me harías un gran favor- manifestó Roger a continuación.

Belinda, cargada de paciencia, le preguntó para qué los quería. Le sudaba la frente y estaba ella un poco acalorada, ya que Roger tenía el don de la oportunidad y siempre que se presentaba la cogía dando clase.

Él se justificó diciéndole que los necesitaba para estudiarlos a fondo y mirar de detectar algún sospechoso de estar involucrado en el secuestro y asesinato de las chicas.

"Sí, escondido dentro de la ducha para verlas en pelotas!", se dijo Belinda y por poco no se le escapó la risa.

- Pues lo siento pero no tengo ni uno- le dijo la monitora, que se dio cuenta que Roger, inquisidor, estaba repasando con la mirada todas las estanterías del despacho.

- No me lo creo- le replicó él.

- No te lo creas, pero es verdad. Siempre los dejaba y ya los he visto bastante- y dicho ésto, Belinda reflexionó que tal vez había hablado más de la cuenta.

Como mínimo dio pie para que él continuara importunándola:

- Dime a quién se los dejabas y yo me encargaré de recobrarlos- le propuso.

La chica la miró derrotada y a Roger le pareció que se disponía a revelarle nombres y direcciones. Tenía el semblante apagado, ella, y le vino una especie de tic al labio inferior.

- ¿Y cómo quieres que lo recuerde después de tanto tiempo, Roger?- dijo suavemente-. A las madres de las alumnas, a alguna abuela o incluso a ellas mismas, ya que después de las actuaciones les gustaba verse en el televisor de casa...

- ¿Y a ningún padre?- le preguntó Roger.

- No- aseguró ella.

- ¿Seguro?- volvió a insistir él.

- Te lo juro- le volvió a confirmar Belinda.

- Mira, móntatelo como quieras, pero necesitamos ver todas las cintas- le advirtió Roger, a quien le había cambiado el tono de voz que ahora era mucho más duro.

- ¿Necesitáis? - repitió ella, con sorpresa-. ¿Quién las necesita?

Roger comprendió que ya no servía de nada continuar aquel juego. Si Belinda sabía algo que podía ser útil para la investigación, no se la diría a él, sino a los profesionales encargados de resolver el caso. Así que la puso un poco en antecedentes para que no le viniera todo de nuevas.

- Me sabe mal- comenzó- pero la policía me está presionando mucho y les tendré que dar la cinta y decirles que es tuya.

- Por favor, Roger, no me comprometas! - le suplicó ella, alarmada-. Tal como están las cosas últimamente, si ven a alguna chica desnuda serán capaces de pensar cualquier bestialidad.

"Tú sabes que yo no sería capaz de hacerles ningún mal. Y no permitiría tampoco que nadie se lo hiciera. Yo sólo las grababa para tener un recuerdo entrañable...

- No me queda otra alternativa -se mostró categórico Roger, que estaba tan triste o más que ella.

Poco a poco, Belinda había ido acercándosele...

- Tú y yo somos amigos. No me hagas esta putada... - le pidió seductoramente.

Por un instante, pareció que Roger la abrazaría pero la separó suavemente y se fue del despacho.

Pasados unos segundos de desconcierto, Belinda miró por la ventana para asegurarse de que Roger salía del gimnasio. Lo comprobó y, en seguida, se dirigió hacia el teléfono y marcó.


- Espérame aquí- le dijo Anna al Mosso que la acompañaba. Estaban dentro de un coche policial camuflado, que habían aparcado en la esquina más próxima del gimnasio. Acababan de hablar con la central por la radio.

Ella bajó del vehículo y, mientras se acercaba al gimnasio, no dejaba de preguntarse que le debía haber pasado a Roger allí dentro, ya que de lejos le había parecido verle más abatido que nunca, caminando cabizbajo y con los hombros muy caídos.


- Soy yo- decía Belinda en el auricular, pero la nueva visita la hizo colgar en el acto. No pudo disimular que se sobresaltó y le volvió el tic del labio.

- Soy la sargento Recasens. Quiero hablar con la señora Belinda Deltoro- dijo Anna nada más franquear la puerta.

- Soy yo. ¿Ha pasado algo?- preguntó, sorprendida

Montse tuvo una buena intención enviando a Vicente Vila a vigilar los movimientos de Belinda. Y eso que, un viejo verde como era, cualquier culo joven le distraería de lo que debía haber sido su única y exclusiva ocupación. En aquellos momentos, por ejemplo, en lugar de haber detectado la llegada de Anna, estaba sentado y quieto en una bicicleta estática y alucinaba marranadas mirando los estiramientos y los ejercicios de elasticidad que efectuaban unas jovencitas. Tenía que vigilar para que no se le cayera la baba. De hecho, descubrió a la Mosso de casualidad. Fue cuando finalmente se decidió a mover el culo para ir a decirle a Montse que Roger había ido y había estado hablando con Belinda. De reojo miró al despacho de ésta y vio a la sargento. La visión duró poco tiempo, ya que la monitora bajó la persiana del ventanal.


Al fin, Belinda pudo telefonar.

- Soy yo otra vez. Escúchame bien. Ha venido Roger- aquí hizo una pequeña pausa-. No, no. Él ha estado muy correcto, como siempre- otra pausa-. Además de las cintas, quería saber no sé qué de unos pendientes. Pero eso no es lo malo. Lo malo es que lo deben haber seguido, porque apenas se ha ido él ha llegado la policía. Era una sargento de los Mossos...- En este último punto Belinda se tuvo que separar un poco el auricular de la oreja, ya que la bronca que estaba recibiendo era tremenda-. Sí, ya lo sé, que la culpa es mía por no haberlo toreado la primera vez que se presentó- manifestó, vacilando-, pero ahora el mal ya está hecho... Y yo sé que tú puedes solucionarlo...

Manel Joan i Arinyó, "El cas Torreforta"

jueves, 12 de febrero de 2009



Eran las nueve de la mañana. Montse se estaba preparando un zumo de zanahoria con la licuadora cuando sonó el teléfono. En la cocina tenía un supletorio y lo cogió. Era Roger, que acababa de recibir una llamada de Teresa Fortuny. Su marido quería tratar con él el tema del dinero. Le esperaba en el despacho de la empresa aquella misma mañana. Y él quería que Montse le acompañara... "No es el perro, ni tampoco el espejo, el mejor amigo de la mujer, sino la cama!" se dijo ella, presa de una sonrisa interior muy gratificante.

- Pasaré a recogerte de aquí a una hora- le anunció Roger.

Este parecía más animado que nunca y le contagió la energía hasta el punto de que el codo le chocó con el vaso de zumo y lo tiró. Pero le daba igual ahora el desayuno. Había cosas mucho más importantes que hacer en los próximos sesenta minutos. La primera, conseguir la microcámara, que todavía no había tenido tiempo de comprarse una.

- La necesito en seguida. Es una urgencia. Yo no tengo tiempo de pasar a recogerla. Tráemela tú aquí por favor- solicitó a Vicente, que todavía estaba en la cama.

Ella hizo una pausa para que el otro pudiera expresar sus razones sin sufrir ninguna interrupción. Cuando calculó que ya había acabado, manifestó:

- El precio del alquiler yo no te lo he preguntado. Márcalo tú mismo. El otro tema no es ahora el momento de tratarlo.


- Caramba, amiga, ¿quieres decir que no te has pasado?- exclamó Roger, impresionado, cuando Montse subió al Peugeot. Llevaba el abrigo en una mano y el bolso en la otra.

- ¿Qué paaaaaasa? ¿Que no te gusta que me arregle y esté atractiva?

El caso no era ese. El caso era que Montse estaba mucho más que atractiva. Con unas mallas ajustadísimas, que parecía que estallarían de un momento a otro, el escote que relucía habría resucitado a un muerto.

- Mujer, entre mucho y poco- se quejó Roger.

- Tú calla y mira al frente si no quieres que nos choquemos- le regañó ella, divertida, y se puso en el pelo un pañuelo de seda que llevaba disimulado entre el abrigo-. ¿Así estoy bastante decente para el señor?- se burló.

En la sala de espera, Montse y Roger reflexionaban pero los pensamientos de uno y de otra ya no podían ser más divergentes. Ella pensaba que esta vez la muerte no había hecho distinciones entre ricos y pobres. En las divagaciones mentales de Roger, en cambio, el poder adquisitivo sí que tenía un papel preponderante. "Triunfar en la vida también debe querer decir eso", meditaba: "poder elegir para secretarias las chicas más jóvenes y guapas...".

Porque el barcelonés Antonio Castro era un triunfador nato, eso no lo podía discutir nadie.

Sus padres tenían una humilde tienda en la plaza de San Just. Él, después de acabar el bachillerato superior, se matriculó en una academia particular para prepararse las oposiciones a banca, que aprobó a la primera.

Bien plantado, con facilidad de palabra y bailarín excepcional, como le iba la marcha, se especializó en el baile de las facultades. Allí las chicas eran más guapas, iban bien vestidas, siempre olían bien y, sobre todo, estaban más liberadas. Y encontró un buen partido. Sin duda, el mejor de todos y desde todos los puntos de vista, especialmente por el que hacía referencia al último apartado: Teresa Fortuny.

Al poco tiempo de casarse el suegro le pidió que dejara el trabajo del banco, ya que lo quería a su lado para enseñarle los secretos empresariales. Pronto se dio cuenta que acertó de pleno: el yerno tenía olfato para los negocios. Por eso, gradualmente, le fue dando más poder, hasta que le cedió completamente las riendas de Baobab, una empresa con tradición y muy consistente, pero anclada en el pasado. En pocos meses, Antonio Castro la convirtió en la líder indiscutible del mercado estatal y en una de las primeras de Europa.

Este relieve en la dirección se precipitó a raíz de saberse que el nombre del señor Bartomeu Fortuny figuraba en una lista de los GRAPO como objetivo de secuestro. El pobre hombre se asustó mucho y se jubiló inmediatamente. Entonces, Antonio Castro le montó un gran servicio de protección, que después heredó él, aunque en menor medida. El viejo empresario murió antes de cumplirse un año desde que se había jubilado.

Roger entró en el despacho un poco asustado. Suerte que la cordialidad y las buenas maneras del padre de Sandra hicieron que se serenara bastante. "Además", se dijo, "él y yo somos viejos compañeros de suplicio". A pesar de eso, no dejó de observar un posado tímido y respetuoso durante todo el tiempo que duró la entrevista.

Montse, contrariamente, tan pronto como Roger hizo las presentaciones ya empezó a navegar en el polo opuesto. Su compañero no la había visto nunca tan explosiva. Hubo momentos que pensó que rozaba la vergüenza incluso.

En cuanto al tercer implicado, le faltó poco para que se le cayera el bolígrafo de las manos cuando la periodista se quitó el abrigo y lo dejó en el respaldo de la butaca. De hecho, más de una vez se le trabó la lengua a lo largo de la conversación, porque había momentos en que el pañuelo tapaba el escote, pero había otros en que no. Montse dejó cucamente el bolso de mano encima de la mesa.

- Roger, ya sabes que yo he confiado siempre en los Tribunales de Justicia. Tú, me parece que no, ya que me estás diciendo tanto ahora como hace tres años que no se investigó ni actuó como se debía. Me lo tendrás que demostrar para que te crea- fue la intervención de Antonio Castro después del preámbulo del joven.


En otro momento, también le dijo que comprendía muy bien cómo se encontraba, ya que él había pasado por la misma situación.

- Experimentas una rabia inmensa contra todo y contra todos. Tú mismo te odias, porque piensas que si hubieras obrado de otra manera se habría podido evitar la tragedia...

"Te obcecas tanto que incluso te dan ganas de hacer justicia con tus manos. Ojo por ojo, diente por diente! Y te prometes que el día que él salga ed la prisión, tú entrarás. Hasta que poco a poco recobras la lucidez y la razón se impone...


El periodista había medido muy bien sus palabras para no revelar nada de lo que habían descubierto hasta entonces. Por eso le hizo falta adornar su discurso con una retórica sentimental que, si bien reflejaba sus sentimientos más profundos, quedaba un poco fuera de lugar. "Créame, señor Castro, no hablo por hablar. Para mí, el recuerdo de Eva, y también el de Lorena y el de Sandra, es demasiado bonito, y el dolor de ustedes, sagrado, como para venir a molestarlos con tonterías..." había manifestado, por ejemplo.

Montse, al final, no pudo reprimirse y después de mirar a su compañero de reojo, le dijo a Castro:

- Roger no se ha expresado con propiedad. Pruebas concretas no tenemos todavía. De momento son sólo suposiciones, hipótesis de trabajo- y le miró fijamente a los ojos, como estudiándolo.

El padre de Sandra no le pudo aguantar la mirada y la desvió. Aquel escote le estaba mareando. Él no quería mirarlo, pero los ojos se le iban solos. Entonces fue Roger el que hizo uso de la palabra y comunicó al anfitrión que también tenían las gestiones muy avanzadas para hablar personalmente con Héctor Moreno.

- No!-gritó Antonio Castro-. No vuelvas a repetir este nombre delante de mí, si no es absolutamente imprescindible. Pierdo los nervios y sería capaz de perpetrar cualquier locura- les aclaró-. No puedo evitarlo, perdonad. ¿Queréis tomar algo?

Roger y Montse le dijeron que no él y después de disculparse, salió del despacho.

En el despacho contiguo pidió a una secretaria que le fuera a buscar un té con limón. En seguida entró a la sala de seguridad de la empresa y se acercó al panel de monitores. Sin haberle dicho nada, el guardia jurado que los controlaba hizo un zoom hacia el bolso de Montse.

- ¿Podría haber una grabadora?- se interesó Castro.

- Incluso una microcámara- le respondió el otro. Cuando Castro entró de nuevo en su despacho con el vaso en la mano, había recobrado ostensiblemente la calma. Al pasar hacia su sitio se dio cuenta que Montse estaba sentada de lado por haber dejado su abrigo en el respaldo de la butaca. Caballeroso, lo cogió y lo colgó en una percha que había cerca de la puerta.

- Gracias- le dijo ella con educación.

Él le hizo un repaso de arriba a abajo. Esta vez no exteriorizó ninguna sensación de vergüenza ni timidez. Después se sentó.

- Hablado con él, si queréis- retomó Castro la conversación donde la habían dejado- pero ya os advierto que las manifestaciones de este degenerado no tienen ningún valor- aseveró exaltadamente-. Antes del juicio por la muerte de Sandra hizo siete declaraciones diferentes y absolutamente contradictorias. Además de inverosímiles!

- Eso ya lo sabemos, pero...- se atrevió a manifestar tímidamente Roger.

- No hay peros que valgan!- le cortó Castro, que se tuvo que controlar para no ponerse a gritar-. En el caso de Eva y de Lorena me guardaré mucho de afirmar una cosa u otra- Ahora bien, por lo que respecta a mi hija, yo os aseguro categóricamente que este sádico es el único, único y verdadero asesino!

Tanta era la certeza de Castro que hizo que Montse plantara los oídos, al mismo tiempo que un sexto sentido la hizo intervenir.

- La policía no es infalible- pronunció.

Castro se la quedó mirando -y admirando- y, como si ella le hubiera ganado una partida imaginaria, mostró sus cartas:

- Hay otros profesionales- confesó.

Montse lo captó a la primera. Roger, en cambio, no acababa de caerse del nido.

- Así, pues, las declaraciones de su abogado diciendo que lo dejaban todo en manos de la justicia... - manifestó un poco más tarde, cuando Castro ya se había explicado.

- Cuando mi hija apareció muerta- les reveló Antonio Castro, apesarado- pensé que no podría superarlo. Con todo, cuando me dí cuenta que mi mujer, los niños y la abuela estaban todavía más desesperadas que yo, me hice el corazón fuerte y me prometí que saldríamos.

"Una de las primeras cosas que decidí fue que no permitiría, de ninguna de las maneras, que nuestro dolor se convirtiera en un espectáculo morboso. Así que no estuve ni un solo día cruzado de brazos. Porque una cosa era luchar para no crear un sufrimiento innecesario a los niños, pero otra muy diferente habría sido esperar pacientemente los resultados de la investigación oficial, casi siempre tan lenta. Aunque también os digo que en mi caso no tengo ninguna queja, al revés.

"Ya puestos, os lo diré todo: contraté un equipo de detectives. El más prestigioso que enontré. Me costó una riñonada, pero eso es igual. Lo único significativo es que llegaron al mismo sitio que la policía.

A partir de este punto de la exposición, Roger temió que no consiguieran la ayuda económica que habían ido a buscar.

Montse, por su parte, también lo veía complicado pero no se dio por vencida tan fácilmente:

- Todo esto que has dicho está muy bien, y te agradecemos la franqueza, pero quiero terminar de explicarte el asunto por el que hemos venido aquí.

"Hace tres o cuatro semanas Roger y yo recibimos de TV7 el encargo de elaborar unos reportajes sobre el caso Torreforta. Esta responsabilidad no la podemos evitar, pero lo que sí intentamos, como es norma en la casa, es que nuestro trabajo no alimente la morbosidad de la gente.

"Ahora bien, la cosa se nos ha complicado cuando, a medida que hemos avanzado en la investigación periodística, hemos ido descubriendo una serie de datos extraños, por decirlo de alguna manera. Y nos da no sé qué ir a la policía, tenemos nuestras reservas.

Castro la dejó acabar y, después de observarlos un momento en silencio, les propuso un trato: de momento elaborarían los reportajes prescindiendo de aquellos detalles que decían que no les cuadraban. Y él volvería a poner la agencia de detectives en el caso.

- Pero que quede bien claro que lo hago en memoria de las amigas de mi hija. Porque por lo que respecta a ella, ya os he dicho que no tengo ninguna duda de la culpabilidad del canalla que hay en la cárcel!

- Sí, pero nosotros ya... - intervino Montse de nuevo.

- Vosotros, ya lo sé- la cortó Castro-. Me lo ha dicho Teresa. Vosotros ya os habéis embarcado y necesitáis quinientas mil pesetas para hacer frente a los primeros gastos. Aquí las tenéis- Castro abrió una agenda grande y sacó un cheque al portador por esa cantidad. Se lo dio a Montse, que lo cogió y se lo quedó en la mano-. Por dinero no paséis angustia, que haré frente a cualquier iniciativa que ya hayáis emprendido- añadió el padre de Sandra. Y acabó pidiéndoles-: ahora elaboraremos un plan conjunto de acción. Decidme qué habéis encontrado de anormal.

- Resulta que...- se lanzó Roger, pero Montse se levantó y le cortó sin ningún tipo de miramientos.

- Nos esperan urgentemente en los estudios. Si podemos, mañana mismo te daremos en mano un dossier completísimo- le prometió a Castro, que se quedó un poco despagado.


- ¿Qué te ha parecido? Cojonudo, ¿no? Medio millón para comenzar y la promesa de que él se hará cargo de todos los gastos!- Roger no se lo terminaba de creer. Circulaban por Torreforta y se dirigían a Tarragona.

- No me lo esperaba, la verdad- le respondió ella con la mirada un poco ausente. "¿Hasta qué punto la realidad de los detectives no invalidaba todo lo que les habia dicho Calvet?", estaba pensativa.

Unos minutos más tarde Roger también se mortificó por los mismos pensamientos y sin que Montse le hubiera hecho ningún comentario. "Qué desastre, si todo había estado producido por un ataque de delirio tremendo de aquel borracho!", se sobresaltó, con la mirada atenta al tráfico.

Montse y Vicente Vila acababan de ver las imágenes de la entrevista a castro en el monitor del televisor del piso de la chica. La grabación era muy deficiente, pero como documento tenía una fuerza considerable.

Ella quiso saber qué impresión le causaba todo aquello. El ex jefe de Informativos le dijo que él lo encontraba sincero, y era buena señal que no se había hecho nada de rogar para darles el dinero. De todas maneras, también le recomendó que actuara con prevención en todo aquello que hiciera referencia al reportaje, ya que, si Castro intuía que hubiera algo que involucrara a su familia, haría todo lo posible para vetarlo.

- Lo tendré en cuenta- le aseguró Montse-. Por cierto- continuó hablando-, antes de irnos nos ha impuesto una condición para trabajar juntos: las madres de Eva y de Lorena tienen que quedar al margen de todo.

La razón que les había ofrecido era de peso: en casa habían estado todos en manos de pisquiatras. Su mujer era la que lo había pasado peor y no se acababa nunca de recuperar. Los hijos y él la colmaban de atenciones tanto como podían. Y ahora tenía miedo de que recayera si las otras madres le inflaban la cabeza.

Esta prevención de Castro, Vicente Vila también la vio lógica.

- Sinceramente, ¿tú lo crees capaz de actuar de justiciero si alguna vez Héctor se le ponía a tiro?- preguntó Montse.

- Oh, no se sabe nunca.

Vicente acabó de poner la microcámara en la funda, cogió el sobre que había encima de la mesa y, un poco desanimado, dijo a Montse:

- Yo que me había hecho a la idea de cobrar en especies esta vez...

- Au, va!- le despachó ella, sonriendo, mientras le acompañaba hacia la puerta.

Vicente salió del piso y Montse cerró la puerta, pero en seguida la volvió a abrir para decirle:

- A propósito, ya que te has puesto así: prepárate porque pronto te enviaré de misión a un lugar donde te alegrarás la vista bien!

Manel Joan i Arinyó, "El cas Torreforta"

miércoles, 11 de febrero de 2009


- No, Montse, tú no vendrás-, le dijo Roger después de pensárselo unos segundos.

Eran cerca de las siete de la tarde y estaban en un bar situado cerca de la casa de Lorena, donde Roger estuvo hablando con Fina y Julia -madres de Lorena y Eva, respectivamente. Ellas se habían mostrado de acuerdo en acompañarlo a casa de los padres de Sandra para pedirles dinero. Y allí, Montse también quería ir.

- Así las conoceré personalmente...- reforzó ella su argumento, pero Roger no accedió a la petición.

La sargento Anna Recasens, desde un coche camuflado de los Mossos, les había estado vigilando durante las últimas horas. Veinte minutos más tarde cuando les vio salir del bar cogidos de la mano y mirándose a los ojos de esa manera tan cálida, intuyó cómo rematarían el día. No se equivocó.


Roger había ido a casa de fina bastante turbado por la naturaleza del asunto que tenía que plantear: sus sospechas de que las chicas no habían muerto sólo a manos de Héctor. Y también les tenía que pedir que le acompañaran a casa de Sandra para pedir a sus padres que se hicieran cargo de los gastos ocasionados de una investigación paralela que pretenían iniciar.

La grandeza del encargo y el hecho de que había muchas fotografías de Lorena colgadas de la pared y sobre el mueble, le abocaron a un estado de desánimo que él mismo no habría apostado ni una peseta por el éxito de la empresa. Aun así, consiguió convencer a las mujeres para que llamaran a Teresa Fortuny y quedaron con ella para el día siguiente. Les comunicó que tenía elementos de peso para dudar de la versión oficial de los crímenes, pero se guardó mucho de no decirles nada de la autopsia de Sandra. En cuanto a los pendientes encontrados en Scala Dei, se limitó a enseñárselos y les preguntó si los reconocían. Como la respuesta fue negativa, no les reveló la procedencia.

La única objeción a la propuesta de Roger, y todavía muy ténue, salió de la boca de Fina cuando le preguntó que si Montse era de fiar y no les metería en ningún lío. En este punto Roger fue categórico:

- Yo respondo por ella, además de que es una gran profesional, sabe tener la boca cerrada- les aseguró.

Respecto a los padres, como el de Lorena había ido a Polonia a llevar naranjas y el de Eva estaba en Bélgica transportando muebles, Roger les pidió a las madres que no les dijeran nada por teléfono. Ya hablarían cuando ellos llegaran a casa. De todas maneras, tanto Fina como Julia estaban seguras de que los maridos no encontrarían ninguna objeción a lo que ellas hubieran decidido.

- Gracias por todo, Roger- le dijo Julia como despedida. Durante buena parte de la conversación, ella y el chico habían estado cogidos de la mano para infundirse coraje mutuamente.

¡Qué calvario el de aquellas muejeres! Siempre solas en casa sin nadie con quien compartir la angustia. Y cuando estaban los maridos, tenían que vigilar no mortificarlos. Ellos trabajaban desde la mañana a la noche al volante y conducir un trailer con la cabeza así... Y ellas, dentro de lo malo, podían dar gracias todavía: la gran mayoría de matrimonios que sufrían una tragedia como la suya finalmente se separaban, ya que, en el fondo, cada uno culpaba al otro.


Los Castro vivían en un gran chalet, rodeado por un jardín inmenso, en la Avenida del Presidente Tarradellas, en Torreforta.

En la otra parte de la calle había una urbanización con setecientos adosados y, a continuación, la tienda de Baobab. El terreno donde estaban los adosados pertenecía antes a los padres de Teresa, pero el yerno, Antonio Castro, hizo una jugada maestra con él. Nada más que consiguió la recalificación de los terrenos: de rústico a urbanizable. En compensación, los suegros regalaron al municipio las parcelas donde se encontraban las piscinas, el parque infantil y el Pabellón Cubierto.



Además, hicieron donaciones en metálico a las diferentes asociaciones culturales que había entonces en Torreforta. Esta política fue continuada por Antonio Castro cuando tomó las riendas del negocio.

Igualmente, aunque Eva y sus hermanos estudiaban en el Instituto Británico, en Reus, todas las actividades deportivas las practicaban en los clubes del barrio. Eran una familia bien afianzada en Torreforta y gozaban de la simpatía y afecto populares.

Cuando Roger y las madres llamaron a la puerta del chalet, una sirvienta les abrió y les invitó a pasar. Era una chica de unos veinte años, rubia y con un marcado acento eslavo. Teresa Fortuny les recibió en el salón. Iba en albornoz y besó a Julia y a Fina. A pesar de todo, estas dos últimas percibieron que el ama de casa se había propuesto marcar las distancias. Con Roger encajó y en seguida les invitó a tomar asiento.

La sirvienta de antes volvió a entrar en la sala cargada con una bandeja y tazas, una cafetera, una tetera, rodajas de limón, azúcar, un recipiente con leche y galletas variadas. Preguntó las preferencias de cada una, les sirvió y se marchó.

- No sacaréis nada de martirizaros. A nosotras nos ha pasado lo peor que le puede pasar a una madre, pero por mucho que hagamos ahora, nadie nos devolverá a nuestras hijas. Yo sé cómo os sentís estos días. Y como lo sé, sólo os puedo pedir resignación y que confiéis en la justicia- intervino Teresa con semblante apesadumbrado y voz un poco rota. Eso fue después de que Julia le dijera que, según el papel de Roger y de ellas, no se estaban llevando correctamente las investigaciones sobre la muerte de Eva y Lorena.

Fina tomó el consejo de la madre de Sandra como la peor de las bofetadas y no pudo dejar de replicarle:

- Muy bien, nos resignaremos cristianamente! Y mientras tanto, los asesinos de nuestras hijas, y puede ser de la tuya, que continúen libres y que no se priven de violar y de matar a todas las mujeres que les vengan en gana.

Teresa tuvo un principio de convulsión y alargó el brazo para coger una campanita que tenía sobre la mesa.

- Espere un momento, señora Teresa!- le pidió Roger.

El periodista ya hacía rato que se temía una reacción de huida como aquella. El estado de fragilidad mental que reflejaba la mirada de la madre de Sandra, y todo su posado en general, le habían permitido presagiarla. Consecuentemente, estaba preparado para cortarle la retirada. Se sacó del bolsillo un pequeño estuche de joyería, lo abrió y le mostró el contenido.

- ¿Reconoce estos pendientes?- le preguntó.

- ¿De dónde los has sacado?- se mostró vivamente interesada Teresa, que cogió uno con cada mano-. Eran de mi Sandra- confirmó, mientras dos lágrimas empezaban a caerle por las mejillas.

- Han llegado a mis manos porque los que tienen el deber de buscar con los cinco sentidos no se han esforzado bastante- pontificó Roger, que había intuido que era el momento de mostrarse inflexible.

- Se los regaló mi madre el día que ella prometió que seguiría la tradición femenina familiar y estudiaría farmacia- les reveló Teresa. En seguida empezó a pasarse los pendientes tiernamente por las mejillas-. Sandra era su nieta preferida, la niñita de sus ojos. Cuando Héctor la mató, también puso fin a la vida de mi madre; tres meses nada más la sobrevivió. Murió de pena, os lo juro!

Teresa Cases, la madre de Teresa Fortuny, había sido una de las primeras mujeres farmacéuticas de Cataluña. De bien joven, consiguió la titularidad de la farmacia de Torreforta, que después pasó a la hija. En la actualidad, Teresa todavía era la titular, pero hacía tres años que no se acercaba para nada y tenía contratados a dos farmacéuticos.

Los tres visitantes se quedaron mirándose y sin saber qué decir. Teresa lloriqueaba.

- Teresa, si nosotros...- dijo Julia finalmente, pero la otra ya se estaba reponiendo.

Se sonó la nariz y les pidió perdón. Ya era la segunda vez que alguien le llevaba pendientes de Sandra a casa. Anteriormente había sido la policía. Pero eso no se lo dijo: esa parte de la pena era privativa suya y así quería que continuara.

- Daos cuenta que desde que han encontrado los cuerpos de Eva y Lorena sólo voy hacia adelante gracias a los tranquilizantes. Si antes os he dicho que sé cómo os encontráis, es porque estos días he revivido en todo su dramatismo la desesperación que sentí hace tres años.

Fína tomó la palabra para decirle que ella y Julia no habían dudado nunca que el sufrimiento de las tres familias había sido siempre solidario.

- Y si no fuera porque tú eres la única persona que nos puedes ayudar en estos momentos, no habríamos venido a hacerte pasar un mal rato, créetelo- le añadió.

- Realmente sin este dinero es imposible realizar unas pruebas que nos puedan aclarar algunos de los puntos más oscuros del proceso- remató Roger.

Él había apuntado la cifra de dos o tres millones de pesetas, aunque con quinientas mil ya se podían poner a trabajar.

- Contad, entonces. Esta noche hablaré con mi marido y mañana os llamaré- fueron las últimas palabras de Teresa referidas al caso. Por cierto, a Roger le pareció notar un poco de acritud cuando ella mencionó al marido.


Al irse la visita, Teresa Fortuny dio unas instrucciones muy concretas a la sirvienta: no estaba para nadie, ni personalmente ni en el teléfono. Después, con los ojos muy brillantes y teniendo que sonarse la nariz continuamente, se entretuvo en repasar los álbumes fotográficos familiares. Buscaba alguna instantánea donde apareciera Sandra con los pendientes de esmeralda. Finalmente, encontró una en la que, además estaba la abuela.

Ya era casi la hora de cenar cuando se decidió a guardar los pendientes dentro de la caja fuerte, en compañía de las otras joyas de Sandra, que inevitablemente volvió a mirar y a remirar, como había hecho con las fotos. Con este propósito, se dirigió al dormitorio conyugal y apartó el cuadro que ocultaba el emplazamiento de la caja. Ahora bien, estaba un poco nerviosa y todo era manipular el botón a la derecha y a la izquierda y no conseguía abrirla.

Después de unos cuantos intentos consideró que debía estar confundiéndose con la combinación y decidió comprobarlo. Con esta finalidad se dirigió al despacho y abrió el cajón derecho del escritorio. No estaba la agenda que buscaba, pero sí que estaba la pistola de su marido. Maldita manía persecutoria que tenía desde que su padre, el padre de Teresa, había aparecido en aquella lista nefasta... Con estos pensamientos cerró el cajón y abrió el de la izquierda. Allí estaba la agenda donde Castro le había apuntado la combinación de la caja fuerte por si alguna vez se le olvidaba.

Miró el número y le pareció que era el mismo que ella había marcado con anterioridad. Volvió al dormitorio, pues, y lo marcó de nuevo. Sin ningún resultado. Entonces desistió y puso bien el cuadro. Miró muy bien que quedara recto. Se guardó los pendientes en el bolsillo del albornoz.

Unos minutos más tarde llegó el marido a bordo de su flamante BMW 750i. El chofer paró el coche delante de la casa y el guardaespaldas, que estaba en el asiento del copiloto, bajó en seguida para abrirle la puerta al patrón. Éste salió y se dirigió hacia la puerta de la casa, acompañado en todo momento por el otro. Después de abrir la puerta y comprobar desde la entrada que estaba todo en orden, Antonio Castrro despidió hasta el día siguiente al guardaespaldas, que le hizo un gesto de acatamiento antes de cerrar la puerta y marcharse.


Habiendo cenado ya, el matrimonio Castro-Fortuny y sus dos hijos, de quince y diecisiete años respectivamente, pasaron a la sala de televisión. Hacia las once de la noche los chicos besaron a los padres, les desearon buenas noches y se retiraron.

Teresa estaba sentada en el sofá y tenía cara de desesperación. Pero también de rabia contenida.

- No he podido abrir la caja- dijo secamente.

Su marido, sentado en una butaca de cara al televisor, estaba absorto comprobando las cotizaciones de la Bolsa en el teletexto y no le respondió.

- ¿Me oyes? No he podido abrir la caja fuerte!- repitió ella, ahora con indignación.

- He cambiado la combinación- le aseguró su mardio sin dignarse en mirarla.

Ella le preguntó el por qué y él le dijo que lo había hecho por seguridad, ya que no se fiaba del servicio.

- ¡Ya está bien!- alzó ella el tono de voz, impulsiva-. No poder disponer de mi dinero cuando me dé la gana!!

- No grites- la cortó él, severamente-. Dime cuánto necesitas y te lo daré.

Dicho esto se trajo un fajo de billetes del bolsillo.

- No creo que lleves suficiente encima- dijo la mujer.

- ¡Ah no?!- dijo él-. ¿De qué se trata?- quiso saber.

- Esta tarde me han venido a ver...

Cuando Teresa acabó de decírselo, Antonio le dijo que si era por Sandra, él se haría cargo de todo: no quería que ella se gastara ni un céntimo de lo suyo. Así quedaron.


Diez minutos más tarde, mientras Teresa estaba en la cocina cogiendo un vaso de agua para tomarse el barbitúrico, sintió un clic la mar de sospechoso. Por si eso no fuera bastante, cuando entró al dormitorio se dio cuenta que el cuadro que disimulaba la caja fuerte estaba de lado. Quimerosa, se acercó en silencio hacia la puerta del despacho y le pareció que su marido guardaba algo en los cajones del escritorio. De puntillas para no ser descubierta se fue a la habitación y se sentó en la cama, sin saber bien qué pensar:

- Ya te he apuntado en la agenda la combinació nueva- le dijo Antonio Castro cuando llegó un minuto después.

Manel Joan i Arinyó, "El cas Torreforta"

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